sábado, 26 de julio de 2014

SAN JOAQUIN Y SANTA ANA, LOS PADRES DE LA VIRGEN

Una huella y un perfume que recibimos de nuestros mayores para aprender a hacer nuestro  mundo mejor

fiesta de los mayores y los abuelos

Eclesiástico, 44,  1.10-15; Sal. 131; Mt. 13, 16-17
‘Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron’, les decía Jesús refiriéndose a la suerte y a la gracia que ellos tuvieron de poder escuchar y estar con el Hijo del Hombre.
Sin querer forzar demasiado el evangelio y las palabras de Jesús podía estar refiriéndose a san Joaquín y Santa Ana a quien hoy estamos celebrando, los padres de María, la Virgen, que fueron los abuelos de Jesús. ¿Lo conocieron? ¿no lo conocieron? ¿Estarían ellos deseando también ver el día del Señor y no lo vieron?  El evangelio nos habla de aquel otro anciano que estaba en el templo también esperando la llegada del día del Señor y a quien el Espíritu Santo le hizo reconocer en aquel niño que llevaban José y María para su presentación en el templo al Mesías del Señor; ya recordamos cuanta era la alegría que desbordaba su corazón que ya solo deseaba morir  para seguir disfrutando de la presencia del Señor, porque ya sus ojos terrenales habían visto al Salvador que era la luz de todos los pueblos.
Por supuesto el evangelio no nos habla de san Joaquín y Santa porque tampoco entra en esas historias, llamémoslas, familiares; sólo una piadosa tradición nos habla de ellos, pero ya desde casi los primeros siglos del cristianismo así fueron considerados y a espaldas del lugar donde estuvo el templo de Jerusalén y muy cerca de la piscina probática - recordamos lo del paralítico que esperaba el movimiento de las aguas - se levanta una basílica muy antigua dedicada a Santa Ana y se tiene como el lugar del nacimiento de María.
Si una mujer anónima en el evangelio en medio de las gentes que escuchaban a Jesús prorrumpió en alabanzas a la madre que lo trajo al mundo - ‘dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron’ - nosotros quizá podríamos atrevernos a prorrumpir también en alabanzas para los padres de María; en cierto modo es lo que la Iglesia ha querido reconocer cuando los ha introducido desde siempre en el catálogo de los santos y que motiva la fiesta de este día.
Y es que si vemos las virtudes de María - salvo lo que es la gracia del Señor que así la enriqueció porque la había escogido para ser la madre del Hijo de Dios porque en su seno se encarnase el Verbo divino - también nosotros tenemos que cantar cánticos de alabanza para quien crió y educó a María en la que resplandeciera una fe y una humildad tan grande, como un amor tan exquisito y delicado. Todo en fin de cuentas es gracia del Señor, y lo que recibimos de los padres así hemos de verlo con ojos de fe.
En la rectitud y en las virtudes de los hijos podemos ver reflejados lo que fueron los padres, porque ellos, con lo que tienen en profundidad en sus vidas y en lo que enseñan a sus hijos no solo con sus palabras sino con su propio ejemplo, van dejando una impronta muy importante en ellos de manera que vienen como a marcar su vida y los hijos vienen a ser ese reflejo de los padres y de lo que les trasmitieron. Aunque el evangelio no nos diga nada de ellos, repito, en María estamos viendo como en un espejo lo que era también la fe, la humildad y la santidad de aquellos padres Joaquín y Ana que se convierten así también en los abuelos de Jesús. 
Al celebrar la fiesta de san Joaquín y santa Ana por ser los abuelos de Jesús, hace ya años que esa celebración se convierte en la fiesta de los mayores, la fiesta de los abuelos. Un reconocimiento de lo que vosotros, los mayores, nos habéis dejado con vuestra vida, pero también de lo que podéis seguir aportándonos. Un momento propicio para hacer una lectura con ojos de fe de lo que es la vida y en este caso la vida de los mayores, de nuestros mayores.
