domingo, 4 de mayo de 2014

Un camino de desesperanzas y derrotas transformado en camino de luz y de vida nueva



Un camino de desesperanzas y derrotas transformado en camino de luz y de vida nueva

Hechos, 2, 14.22-23; Sal. 15; 1Pd. 1, 17-21; Lc. 24, 13-35
El camino de Emaús en principio camino de desesperanzas, de derrotas y de silencios se convirtió en camino de luz y de esperanza nueva. Tristes, desilusionados, con la moral hecha añicos y el espíritu por tierra caminaban aquella tarde aquellos dos discípulos hacia Emaús. ¿El reconocimiento de una derrota y de que se desvanecían todas las esperanzas? Aunque el sol no había terminado de ponerse, en su espíritu todo era oscuridad y tinieblas.
Nos pasa tantas veces en la vida cuando fracasamos en aquello en que habíamos puesto tanta ilusión y tanto empeño, cuando se nos desvanecen las esperanzas porque parece que todas las noticias son lúgubres y tristes, cuando el dolor oprime el corazón y nos hace daño por todas partes y no se atisba ningún resquicio de luz. Qué tristeza embarga el alma en momentos así cuando se ha perdido toda esperanza. Parece que las tinieblas nos envuelven.
Pero el sol no había aún terminado de ocultarse en el horizonte, porque ahora iba a su lado, aunque ellos no se daban cuenta. Quien caminaba a su lado parecía no se consciente de la oscuridad que les envolvía por lo que les pregunta por qué esa tristeza y ese decaimiento que más que caminar parecía que se arrastraban por el camino sin tener horizontes ni metas. Allí estaba una luz que quería brillar en sus corazones pero por ahora las puertas y ventanas del alma estaban cerradas sin dejar entrar esa luz.
Aunque les embargaba el dolor y la desilusión por lo que parecía un fracaso, sin embargo ellos seguían amando a Jesús. A la pregunta del que parecía forastero que con ellos caminaba con entusiasmo comenzaron a recordarlo y a contarle un resumen de lo que había sido su vida, de las esperanzas que había suscitado, pero también de la pasión y muerte con que para ellos había acabado todo.
Recordaban que había  anunciado que resucitaría, pero era el tercer día y ellos nada habían visto, aunque llegaron noticias de la tumba vacía que ya se habían apresurado los sumos sacerdotes y principales de la ciudad a dejar correr la noticia de que sus discípulos habían robado su cuerpo; ellos si sabían lo que contaban las mujeres del sepulcro vacío, de apariciones de ángeles y de anuncios de que estaba vivo, pero para ellos todo se quedaba en sueños visionarios. Venían contando todo eso ‘pero a El no lo vieron’.
‘¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!’, les recrimina. Un suspenso en el conocimiento de las Escrituras, viene a decirles de una forma u otra. Aquel caminante sí conocía bien y manejaba las Escrituras. Comenzó a explicarles; comenzó la catequesis.
¿No os habéis fijado bien en lo que anunciaron los profetas?, venía a decirles. Nunca hablaron de un Mesías belicoso y triunfador; eso era lo que ustedes se habían imaginado como salida por haberlo estado pasando mal en relación con los pueblos que os dominan. Cuando nos sentimos oprimidos por algo parece como que lo que desearíamos es escachar de la forma que sea a quien nos lo está haciendo pasar mal. Aparece fácilmente en nuestro corazón el deseo de la venganza y la revancha.
Pero los profetas hablaban del siervo de Yahvé que sería llevado como cordero al matadero, las descripciones que hace Isaías no son tan agradables a su visión. Podríais recordar lo que tantas veces habéis rezado en los salmos que hablan de burlas y desprecios para el inocente. O podréis recordar lo que pasaron los patriarcas antiguos o los profetas. La obediencia de Abrahán en su fe le llevó al punto de sacrificar a su propio hijo; y los profetas como Jeremías fueron insultados, encarcelados, despreciados.
‘¿No era necesario que el Mesías padeciera todo eso para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a El en toda la Escritura’. Y podría decirles también, ¿no recordáis lo que yo os anunciaba que no hay amor más grande que el que da la vida por el amado? ¿No recordáis que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir? ¿No recordáis que para ser grande y entrar en la gloria había que saber hacerse el último y el servidor de todos? Muchas cosas les recordaría Jesús mientras caminaba con ellos y ellos no lo reconocían.
