sábado, 1 de febrero de 2014



Somos nosotros los que hemos de despertar porque estamos adormilados en nuestra fe

2Sam. 12, 1-7.10-17; Sal. 59; Mc. 4, 35-40
‘Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!’ comienzan a preguntarse los discípulos.
Todo había comenzado ahora cuando los había invitado aquel atardecer a ir a la otra orilla. Es muy significativo.  Tal como estaba se lo llevaron;  iban también otras barcas. Normalmente el lago está en calma, porque además no es un lago muy grande. Sin embargo en ocasiones se levantan fuertes vientos y tempestades, dada su situación geográfica está en la depresión del Jordán y con altas montañas en sus alrededores.
Es lo que ahora sucede. Parecía  que la barca se hundía. ‘Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua’. Pero lo más sorprendente es que en medio del vaivén de las olas y los vientos Jesús está dormido a popa sobre un almohadón.
‘Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?’ le suplican. Ya hemos escuchado la reacción de Jesús a su poca fe. ‘¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?’. Pero Jesús escucha la súplica. ‘Increpó al viento’ y vino la calma. Es cuando se preguntan asombrados. ‘Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!’
Jesús va sorprendiéndoles poco a poco. Es su palabra, su manera de enseñar con autoridad, con sencillez  y claridad al mismo tiempo. ‘Esta forma de enseñar es nueva’, dirán en alguna ocasión. Serán las parábolas que les van abriendo los ojos a un mundo nuevo. Serán sus milagros que hará que muchos acudan a El buscando la salud para sus cuerpos atormentados. Les sorprendió, sin embargo, cuando le llevan el paralítico y lo primero que hace es ofrecerle el perdón de los pecados, que provocarán reacciones sobre todo en los escribas y fariseos. Será el nuevo sentido del sábado proclamándose como el Señor del sábado. Ahora se manifiesta poderoso frente a los elementos de la naturaleza. ‘¿Quién es éste?’ se preguntan.
¿Nos lo preguntaremos nosotros también? Tenemos que dejarnos sorprender por el Señor que llega a nuestra vida. El también nos quiere poner en camino también. ‘Vamos a la otra orilla’, nos dice también a nosotros. Quiere algo nuevo de nuestra vida. La fe que tenemos en El tiene que ir abriéndonos caminos nuevos delante de nosotros. La fe nos pone en camino. No es para quedarnos al abrigo donde todo parece bueno y se pasa bien porque no hay dificultades.
Cuando estaban en lo alto del Tabor Pedro y sus acompañantes querrán quedarse allí extasiados para siempre y ya estará pensando en hacer tres tiendas. Pero Jesús les dirá que hay que bajar a la llanura de la vida que muchas veces no es tan llana. Ahora hay que atravesar un lago que no siempre estará tan en calma. Nos encontramos tempestades, huracanes, problemas, dificultades, contratiempos, persecuciones incluso. Y nos puede parecer que estamos solos.
En otra ocasión atravesando el lago con el viento en contra que les hacía remar con mucho esfuerzo Jesús no está con ellos. Ahora está pero está durmiendo y no parece enterarse de las dificultades por las que están pasando. Eso al menos creen ellos. ‘¿No te preocupa que nos hundamos?’ es el grito de aquellos discípulos asustados que parece que se les ha debilitado la fe.
‘¿No te preocupa que nos hundamos?’ es también nuestro grito muchas veces desde nuestras soledades o lo que nos parecen soledades, desde nuestras dificultades y problemas porque nos parece que el Señor no nos escucha. Pero El está ahí. Si no nos llevara sobre las palmas de sus manos ya nos hubiéramos hundido totalmente en la vida. Pero El nos lleva sobre las palmas de sus manos aunque a veces sigamos sintiendo las sacudidas de esos problemas que nos llenan de agobio o de esas desconfianzas que se nos siguen metiendo en el corazón. Pero El está ahí y no  nos faltará su gracia y su fuerza.
Tenemos que ser nosotros los que nos despertemos, porque somos los que estamos adormilados en nuestra fe. Que se nos despierte de verdad nuestra fe y nuestra confianza.

viernes, 31 de enero de 2014



La semilla de la gracia de Dios que nos renueva y nos transforma, nos llena de vida y nos ilumina

