viernes, 13 de junio de 2014

Sepamos hacer silencio en el corazón dejando de lado los ruidos de la vida para escuchar a Dios



Sepamos hacer silencio en el corazón dejando de lado los ruidos de la vida para escuchar a Dios

1Reyes, 19, 9.11-16; Sal. 26; Mt. 5, 27-32
Elías era un profeta apasionado por el nombre santo de Dios. ‘¿Qué te trae por aquí Elías?’, le pregunta una voz. ‘Mi pasión por el Señor Dios de los Ejércitos’, responde.
Eso había sido su vida, una continua lucha contra la idolatría y por mantener viva la fe del pueblo de Israel. Era el celo de Dios y por las cosas de Dios que sentía en su corazón. Será el gran profeta de Israel de manera que su nombre se convierte en paradigma de todos los profetas. Conocida es toda su trayectoria en medio de un pueblo que se deja arrastrar tras los falsos ídolos, la baales y sus profetas; es su lucha también con la reina Jezabel que trata de introducir en Israel esos cultos paganos. Cuando vamos leyendo con todo detalle la lucha del profeta vemos que fueron momentos duros.
Hoy le contemplamos en una hermosa experiencia de la presencia de Dios en su vida. Había huido al desierto a causa de esas persecuciones que sufre y desea morir. Pero el Señor va poniendo señales en su camino para que siga adelante y se mantenga firme con esa fuerza que el Señor le da. Misteriosa o milagrosamente el ángel del Señor va poniendo pan y agua junto a él en su peregrinar por el desierto, como una señal de que Dios está con él.
Ahora llega al monte de Dios, al Horeb, donde se refugia en una gruta, pero va a tener esa experiencia de Dios que pasa junto a él y llega a su vida. No se le manifestará el Señor a través de señales espectaculares sino desde señales sencillas y casi imperceptibles que solo unos ojos de fe podrán captar. Buscamos y queremos encontrarnos con Dios tantas veces en cosas espectaculares o grandiosas, pero hemos de saberle buscar en las cosas pequeñas y humildes porque así llega el Señor a lo más hondo de nuestra vida. Si nos quedamos solo en las cosas grandiosas tenemos el peligro de manipularlas o tergiversarlas y hasta de convertir esas cosas en dioses de nuestra vida. Era la tentación de los antiguos que se creaban dioses para todo ya fuera para la guerra o ya fuera en la espectacularidad de las fuerzas de la naturaleza confundiendo a las criaturas con el Creador.
‘Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor va a pasar’, escucha el profeta en su interior. ‘Pasó un viento huracanado, que agrietaba los montes y rompía los peñascos, vino un terremoto y un fuego devorador, pero en el viento no estaba el Señor, en el terremoto no estaba el Señor y en el fuego no estaba el Señor. Después escuchó un susurro y Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la gruta…’
Ese gesto de cubrirse el rostro con el manto viene a expresar esa presencia de Dios, pero a quien no se considera digno de contemplar. En el susurro escucha y siente a Dios. Se había sentido solo y abandonado porque el pueblo no era fiel a Dios y sentía el fracaso en sus entrañas. ‘Los israelitas han abandonado tu alianza… he quedado yo solo, y ahora me persiguen para matarme’, es su queja. Pero allá en lo más hondo de sí mismo sintió la presencia de Dios que le daba su fortaleza para seguir con su lucha. Ha de volver a Israel - ‘desanda el camino’ se le dice- , lleva unas misiones concretas que realizar, entre ellas escoger a un profeta sucesor suyo en la persona de Eliseo. Elías se siente lleno de Dios.
No nos podemos desalentar en nuestras luchas, aunque haya ocasiones en que nos parezca estar solos y abandonados de todos, pero tenemos que aprender a sentir la presencia de Dios en nuestra vida, a escucharlo allá en lo secreto de nuestro corazón. La imagen del profeta que se va al desierto y a la montaña nos está hablando de cómo hemos de saber hacer silencio dentro de nosotros para escuchar a Dios. Muchos ruidos de la vida, muchos afanes o muchas cosas materiales o terrenas que nos envuelven, nos impiden poder escuchar al Señor ahí en ese silencio del corazón. Hemos de dejar a un lado esos ruidos o ese materialismo de la vida. Le vamos a escuchar, no como a nosotros nos guste o nosotros nos imaginemos - recordemos lo que decíamos antes de las cosas grandiosas o espectaculares - sino hemos de escucharle cómo El quiera manifestarsenos.
Que crezca y madure nuestra fe para vivir y experimentar la presencia de Dios en nuestra vida. El quiere hacerse sentir allá en lo más hondo de nuestro corazón. Sepamos hacer silencio para escuchar a Dios.

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