Pero sus corazones se iban caldeando; más tarde recordarían que ‘les ardía el corazón mientras les hablaba por el camino y les explicaba las Escrituras’. Si a los doce en el cenáculo les había lavado los pies para que comprendieran bien que era el Maestro y el Señor, ahora a estos caminantes desilusionados que marchan y en cierto modo huyen a Emaús les está lavando el corazón, porque en ellos se está produciendo un cambio grande. Han comenzando a dejar de pensar en sí mismos y en sus tristezas para abrir los ojos y darse cuenta del caminante que va a su lado. El amor, la generosidad y la disponibilidad se van despertando de nuevo en sus corazones y ahora no permitirán que el caminante siga su camino porque no solo el camino puede ser peligroso sino que ellos también lo necesitan, necesitan seguir estando con El. Algo de luz comienza a brillar en sus corazones
‘Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída’. Se están dando cuenta que había tinieblas en su corazón, pero ahora no quieren perder la luz. El cambio se está produciendo en sus corazones y ahora se irán sucediendo los signos con rapidez de vértigo ante sus ojos y se correrán los velos que les impedían ver y reconocer. ‘Entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero El desapareció’.
‘¡Era verdad, ha resucitado el Señor!’ y se ponen de nuevo en camino porque ya no hay tinieblas sino que tienen luz en el alma. Han visto al Señor, ha caminado con ellos en el camino y se ha sentado a su mesa. Entendían ahora mejor la alegría de los ciegos cuando recobraban la vista, porque habían estado bien ciegos y al final volvió la luz a su alma; podían entender por qué los leprosos daban saltos de alegría y corrían a contárselo a los suyos, porque la desilusión y la desesperanza que se les había metido en el alma era la peor lepra y Jesús con su presencia, con su Palabra, con los signos de la Eucaristía les había lavado el corazón y había renacido la esperanza en sus vidas.
Cuando se dieron cuenta de que Jesús había estado con ellos, aunque ahora ya de nuevo  no lo veían salieron corriendo porque la buena noticia había que comunicarla, no se la podían quedar para ellos sino que tenían que compartirla con los hermanos. Ahora no temían oscuridades en los caminos, pues aunque el sol se hubiera ocultado en el horizonte al caer la tarde ellos estaban viviendo un día nuevo radiante de luz y ya nada era dificultad para  ellos que se sentían hombres nuevos afortunados de haber estado con el Señor. Ahora el camino de regreso de Emaús se convirtió en un camino de luz - ya lo había sido antes aunque no se dieran cuenta porque iba el Señor con ellos - y un camino de esperanza nueva.
Pero necesitamos nosotros vivir esta experiencia de resurrección. Jesús también viene a nuestro encuentro y camina a nuestro lado y nos explica la Escrituras y parte para nosotros el pan. En serio preguntémonos, ¿estamos ahora en estos momentos viviendo esa experiencia de resurrección, de sentir a Cristo resucitado con nosotros que también nos quiere hacer ardes nuestros corazones?
Cuidado que los agobios de la vida nos distraigan y no nos dejen ver esa presencia del Señor. También vivimos momentos malos en que nos podemos llenar de desilusión y perder la esperanza, en que los problemas o los sufrimientos que padezcamos nos encierren en nosotros mismos y no seamos capaces de darnos cuenta de que el Señor está a nuestro lado. Abramos los ojos de la fe; despertemos nuestro espíritu; caigamos en la cuenta de cómo parte el pan el Señor para nosotros en esta Eucaristía. Aprendamos a sentir esa presencia del Señor.
Pero tenemos que darnos cuenta de una cosa más; en nuestro entorno hay muchas desesperanzas y derrotas que tenemos que curar. Esos caminos oscuros por los que caminan nuestros hermanos nosotros tenemos que iluminarlos haciendo presente a Jesús en medio de nuestro mundo. Ahí está la tarea que nos queda y el compromiso.

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