2Sam. 11, 1-10. 13-17; Sal. 50; Mc. 4, 26-34
‘Con muchas parábolas parecidas las exponía la Palabra, acomodándose a su entender’, nos dice el evangelista. Vuelve Jesús a proponer unas parábolas; y vuelve a aparecer la imagen de la semilla en las parábolas.
En la que escuchamos hace unos días quería ser expresión de nuestras actitudes y de nuestra manera de acoger la Palabra. Por eso se entretenía en describirnos las diferentes tierras en las que podía caer la semilla. Hoy quiere hablarnos de la fuerza que en sí misma tiene la semilla, que germina, nace, va creciendo hasta llegar a dar fruto. Una semilla que puede parecernos pequeña e insignificante como es la mostaza, pero que puede ser una planta grande capaz incluso de acoger a los pajarillos que pueden anidar entre sus ramas.
Es la fuerza y la vitalidad del Evangelio en sí mismo capaz de realizar una transformación profunda del corazón del hombre y de la misma sociedad; es la fuerza y la vitalidad de la Palabra de Dios que puede hacer fecunda de verdad nuestra vida. Claro que seremos nosotros los que tenemos que acoger el mensaje, abrir nuestro corazón a la gracia divina, pero esa transformación no la hacemos nosotros; esa transformación es obra de la gracia de Dios.
Qué importante esa semilla que va cayendo cada día en nuestro corazón cuando nos disponemos a escuchar la Palabra de Dios. Nos puede parecer una palabra insignificante pero cómo por la gracia de Dios puede hacer de nosotros un hombre nuevo. Es la gracia de Dios que nos renueva y nos transforma; es la gracia de Dios que nos llena de vida y nos ilumina; es la gracia de Dios que no va enriqueciendo por dentro si la dejamos actuar en nosotros.
La vida de los santos y su conversión al Señor partió de esa Palabra que se iba sembrando en su corazón y que ellos supieron acoger. Es siempre una Palabra viva y que nos llena de vida. Por recordar alguno podemos pensar en san Antonio Abad, que celebramos hace unos días; pasó  un día por una Iglesia donde se estaba proclamando el Evangelio y escuchó aquello que Jesús le decía al joven rico que vendiera todo lo que tenía y diera toda su riqueza a los pobres, y aquella palabra no cayó en el vacío en el corazón de San Antonio, porque fue e inmediatamente hizo lo que había escuchado en la Palabra de Dios y se fue al desierto a vivir como un eremita.
San Ignacio de Loyola le repetía a los estudiantes de la Sorbona, entre ellos estaba Francisco Javier, que de qué vale ganar el mundo entero si se pierde su alma, e inmediatamente Francisco Javier lo dejó todo para formar parte de la Compañía de Jesús y como misionero iría hasta el Extremo Oriente anunciando el evangelio en la India y hasta en el Japón.
Quizá nosotros podamos conocer experiencias más cercanas a nosotros, donde la Palabra de Dios proclamada hizo mella en el corazón de alguien que pudiera comenzar a interrogarse por el sentido de su vida y de ahí naciera una vocación a la vida religiosa o a la vida sacerdotal. Quizá nosotros mismos recordamos la Palabra escuchada en alguna ocasión que hizo mella en  nosotros y siempre recordamos y tenemos presente y ha sido quizá el motor que nos a impulsado a ser mejores, a cambiar muchas cosas de nuestra vida o a vivir un compromiso serio con nuestra fe y con los demás en medio de la Iglesia o comprometiéndonos en muchas acciones en beneficio de los otros en nuestra sociedad.
Es la fuerza de la gracia de Dios que nos llena de vida. Es la fuerza de la gracia de Dios que transforma nuestro corazón. Es esa semilla que Dios siempre en nosotros para que dé esos buenos frutos que nos hagan resplandecer en una vida más santa y en una vida más comprometida con muchas cosas buenas. Acojamos esa semilla de gracia que Dios continuamente va sembrando en nuestro corazón.

jueves, 30 de enero de 2014



La luz de nuestra fe no es para ocultarla sino para ponerla donde ilumine y a todos llegue su luz


