jueves, 8 de mayo de 2014

Débiles y pecadores comemos a Cristo dignamente para llenarnos de su gracia y tener vida para siempre



Débiles y pecadores comemos a Cristo dignamente para llenarnos de su gracia y tener vida para siempre

Hechos, 8, 26-40; Sal. 65; Jn. 6, 44-52
‘Yo soy el pan vivo bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’. Jesús les va haciendo una catequesis progresiva, en que paso a paso les va revelando más y más el misterio de su ser, de su vida.
Siguen recordando los judíos el maná que sus padres comieron en el desierto; Jesús les habla del verdadero pan del cielo que da vida para siempre. Y termina diciendo que El, su carne, su cuerpo es ese pan bajado del cielo que da vida al mundo. ¿Qué es lo que viene a ofrecernos Jesús con su redención? Bien lo sabemos, decimos la salvación, decimos la vida porque no solo nos viene a perdonar al redimirnos, sino que viene a hacernos partícipes de su vida divina para hacernos hijos de Dios.
Cristo quiere  ser nuestra vida y nuestro alimento; para eso nos habla del pan bajado del cielo, se hace pan por nosotros para que le comamos. Y así como el que come se alimenta y puede vivir, puede tener vida, así quiere que le comamos a El. Es el regalo grande que nos hace  Jesús con la Eucaristía.
Pero no podemos comer a Cristo de cualquier manera; no es un alimento cualquiera, es alimento de gracia y de vida, es alimento que nos trae la salvación y nos inunda con la gracia divina, es alimento que nos fortalece para vivir la vida nueva que nos ofrece pero también es gracia que nos purifica y nos eleva para hacernos cada vez más santos.
Primero es necesaria la fe para creer en ese misterio de amor que es la Eucaristía donde Cristo mismo se nos da. El que cree en mi vivirá para siempre, nos había dicho. Por eso hemos de distinguir bien qué es ese alimento que Cristo nos ofrece en la Eucaristía, porque vamos a comer a Cristo.  Y eso tiene sus exigencias en esa misma fe que tenemos en El.
Pero hay algo más, ¿cómo podemos decir que vamos a comer a Cristo que es vida y nos da vida si en nosotros hay muerte y no queremos salir de esa muerte? ¿qué quiero decir? No podemos acercarnos a la comunión eucarística llenos de muerte, llenos de pecado, sin querer arrancarlos de verdad de nuestra vida. atrevernos a ir a comulgar a Cristo llenos de pecado es comulgar indignamente; y, como nos enseña san Pablo en la carta a los corintios, el que come a Cristo indignamente está comiendo su propia condenación. Es por lo que decimos que cuando vamos a comulgar hemos de ir en gracia de Dios, o sea, después de haber recibido el perdón de nuestros pecados en el sacramento que nos perdona, en el sacramento de la Penitencia.
No vamos a poder comulgar a Cristo porque ya seamos santos, pero sí porque queremos ser santos.  Y querer ser santo es querer arrancar el pecado de nuestra vida; señal de que queremos arrancar el pecado de nuestra vida es  que nos acerquemos al sacramento de la Penitencia o Reconciliación para recibir ese perdón de Dios y luego de forma digna podamos ir a comer a Cristo, a comulgar a Cristo.
Esto es algo que muchas veces olvidamos los cristianos, o no le damos la importancia que se merece. No podemos olvidar lo que la Iglesia siempre nos ha enseñado, que con pecado no podemos comulgar; por eso es necesario antes la reconciliación, el acudir al sacramento del perdón, para restaurar esa gracia en nosotros.
Luego, sabiendo incluso que somos débiles y pecadores y que tropezamos o tenemos el peligro de tropezar muchas veces, vamos a alimentarnos de Cristo para fortalecer nuestra vida con su gracia; queremos ser santos a pesar de que conocemos nuestra debilidad y condición pecadora y acudimos a alimentarnos de Cristo para llenarnos de su gracia  que nos dé esa fortaleza en la lucha contra el pecado, nos dé esa fortaleza que nos haga avanzar más y más por esos caminos de la santidad. Vamos a alimentarnos de Cristo porque queremos mantener su vida en nosotros para siempre y de la misma manera que nuestro cuerpo lo alimentamos con la comida, comemos a Cristo para alimentar nuestra vida de gracia, nuestra vida espiritual y sentirnos siempre fortalecidos en el Señor.

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