jueves, 30 de enero de 2014



La luz de nuestra fe no es para ocultarla sino para ponerla donde ilumine y a todos llegue su luz


La lámpara de luz no es para ocultarla sino para ponerla donde ilumine y a todos pueda llegar su luz. Tampoco podemos guardarnos la luz solo para nosotros, sino que tenemos que saber compartirla para que a otros pueda iluminar; no se mengua su luz porque la compartamos con los demás, sino que más bien su luz se multiplica  cuando los que han sido iluminados al mismo tiempo la comparten con los demás colocándola también donde pueda repartir su luz e iluminar.
Es lo que nosotros hemos de ser y hacer con los demás. Hemos sido iluminados con la luz más maravillosa cuando se ha encendido la luz de la fe en nuestro corazón y así iluminados tenemos que ser también luz para los demás, repartirla y compartirla porque no puede ser algo que nos guardemos para nosotros solos sino que por sí misma tiene que ser expansiva como lo es también el amor.
Es lo que nos enseña en distintos momentos Jesús en el Evangelio y no podemos olvidar que a los bautizados en las primeras comunidades cristianas se les llamaba los iluminados. Al recibir el Bautismo en nuestras manos se nos pone una luz que hemos de mantener encendida, porque un día hemos de salir al encuentro del Señor en su venida definitiva y hemos de ir con esas lámparas encendidas en nuestras manos, pero es que también se nos ha puesto esa luz en nuestras manos para que la llevemos a los demás.
De ninguna manera podemos quedárnosla solo para nosotros porque además significaría que aún no la habríamos encontrado de verdad, porque quien por la fe se ha encontrado con Cristo ya será para siempre la persona más feliz del mundo por esa luz con la que se ha encontrado, y desde esa alegría de la fe hemos de saber llevarla y compartirla con los demás.
Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. ‘¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín - debajo del cajón - u ocultarla debajo de la cama, o para ponerlo en alto, en el candelero?’  No podemos ocultar esa luz de la fe. No podemos ocultar esa alegría de nuestra vida, sino que tiene que ser contagiosa con los demás.
Sin embargo, algunas veces pareciera que los cristianos somos unos acomplejados que tenemos miedo de iluminar con nuestra luz. Hemos de tener valentía con nuestra fe y no podemos ocultar nuestra condición de creyentes. Sabemos que muchas veces no es fácil, o bien no sabemos cómo hacerlo, porque quizá pensamos que tenemos que hacer cosas muy especiales, o porque sabemos que las tinieblas querrán apagar esa luz, se resistirán a recibir esa luz.
No es cuestión de hacer cosas extraordinarias, sino que con la mayor naturalidad del mundo vamos manifestando lo que somos, en lo que creemos, lo que es la verdadera alegría de nuestra vida, nuestra fe. Con toda naturalidad actuamos según nuestras convicciones y no tenemos miedo de manifestar lo que es nuestra vida.
Nos termina diciendo Jesús hoy que ‘la medida que uséis la usarán con vosotros, y con creces’. ¿Qué nos quiere decir Jesús? Decíamos antes que la luz no se mengua al repartirla sino que se crecerá y multiplicará en la medida en que va iluminando a los demás porque así los demás ya iluminados se convertirán en luz para los otros; pues en la medida en que compartamos nosotros nuestra fe, la alegría de nuestra fe,  así iremos recibiendo de los demás para que crezca más y más nuestra fe y crezca más y más el gozo de nuestro corazón.
Y, como hemos dicho muchas veces, el mundo necesita esa luz; muchos andan buscando donde encontrar valores para su vida, donde encontrar un sentido para lo que van haciendo; muchos tienen inquietud en su corazón por algo distinto que le dé mayor profundidad a sus vidas; seamos nosotros capaces de ofrecerles nuestra luz, de ofrecerles lo que es la alegría y el gozo de nuestra fe, lo que es el sentido grande de nuestra vida desde que nos unimos a Jesús.
Encendamos de luz, de la luz de la fe y del amor, a nuestro mundo. Somos los testigos enviados para ello.

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