La lámpara de luz no es para ocultarla sino para ponerla donde ilumine y a todos pueda llegar su luz. Tampoco podemos guardarnos la luz solo para nosotros, sino que tenemos que saber compartirla para que a otros pueda iluminar; no se mengua su luz porque la compartamos con los demás, sino que más bien su luz se multiplica  cuando los que han sido iluminados al mismo tiempo la comparten con los demás colocándola también donde pueda repartir su luz e iluminar.
Es lo que nosotros hemos de ser y hacer con los demás. Hemos sido iluminados con la luz más maravillosa cuando se ha encendido la luz de la fe en nuestro corazón y así iluminados tenemos que ser también luz para los demás, repartirla y compartirla porque no puede ser algo que nos guardemos para nosotros solos sino que por sí misma tiene que ser expansiva como lo es también el amor.
Es lo que nos enseña en distintos momentos Jesús en el Evangelio y no podemos olvidar que a los bautizados en las primeras comunidades cristianas se les llamaba los iluminados. Al recibir el Bautismo en nuestras manos se nos pone una luz que hemos de mantener encendida, porque un día hemos de salir al encuentro del Señor en su venida definitiva y hemos de ir con esas lámparas encendidas en nuestras manos, pero es que también se nos ha puesto esa luz en nuestras manos para que la llevemos a los demás.
De ninguna manera podemos quedárnosla solo para nosotros porque además significaría que aún no la habríamos encontrado de verdad, porque quien por la fe se ha encontrado con Cristo ya será para siempre la persona más feliz del mundo por esa luz con la que se ha encontrado, y desde esa alegría de la fe hemos de saber llevarla y compartirla con los demás.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín - debajo del cajón - u ocultarla debajo de la cama, o para ponerlo en alto, en el candelero?’  No podemos ocultar esa luz de la fe. No podemos ocultar esa alegría de nuestra vida, sino que tiene que ser contagiosa con los demás.
Sin embargo, algunas veces pareciera que los cristianos somos unos acomplejados que tenemos miedo de iluminar con nuestra luz. Hemos de tener valentía con nuestra fe y no podemos ocultar nuestra condición de creyentes. Sabemos que muchas veces no es fácil, o bien no sabemos cómo hacerlo, porque quizá pensamos que tenemos que hacer cosas muy especiales, o porque sabemos que las tinieblas querrán apagar esa luz, se resistirán a recibir esa luz.
No es cuestión de hacer cosas extraordinarias, sino que con la mayor naturalidad del mundo vamos manifestando lo que somos, en lo que creemos, lo que es la verdadera alegría de nuestra vida, nuestra fe. Con toda naturalidad actuamos según nuestras convicciones y no tenemos miedo de manifestar lo que es nuestra vida.
Nos termina diciendo Jesús hoy que ‘la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces’. ¿Qué nos quiere decir Jesús? Decíamos antes que la luz no se mengua al repartirla sino que se crecerá y multiplicará en la medida en que va iluminando a los demás porque así los demás ya iluminados se convertirán en luz para los otros; pues en la medida en que compartamos nosotros nuestra fe, la alegría de nuestra fe,  así iremos recibiendo de los demás para que crezca más y más nuestra fe y crezca más y más el gozo de nuestro corazón.
Y, como hemos dicho muchas veces, el mundo necesita esa luz; muchos andan buscando donde encontrar valores para su vida, donde encontrar un sentido para lo que van haciendo; muchos tienen inquietud en su corazón por algo distinto que le dé mayor profundidad a sus vidas; seamos nosotros capaces de ofrecerles nuestra luz, de ofrecerles lo que es la alegría y el gozo de nuestra fe, lo que es el sentido grande de nuestra vida desde que nos unimos a Jesús.
Encendamos de luz, de la luz de la fe y del amor, a nuestro mundo. Somos los testigos enviados para ello.

miércoles, 29 de enero de 2014



El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para poder sembrar la semilla y que dé fruto