Aunque quizá en este momento pudieran venirnos a la memoria momentos tristes que nos hayan podido llenar de sufrimiento el corazón y la soledad que ya muchos sufrís también nos puede entristecer el alma, sin embargo creo que tenemos que recoger lo que ha sido vuestra vida en positivo y darle gracias a Dios por toda esa semilla de bien que habéis sembrado en los hijos y en cuantos os rodeaban, por esa semilla de bien que en el cumplimiento de vuestras responsabilidades habéis dejado sembrada en nuestro mundo con el deseo de hacerlo mejor.
Muchas huellas de cosas buenas habéis podido dejar sembradas en el surco de la vida de quienes os rodearon a lo largo de vuestra vida; pero también tenemos que decir que vuestra vida, porque estéis aquí, porque os veáis con muchos años y muchas limitaciones que van apareciendo en el cuerpo y en el espíritu, vuestra vida no es inútil; vuestra vida sigue teniendo una fecundidad muy grande. Con huellas de muchas cosas hermosas podéis seguir marcándonos los surcos de nuestra vida, la vida de quienes os rodeamos.
Será vuestro agradecimiento, y quiero comenzar por ello, por cuantas atenciones y por tanto cariño que podéis estar recibiendo de las personas que os cuidan y atienden. Es de corazones nobles ser agradecidos y reconocer cuanto recibimos de los demás. Y esa nobleza tiene que resplandecer en vuestro espíritu porque además será un buen aliciente para quienes estamos a vuestro lado para agradecer también cuanto de vosotros podemos recibir y de hecho recibimos. En eso queremos también aprender de vosotros. Grande es el cariño que también ustedes nos ofrecen y por lo que los que estamos cerca de vuestra vida les estamos profundamente agradecidos.
Pero todo eso bueno que habéis vivido, y que seguro que ha sido mucho y es bueno recordarlo y revivirlo, puede hacer rebrotar y florecer también en muchas cosas hermosas y positivas con las que podéis dejarnos el perfume de vuestra bondad, de vuestras inquietudes, de vuestras alegrías y esperanzas que ahora podéis compartir con nosotros, de muchas cosas que os ha ido enseñando la sabiduría de la vida y que no os podéis quedar para vosotros, sino que tiene que dejar una huella positiva en quienes os rodeamos y queremos recibir también vuestro cariño y con lo que tenemos que seguir aprendiendo a hacer mejor nuestro mundo.
Vosotros, queridos ancianos y ancianas, con vuestros muchos años y la experiencia de tantas cosas buenas de la vida, que ha sido vuestra experiencia y vuestro vivir, podéis ser como esas flores que se van deshojando pero que nos vais repartiendo esos pétalos perfumados que nos pueden llenar de color y de buen olor nuestras vidas. Ese deshojarse vuestra vida con el paso de los años no va a ser una pérdida porque nosotros iremos recogiendo esos pétalos perfumados de todas esas cosas buenas que nos ofrecéis para aprender también esa sabiduría de la vida que se desparrama de vosotros.
Como Joaquín y Ana dejaron su huella en María, también queremos que vuestras vidas con el perfume de tantas cosas buenas vaya dejando huella en nuestro mundo, porque así además contribuís a que entre todos los hagamos mejor.

Y pensad también que si sabemos hacer una ofrenda de nuestra vida al Señor, vuestro amor con todo lo bueno que deseáis hacer, pero también los sufrimientos que padecéis ya sea en vuestras limitaciones, debilidades y achaques que nos van apareciendo con el paso de los años, pero también de otras cosas que os hacen sufrir en el silencio de vuestro corazón en tantas soledades y recuerdos, puede ser como ese humo del incienso que se eleva al Señor que nos hace querer darle gloria al Señor con nuestra vida, pero que puede ser también un perfume - como el del incienso - que envuelva la vida de cuantos os rodean porque desde vuestra ofrenda van a ser gracia del Señor para nuestro mundo y para todos nosotros. Qué hermosa y valiosa puede ser vuestra vida cuando nos unimos en ofrenda al amor del Señor.

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