sábado, 14 de junio de 2014

A vosotros os basta decir sí o no, la veracidad y la autenticidad de la vida




1Reyes, 19,19-21; Sal. 15; Mt. 5, 33-37
En ocasiones nos encontramos con personas que por mucho que nos hagan juramentos de que lo que nos dicen es verdad nunca las creemos. Es algo realmente desagradable, personas las que nos cuesta creer y que ellas mismas se dan cuenta de que no creíbles y por eso creen que por estar reafirmando las cosas con juramento continuamente van a ser más creíbles. Lo que es necesario es una mayor autenticidad y veracidad en la vida.
Quizá en la reflexión estemos partiendo de un hecho negativo, pero creo que nos damos cuenta de por donde va el mensaje que Jesús nos deja hoy en el evangelio. Es necesario constatar además aquellas cosas, actitudes, posturas, comportamientos que tenemos en la vida para confrontarlos con el evangelio y corregir lo que sea necesario. Jesús nos está diciendo que no es necesario jurar, que no podemos hacer juramento sin necesidad y por supuesto nunca con mentira porque sería algo muy grave si consideramos en verdad lo que es y lo que significa un juramento.
Creo que nos viene bien reflexionar sobre esto, que está haciendo referencia a lo que es el segundo mandamiento de la ley de Dios. Como nos dice el mandamiento ‘no tomarás el nombre de Dios en vano’. ¿Qué nos quiere decir? El nombre de Dios es santo y nos merece en todo momento respeto y veneración, porque mencionar el nombre de Dios en mencionar a Dios. Somos demasiado ligeros en nuestras conversaciones y en muchas ocasiones irrespetuosos en nuestra forma de tratar el nombre de Dios, cuando no, además se injuria y se blasfema de forma sacrílega el santo nombre de Dios y el nombre de todo lo sagrado.
Cuántas muletillas en este sentido irrespetuoso se utilizan en el lenguaje de hoy; cuánta banalidad en las conversaciones con palabras que se refieren a cosas sagradas. Ya nos enseñó Jesús a decir en el padrenuestro ‘santificado sea tu nombre’, cosa que no tendríamos que olvidar. Creo que todo creyente tendría que tomarse muy en serio esto que estamos reflexionando.
Y haciendo referencia al juramento del que nos ha hablado directamente hoy el evangelio, tendríamos que considerar que jurar es poner algo o alguien por testigo de que lo que decimos es verdad. Los que no son creyentes quizá se contentan con jurar por su conciencia y su honor, pero habría que pensar qué conciencia tenemos y cuál es el sentido de nuestro honor.
Para un creyente jurar es poner a Dios por testigo de la verdad que decimos o de la autenticidad de lo que hacemos. Pero esto es algo muy serio; invocar a Dios poniéndolo por testigo de nuestra verdad o de lo que prometemos creo que además de hacerlos siempre en justicia y con verdad, tendríamos que dejarlo para actos que realmente sean verdaderamente importantes y solemnes en nuestra vida. Ya siempre se nos enseñó en el catecismo que hay que jurar siempre con verdad y con justicia, y solo cuando realmente sea necesario; entonces no podemos utilizar el juramento por una banalidad. Como se dice, no jurar con mentira ni sin necesidad.
Como nos dice Jesús hoy ‘a vosotros os basta decir sí o no’. Cuando en la vida vamos siendo siempre sinceros y auténticos nadie nos va a pedir más, porque ya con nuestras actitudes y nuestros comportamientos vamos siempre con la autenticidad y la verdad por delante. Y eso es lo que es necesario, que seamos capaces de ser así sinceros, auténticos en lo que hacemos. Que nunca haya falsedad o hipocresía en nuestros comportamientos porque nos falte esa sinceridad en la vida.
Algunos entienden lo de andar con sinceridad en la vida, el ir con desparpajo y como decimos que somos sinceros lo que vamos haciendo es echar en la cara a todo el mundo lo que se nos ocurra. La sinceridad y la autenticidad de nuestra vida tienen que ser mucho más que ese desparpajo; la sinceridad se manifiesta en la forma de comportarnos, en la honradez y veracidad de nuestra vida, en la congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Es lo que realmente nos hace falta.
Seamos auténticos y congruentes en lo que hacemos y decimos.

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