2Sam. 7, 4-17; Sal. 88; Mc. 4, 1-20
En otra ocasión había pedido tener una barca preparada por si acaso lo fuera a estrujar la gente. Ahora es El quien ‘se subió a una barca, se sentó y el gentío quedó en la orilla’ a la manera de un anfiteatro en la playa. ‘Y les enseñó mucho rato en parábolas, como El solía enseñar’.
La autoridad de la Palabra de Jesús se manifiesta en su cercanía y en la forma de hacerse entender por todos. Su lenguaje era sencillo - ojalá quienes tenemos la misión de anunciar la Palabra fuéramos capaces de usar también ese lenguaje sencillo - y todos le entendían. Usa parábolas, algo así como ejemplos o hechos de los que se pueden extraer unas lecciones fáciles de entender, tomados de lo que era la vida ordinaria de la gente. Hoy habla de la siembra y de la cosecha, a la que la mayoría estarían acostumbrados a realizar. Todos podemos entender fácilmente el mensaje de Jesús.
Todos podemos entenderlo pero, sin embargo, muchas veces nos cerramos de tal manera o tenemos tantos obstáculos en el corazón que no penetra hondamente en nosotros.  No es necesario que repitamos de nuevo la parábola -  a quienes leen este comentario en el blogs les aconsejo que previamente lean los textos que se citan al principio, pues son las lecturas de la Palabra de la Eucaristía de cada día cuyo comentario pretendemos hacer en esta semilla que cada día queremos también sembrar por este medio -, pues lo que nos describe es algo sencillo y natural que sucedía fácilmente cuando se esparcía la semilla a voleo por los campos. No toda caía en tierra buena y preparada y no toda llegaba a germinar y dar fruto de la misma manera.
Nos habla de la tierra dura del camino, de los pedregales que bordeaban los campos de cultivo, de los abrojos, malas yerbas y zarzales que podrían surgir en la misma tierra o su alrededor, y nos habla finalmente de la tierra buena y preparada. Es normal, el fruto no puede ser igual según donde caiga la semilla.
Es expresión de nuestras actitudes y de nuestra manera de acoger la Palabra. Jesús nos lo explica al final cuando los discípulos más cercanos le preguntan. Superficialidad, cerrazón, indiferencia, corazón enviciado en mil pecados y pasiones que nos atan y esclavizan son algunas de las cosas con que nos predisponemos ante la Palabra que se nos anuncia.
Cuántas veces cuando comenzamos a escuchar o leer un texto del Evangelio ya nos lo damos por sabido y casi no nos esforzamos por tratar de encontrar ese mensaje, esa Buena Nueva que en todo momento tiene que ser para nosotros. Con qué superficialidad nos acercamos a la Palabra, porque mientras se nos proclama nuestra mente está divagando por otras cosas o estamos distraidos atendiendo más a lo que pueda pasar a nuestro alrededor. La semilla así no puede caer en la tierra de nuestra vida para germinar y dar fruto en nosotros.
Nos entusiasmamos quizá en algun momento porque nos parece algo hermoso el mensaje que estamos recibiendo y quizá nos hacemos buenos propósitos, pero pronto nos entran los cansancios, la inconstancia, la rutina o la frialdad que hará que olvidemos todo aquello que nos habíamos propuesto. Las prisas y las carreras de la vida que vivimos, llenos de agobios y ambiciones, nos hacen perder hondura, paciencia y perseverancia porque en un mundo donde estamos acostumbrados a muchos automatismos donde tocamos un botón o una pantalla y ya todo está hecho al instante, la paciencia y la perseverancia no sea precisamente una virtud o valor muy cotizado.
Luego están también los apegos del corazón de los que no queremos desprendernos, el mundo cómodo y sensual en el que vivimos que nos impide muchas veces mirar a lo alto para buscar valores que llenen nuestro espíritu son otro gran obstáculo para que la semilla  de la Palabra pueda fructificar en nuestra vida.
El agricultor cuidadosamente prepara la tierra para poder sembrar la semilla, y luego pacientemente va cuidando la planta que germina y nace aportándole los abonos necesarios, la humedad conveniente, preservandola de todo aquello que la pueda dañar y le pueda impedir el lograr un día un buen fruto. Es lo que tenemos que hacer.
El Señor nos da su Espíritu para ayudarnos a acoger y recibir esa Palabra que se siembra en nuestro corazón y continuamente nos va ofreciendo su gracia en la oración y los sacramentos para fortalecernos en ese camino de nuestra vida cristiana, mientras esa misma Palabra nos va iluminando y orientando para que caminemos por caminos rectos y evitemos toda tentación que nos pueda  arrastrar por el camino del mal.
Sí así lo hacemos tendremos asegurado el fruto de neustra vida cristiana, estaremos en el camino cierto que nos lleva a alcanzar la vida eterna.

