viernes, 25 de julio de 2014

La fiesta del Apóstol Santiago nos impulsa a ser misioneros y testigos del evangelio

La fiesta del Apóstol Santiago nos impulsa a ser misioneros y testigos del evangelio

Hechos, 4, 33; 5, 12.27-33; 12, 2; Sal. 66; 2or. 4,7-15; Mt. 20, 20-28
Ya un día a su paso por la orilla del lago Jesús lo había invitado junto con su hermano Juan a seguirle para hacerlos pescadores de hombres; lo mismo había hecho un poco más allá con Simón Pedro y su hermano Andrés. Pero es que había sido Andrés el que antes había llevado a su hermano Simón para que conociera a Jesús, diciéndole que habían encontrado el Mesías, como probablemente Juan le habría hablado a su hermano Santiago del que habían conocido allá en la ribera del Jordán.
Ahora Jesús los había invitado personalmente, como lo volvería a repetir cuando la pesca milagrosa tras una noche infructuosa, pero Pedro había echado las redes por la palabra de Jesús y había cogido una redada tan grande que las barcas se les hundían. También les diría entonces, ‘venid conmigo, y os hará pescadores de hombres’, y lo habían seguido dejándolo todo.  
Así habían estado con Jesús escuchándole a El directamente las explicaciones que no hacía a las multitudes y pronto Jesús había constituido el grupo de los doce, en el que en los primeros lugares de los llamados estaban ellos. Serían testigos de momentos especiales porque a Pedro, a Santiago u a Juan se los llevaba Jesús ya fuera en la resurrección de la hija de Jairo, ya fuera en lo alto del Tabor para la transfiguración, o ya sería al final en Getsemaní en aquella noche de agonía y oración en que le habían acompañado en lo hondo del huerto entre sus somnolencias.
Pero Santiago también sentía sus impulsos por estar con Jesús y por seguirle o por querer ser de los más cercanos. Eso quizá despertaría ambiciones especiales en su corazón, y ya por la cercanía con que Jesús se mostraba con ellos, o ya amparándose en los lazos familiares que les unían, les llevaría a la escena que hoy hemos contemplado en el evangelio. Jesús encauzará esos impulsos porque también Jesús necesitaba hombres con coraje a los que un día enviará hasta el fin del mundo para anunciar su evangelio del Reino de Dios. Bien veremos, según hermosa tradición, llegar en pocos años hasta el fin de la tierra entonces conocida por occidente para llegar hasta nuestra tierra hispana anunciando el evangelio de Jesús. Dios se vale también de lo que somos y valemos para realizar su obra.
Hoy en el evangelio lo veremos con su hermano Juan que se acercan capitaneados por su madre, podemos decir, hasta Jesús para hacerle una petición que ellos consideraban importante. En ese Reino que Jesús anunciaba alguien tendría que estar en primeros lugares cerca de Jesús para ayudarle en su tarea. ‘Ordena que estos dos hijos míos, será la madre la que lo pida, se sienten en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda’.
No saben lo que piden, como les dirá Jesús. No les dice que realmente ellos no ocupen esos puestos, sino que expresará Jesús lo que son las condiciones para ocupar esos primeros puestos en su reino. Ese Reino de Jesús que tendrá su momento importante de proclamación constitutiva en medio de la entrega de su pasión ya anunciada y su muerte en la cruz, como supremo gesto de entrega hasta lo infinito. Será el cáliz del dolor y de la pasión, el cáliz de la entrega hasta el final y dar la vida, pero ¿ellos estarán dispuestos a beber ese cáliz? ‘¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’
Como es normal en todo grupo cuando brillan las ambiciones de algunos, pronto comenzarán a florecer esas mismas ambiciones en los otros acompañadas de las malas hierbas de los recelos, las envidias y las desconfianzas.  ‘Los otros diez, al oírlo, se indignaron contra los dos hermanos’. Pero será la ocasión para que Jesús una vez más nos deje claras cuales con las condiciones del Reino.
No podemos andar a la lucha de los unos contra los otros como sucede en las cosas de nuestro mundo y sigue sucediendo cuando algunos comienzan a saborear las mieles del poder. ‘Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea el último, que sea vuestro esclavo’. Está claro cuales han de ser nuestras grandezas que tienen que pasar necesariamente por el servicio y por la humildad.
¿Aprendería la lección nuestro Santiago, hijo de Zebedeo, a quien hoy estamos celebrando? La tradición nos habla de ese camino largo que hizo para llegar a los confines de la tierra a anunciar el evangelio de Jesús, aunque no le fuera fácil. Pero también hemos escuchado hoy el relato de su martirio, siendo el primero de los apóstoles que muriera por el nombre de Jesús.
Hoy estamos celebrando la fiesta del Apóstol Santiago que para nosotros los españoles tiene tan especial significado, no solo por la tradición de haber predicado el evangelio en nuestras tierras hispanas, sino también porque conservamos su sepulcro en Compostela. Que con su guía y patrocinio se conserve la fe en España, como expresamos en el prefacio y las oraciones de la Misa. Creo que tenemos que pedirle que nos de también ese ímpetu que él tenía en ese deseo de estar cerca de Jesús y al mismo tiempo ese impulso misionero que le hizo llegar hasta nuestras tierras para el anuncio del evangelio.
A lo largo de los siglos no nos ha faltado a los españoles ese ímpetu misionero y han sido muchos los que a lo largo de todos los tiempos también se han ido a lo largo de todo el mundo haciendo ese anuncio misionero. Hoy necesitamos seguir cultivando ese espíritu misionero y evangelizador comenzando por nuestra propia tierra, tan necesitada de una nueva evangelización. Creo que podría ser algo que le pidiéramos hoy, y la lección que tomáramos de su vida para nosotros. 
Que en verdad seamos servidores del Evangelio, porque lo vivamos nosotros con toda intensidad, pero porque también con nuestra vida, nuestro ejemplo, nuestra palabra seamos anuncio y signo de evangelio para los que nos rodean.  Bien necesita el mundo que nos rodea de ese anuncio del evangelio, de esos testigos del evangelio que tenemos que ser nosotros.


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