martes, 28 de enero de 2014



El que cumple la voluntad de Dios es mi hermano, y mi hermana, y mi madre…

2Sam. 6, 12-15.17-19; Sal. 23; Mc. 3, 31-35
‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se pregunta Jesús cuando vienen a decirle que fuera están su madre y sus parientes que quieren verlo. No es un desaire a su madre ni a sus parientes, pero Jesús quiere enseñarnos cuál es la nueva familia que El viene a constituir.
‘Paseando la mirada por el corro, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre’. Allí están los que verdaderamente buscan a Dios.  Allí están porque han venido a escucharle, pero él quiere más. No sólo es oír sus palabras o contemplar sus signos sino desde ahí descubrir lo que es verdaderamente la voluntad de Dios y querer cumplirla. Esos son los verdaderos hijos de Dios.
Recordamos que al principio del Evangelio de Juan se nos habla de cómo ha venido a los suyos y los suyos no lo recibieron; quiso brillar la luz, pero las tinieblas trataron de ahogar esa luz; estaba en medio del mundo, pero el mundo no lo reconoció. ‘Pero a cuantos le recibieron, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios. Pero estos hijos de Dios no son los que nacen por vía de generación humana, ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios’.
Allí han venido a ver a Jesús su madre y sus parientes; son los lazos de la sangre los que los unen; pero hay algo todavía mucho más profundo que nos puede unir a Jesús y que sólo desde la fe podemos comprender. ‘A los que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios’. Es una nueva familia que nace desde un nacimiento nuevo, que nace de la fe por el agua y el Espíritu, como le explicaría Jesús luego a Nicodemo. Son los que constituyen la nueva familia. ‘Estos son mi hermano, y mi hermana, y mi madre. El que cumple la voluntad de Dios…’
Cuando hablamos de la fe no estamos haciendo referencia solamente a un asentimiento intelectual,  sino que estamos hablando de una respuesta de vida. No creemos porque digamos sí con los labios, sino que creemos de verdad cuando toda nuestra vida está conformada por esa fe; y conformar nuestra vida con la fe, significa el buscar lo que es la voluntad de ese Dios en quien creemos para realizarlo en nuestra vida. Es lo que nos está enseñando hoy Jesús.
Y ese cumplir la voluntad de Dios no es solo realizar en momentos puntuales cosas con las que pretendemos agradar a Dios, sino que está hecho de las pequeñas cosas que hacemos cada día. Dar gloria al Señor no es un canto que podamos cantar en un momento determinado, por muy bonito que sea o por muy entusiasmados de fervor que nosotros estemos en ese momento, sino que ha de ser toda nuestra vida que ha de ser siempre ese cántico de alabanza al Señor. Y es que la fe envuelve y conforma totalmente toda nuestra vida, de manera que todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor.
Por eso nunca un cristiano verdadero puede separar la celebración de la fe de lo que es la vida de cada día. Venimos a celebrar nuestra fe, porque, es verdad, tenemos que cantar la alabanza al Señor y darle gracias reconociendo cuánto de El recibimos; venimos a celebrar nuestra fe porque queremos alimentarnos de la gracia del Señor que se nos da en el Sacramento que celebramos y vivimos; venimos a celebrar nuestra fe porque necesitamos dejar iluminar nuestra vida por la Palabra del Señor que se  nos proclama y que nos va manifestando en cada momento lo que es verdaderamente la voluntad del Señor.
Pero nuestra vida de fe no se queda ahí, no hacemos una separación de lo que celebramos en ese momento de lo que luego vamos a seguir viviendo; es que esa gloria de Dios que hemos cantado en la celebración luego se ha de prolongar cuando en cada cosa  que vayamos haciendo en nuestra vida lo hagamos conforme a lo que es la voluntad del Señor.
‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ se preguntaba Jesús como hemos venido reflexionando. Pero tenemos que preguntarnos ¿seremos en verdad nosotros ese hermano, esa hermana, esa madre de Jesús porque cumplimos siempre la voluntad de Dios?

lunes, 27 de enero de 2014



No desconfiemos nunca de la acción de Dios en nosotros que nos lleva por caminos de santidad

2Sam. 5, 1-7.10; Sal. 88; Mc. 3, 22-30
‘Un reino en guerra civil, no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir…’ son los ejemplos que les propone Jesús para rebatir la injuriosa blasfema calumnia que quieren levantar contra él.
Ya habían dicho de Jesús que blasfemaba cuando perdonó los pecados al paralítico que llevaron a su presencia. Pero ahora son ellos los que blasfeman contra el Espíritu de Dios presente en Jesús queriendo atribuirle que si expulsa los demonios lo hace con el poder del jefe de los demonios, lo que se sale de toda congruencia; por eso Jesús les dice lo del reino en guerra civil o la familia dividida que no pueden subsistir. ‘Si Satanás se rebela contra sí mismo para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido’.
El espíritu maligno es el espíritu de la confusión y de la mentira. Es la forma como también nosotros somos tentados tantas veces queriendo crear confusión en nuestro espíritu. A la larga la tentación está en presentarnos lo malo como bueno, en querernos convencer de que aquello en lo que somos tentados no es tan malo, es natural, no tendríamos que verlo como malo.
Fijémonos como nosotros  mismos muchas veces a sabiendas de que lo que hacemos no es bueno, sin embargo queremos buscarnos mil justificaciones para hacer lo que hacemos y nunca nosotros queremos sentirnos culpables y, si acaso llegamos a reconocer que no es tan bueno lo que hemos hecho, trataremos de echarle la culpa a los demás.
Eso nos está enseñando cómo tenemos que tratar de formar nuestra conciencia rectamente, buscando los fundamentos verdaderos de la moralidad de nuestros actos en lo que es la ley del Señor y en su palabra revelada. Como se suele decir queremos arrimar el ascua a nuestra sardina, y de una forma subjetiva queremos ver la cosas  pero no las confrontamos lo  más objetivamente posible con lo que es la ley del Señor y su revelación de la que la Iglesia es la más autentica trasmisora.
La catequesis que hemos recibido a lo largo de la vida no siempre ha sido todo lo profunda que tenía que haber sido,  porque muchas veces se nos ha quedado en los elementales conocimientos que recibimos de niños en consonancia con la edad y madurez que entonces teníamos. Hubiéramos necesitado que en la medida que íbamos madurando como personas hubiéramos ido madurando también esa formación cristiana y moral, de donde surgen tantas lagunas luego en la necesaria madurez de nuestra vida cristiana.
Y es entonces cuando el espíritu maligno se aprovecha de esa debilidad e inmadurez de nuestra formación para crearnos esas confusiones en nuestro espíritu para arrastrarnos con la tentación y al pecado que nos aleje de los caminos de Dios. Tentaciones que nos ayudarían a superar, por una parte esa más profunda formación en nuestra vida cristiana y moral, pero que también con una vida de más intensa relación con Dios en nuestra oración y en la práctica de los sacramentos. Es la gracia del Señor que nos acompañaría en nuestra vida y nos daría fortaleza con la tentación y el mal.
Pidámosle al Señor que nos conceda la fortaleza de su Espíritu para mantenernos firme frente a toda tentación; que nos dé Espíritu de Sabiduría para saber discernir bien todo cuando nos va sucediendo y no se cree en nuestro corazón ese espíritu de confusión que nos lleva por los caminos de la mentira y el mal. Que no desconfiemos nunca de la acción de Dios en nuestra vida; El nos va conduciendo, siendo nuestra fortaleza frente al maligno; sepamos dar gracias a Dios por el Espíritu Santo que llena nuestro corazón y nos enseña a recorrer los caminos de la santidad.

domingo, 26 de enero de 2014



Jesús sigue siendo hoy Evangelio que llena de luz nuestro mundo

Is. 8, 23-9, 3; Sal. 26; 1Cor. 1, 10-13.17; Mt. 4, 12-23
Prácticamente iniciamos la lectura del evangelio de san Mateo que va a ser el evangelio que se proclame en este ciclo con el inicio de la actividad pública de Jesús en Galilea. Y nos viene hoy a expresar el impacto que significó para aquellas gentes la predicación y la presencia de Jesús, de manera que el evangelista recuerda anuncios proféticos de Isaías y nos habla de tierras de tinieblas y de luz que amanece para ellos llenándolos de gran alegría, como había dicho el profeta.
Grande tuvo que ser el impacto que produjo la palabra y la acción de Jesús. ¿Qué significa el que el evangelista, como hiciera el profeta, quiera comparar la situación por la que pasaba aquel pueblo con esa imagen de tinieblas y de sombras de muerte? Una primera cosa que tendríamos que constatar era la situación de pobreza en que vivían; aunque estaban asentados en la fértil Galilea eran unos simples pastores de ganados y gente que realizaba una agricultura, podríamos llamar, de subsistencia; junto al lago eran pescadores, pero no podemos pensar, como desde las imágenes de nuestra vida moderna podríamos imaginar, ni en grandes barcas para realizar la pesca ni en riquezas que pudiera producir un pequeño lago allá en medio del valle del Jordán.
Signo  también de su pobreza y sufrimiento era la cantidad de personas enfermas de las que nos hablará el evangelio que le traían a Jesús para que los curara, paralíticos, ciegos, leprosos y otras muchas limitaciones y sufrimientos. Grandes tenían que ser los tormentos que anidaran en sus corazones que les podrían hacer perder el sentido y entrar en un estado casi de locura. Un mundo, sí, de oscuridad en medio de sus muchos sufrimientos y donde la esperanza de algo mejor quizá podría ser muy corta y limitada. Y no hay peor oscuridad que cuando estamos abatidos en medio de muchos sufrimientos y tenemos poca esperanza de que las cosas puedan cambiar y mejorar.
Aunque eran un pueblo creyente capaz de descifrar el actuar de Dios en sus vidas y en su historia, vivían en la esperanza de un futuro Mesías libertador tan anunciado por los profetas pero que no terminaban de ver llegar, viviendo además una situación difícil para un pueblo que amaba la libertad pero que se veía oprimido por la dominación extranjera.  La esperanza de la llegada de ese Mesías libertador les sostenía pero aún así se veían envueltos en medio de muchas tinieblas.
La aparición de Jesús, aquel profeta venido de Nazaret, que anunciaba tiempos nuevos, porque anunciaba un reino nuevo comenzó a despertar con fuerza sus esperanzas y los signos que le veían realizar tratando de ayudar y liberar de sus sufrimientos a los enfermos y a cuantos se veían atormentados en su espíritu eran como un rayo de luz que iluminaba sus vidas y sus corazones. Por eso el evangelista nos recuerda lo anunciado por los profetas.
‘Convertios, les decía Jesús, porque está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios’. Convertios, las cosas pueden cambiar; convertios, si comenzamos a cambiar desde dentro de nuestros corazones poniendo mayor ilusión y esperanza todo puede comenzar a ser nuevo; convertios, hay que arrojar lejos de nosotros todo lo que sea tiniebla y muerte, porque la luz puede comenzar a brillar en los corazones y en la vida; convertios, podemos darle la vuelta a la vida y no dejar que las tinieblas de nuestras desesperanzas nos invadan, las tinieblas de nuestros egoísmos nos encierren en nosotros mismos, las tinieblas de la violencia y de la maldad anulen los deseos de paz que pueden surgir en el corazón; convertios, porque de verdad comienza un mundo nuevo.
Y hubo gente que comenzó a creer en aquel profeta que había surgido en medio de ellos, y venían a escucharle, y le traían los enfermos y todos los que sufrían se acercaban hasta El porque encontraban una nueva paz para sus vidas que les hacía brillar el corazón con una nueva alegría. Y hubo gente que a su invitación comenzó a irse con El. Por allí andaba Simón Pedro y su hermano Andrés en sus quehaceres y su barca y cuando pasó Jesús y les invitó a una nueva y distinta pesca se fueron con él; y más allá estarían Santiago y Juan, los hijos del Zebedeo que ante la palabra y la invitación de Jesús también lo dejaron todo para irse con El.
Parecía, sí, que el sol comenzaba a brillar de una forma distinta en Galilea y aquel pueblo que había perdido las esperanzas en medio de su pobreza y de su sufrimiento comenzaba a mirar las cosas como con una nueva luz y se iban con Jesús. Lo que había  anunciado el profeta. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en sombras de muerte, una luz les brilló’. Y crecía la alegría porque renacía la esperanza en aquella palabra nueva que escuchaban; y se llenaban de gozo porque sus sufrimientos eran sanados y una nueva salud llena de paz iba inundando sus vidas. ‘Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo’.
Hasta aquí lo que nos relata el evangelio. Pero tiene que ser Evangelio para nuestra vida. Por eso, quizá tendríamos que preguntarnos si en verdad Jesús significa todo eso para nosotros, si lo sentimos como esa luz que nos llena de una vida nueva y distinta. Hemos dicho en el salmo ‘el Señor es mi luz y mi salvación’, pero ¿lo hemos dicho de verdad? Quizá tendríamos que reconocer también cuales son las tinieblas en las que nosotros nos vemos envueltos con nuestros problemas, nuestros sufrimientos, nuestras desilusiones y faltas de esperanza que algunas veces se nos meten en el corazón.
También para nosotros, para el mundo en el que vivimos, no son tiempos fáciles y hay mucha gente que sufre en nuestro entorno, mucha gente que ha perdido la fe o la esperanza  en lo humano y en lo religioso, mucha gente que también puede vivir encerrada en si misma y muy llena de tinieblas. También nos puede suceder a nosotros que, o bien nos suceden cosas así, o nos dejamos envolver por el ambiente que nos rodea y caemos en esa espiral de tinieblas y de muerte.
Necesitamos escuchar de verdad a Jesús, encontrarnos con El, dejar que su Palabra llegue a nuestro corazón, saber encontrar en El esa luz que quiere ofrecernos, poner en El toda nuestra fe y nuestra esperanza, comenzar a llenarnos de su amor para vivir esa vida nueva que El nos ofrece y que también nosotros hemos de saber llevar a los demás. Jesús es Evangelio, Buena Noticia también para nosotros hoy.
Jesús nos está pidiendo lo mismo que le pedía a la gente de Galilea de entonces. Su palabra también nos está diciendo: ‘Convertios, porque está cerca el Reino de los cielos, el Reino de Dios’. Convertirnos, cambiar nuestro corazón y nuestras razones de desesperanza para comenzar a confiar más en el Señor; convertirnos, para llenarnos de luz, de esa luz que mana de Jesús y nos llena de paz el corazón frente a tanta turbulencia en que nos podamos encontrar por nuestros problemas o sufrimientos; convertirnos, porque sí creemos que podemos hacer que nuestro mundo sea mejor, que podemos hacer un mundo nuevo al que llamamos Reino de Dios, si vamos sembrando las buenas semillas del amor, de la compresión, de la capacidad de perdonarnos y amarnos de verdad, de saber aceptarnos y tendernos la mano para caminar juntos un camino de solidaridad y de armonía; convertirnos, para arrancar de nosotros toda la negrura del egoísmo, el odio, la envidia, la desconfianza; convertirnos, para poner de verdad a Jesús en el centro de nuestra vida y su evangelio sea en verdad la luz que ilumine nuestro camino.
Jesús también está pasando a nuestro lado, como pasó junto a Simón Pedro y su hermano Andrés,  como  pasó junto a los hermanos Zebedeos y nos está invitando a seguirle, a ponernos manos a la obra porque todo eso tenemos que llevarlo a los demás; son muchos los sufrimientos que tenemos que sanar, son muchas las esperanzas que tenemos que suscitar, mucho el amor que tenemos que sembrar, mucha la paz que tenemos que cultivar para hacer ese mundo nuevo y mejor. Como a aquellos primeros discípulos a nosotros nos quiere también en esa pesca nueva - ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, nos dice -, ¿qué le vamos a responder? ¿seremos capaces de levantarnos de nuestras rutinas de cada día que nos llenan de cansancios para emprender esa tarea de la construcción del Reino de Dios?