sábado, 27 de abril de 2013


Quien me ha visto a mi ha visto al Padre

Hechos, 13, 44-52; Sal. 97; Jn. 14, 7-14
‘Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre’. Es la respuesta que Jesús da a Felipe cuando éste le pide: ‘Señor, muéstranos al Padre, y nos basta’.
Deseamos conocer a Dios. Es un ansia y un deseo que todos llevamos dentro. Nos sentimos sobrecogidos ante el misterio de Dios al que no podemos abarcar por nosotros mismos. Los discípulos que tanto le habían oído hablar a Jesús de Dios, a quienes les había enseñado a llamar Padre les parece ahora que tienen la oportunidad, por lo que les dice Jesús, de que puedan conocer a Dios. ‘Muéstranos al Padre’, le piden porque no es solo la petición de Felipe, sino en el fondo es la petición de todos, como es también nuestra petición en ese deseo de Dios que tenemos allá en lo más hondo de nosotros mismos.
‘Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe?’. Efectivamente conociendo a Jesús podemos llegar a conocer a Dios. Ya al principio del evangelio de Juan escuchábamos: ‘A Dios nadie lo vio jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer’. Y como se  nos decía rotundamente entonces: ‘Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros; y hemos visto su gloria, la gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad’.
Es Jesús la Revelación de Dios, la Palabra viva de Dios que se ha hecho carne. Es en Jesús en quien podemos conocer al Padre. ‘El que me ve a mi, ve al Padre’, o como ya nos había dicho ‘nadie va al Padre sino por mí’, por eso nos decía como hemos escuchado recientemente que Jesús es el Camino, y la Verdad, y la Vida.
Cuando estamos contemplando a Jesús, en sus obras y en su actuar, estamos contemplando el rostro misericordioso de Dios. ‘Yo estoy en el Padre y el Padre en mí’, nos dice hoy, ‘creed a las obras’. Son las que dan testimonio de Jesús y nos están ratificando quien es Jesús, pero viendo a Jesús estamos viendo las obras de Dios, estamos conociendo a Dios.
Por eso hemos escuchado cómo Jesús da gracia al Padre que se ha revelado a los pequeños y a los sencillos, ocultando los misterios de Dios a los que se creen grandes y entendidos. Es lo que realiza Jesús a quien vemos siempre rodeados de los pequeños, de los pobres, de los que sufren y allí va derramando el amor y la misericordia de Dios. ‘Nadie conoce al Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien se lo quiera revelar’.
Es por eso por lo que nos dice Jesús hoy: ‘Si me conocierais a mi, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Por eso es tan importante lo que tantas veces repetimos, la necesidad que tenemos de crecer en el conocimiento de Jesús para crecer en nuestra fe, para que luego se pueda manifestar en una verdadera vida cristiana. 
Qué importante que escuchemos con atención y con mucha fe la Palabra del Señor que cada día llega a nosotros. No es una palabra cualquiera, es la Palabra que Dios quiere decirnos para revelarse a sí mismo y para que conociendo cada vez más el misterio de Dios vayamos al mismo tiempo descubriendo las maravillas que el Señor quiere realizar en nosotros; descubramos y reconozcamos la grandeza a la que el Señor nos llama cuando  nos hace partícipes de su vida.
Y una última cosa que nos deja dicho Jesús hoy en el evangelio. Es la seguridad y la certeza de que Dios nos escucha y nos concede lo mejor y lo más hermoso para nuestra vida. ‘Yo me voy al Padre, nos dice, y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré’. Es por eso por lo que la oración de la Iglesia la hacemos siempre ‘por Jesucristo nuestro Señor’. Que por Jesucristo nuestro Señor podamos cada día conocer más a Dios.

viernes, 26 de abril de 2013



Con la fe en Jesús nos sentimos siempre llenos de paz y contagiamos de esa paz

Hechos, 13, 26-33; Sal. 2; Jn. 14, 1-6
Qué a gusto y qué bien se siente uno al lado de personas que con su sola presencia nos dan sensación de sosiego y de paz. Personas que vemos serenas, aun en medio de momentos malos y tormentosos, porque nos da la impresión de que saben bien lo que quieren, a donde van o lo que es el sentido o el valor de su vida. No pierden la calma, la serenidad; nos trasmiten paz y sosiego; nos ayudan, muchas veces solo con su presencia, a que nosotros tengamos también ese equilibrio interior que se manifestará también en la forma de reaccionar y de actuar.
Hoy Jesús nos dice: ‘No perdáis la calma…’  Quiere Jesús que tengamos paz en nuestro espíritu y sepamos también trasmitir paz. Y ¿qué es lo que hemos de hacer para no perder la calma, para mantener esa paz de nuestro espíritu? ‘Creed en Dios y creed también en mí’, nos dice. Poner toda nuestra fe y nuestra confianza en Dios, en Cristo.
¿Qué significa eso? ¿qué significa esa fe y cómo ha de ser? No es decir, como algunos piensan, bueno en algo hay que creer por si acaso. Nuestra fe tiene que ser otra cosa, porque la fe que ponemos en Dios nos da seguridad y confianza total. No creemos por si acaso, sino con la seguridad que nos da Dios que se hace presente en nuestra vida, de tal manera que nos dará seguridad, serenidad, paz en todo lo que hagamos o en todo lo que vivamos.
El auténtico creyente se llena de esa paz de Dios; el auténtico creyente se siente firme y seguro en su fe y nada le hará dudar o llenar de zozobra, por muy fuertes que sean los embates de las cosas desagradables que le sucedan en su vida. Los problemas, la enfermedad, la muerte incluso no le hacen perder la paz del espíritu. Por la confianza que ha puesto en Dios sabe lo que quiere y seguro y con fortaleza emprende su camino. Por la fe que pone en Dios su vida está llena de esperanza y expresará en lo que haga ese equilibrio que tiene en su interior a pesar de todo lo que le pueda pasar.
Y es que Jesús nos da la seguridad de que vamos a vivir en El; estará con nosotros pero de manera que nuestra vida se transformará totalmente porque nos sentimos inundados por su gracia y por su vida. Ahí, sea lo que sea lo que nos suceda, nunca el creyente se siente solo o abandonado. El viene a nosotros pero nosotros nos sentimos inmersos en El. Y todo eso lo vamos a vivir con paz de espíritu, lo vamos a expresar con alegría, será contagioso para los que están a nuestro lado. Aquello que decíamos que cuando estamos junto a alguien lleno de sosiego y paz nos sentimos contagiados, pues es de lo que nosotros tenemos que contagiar a los demás.
Lograr todo eso es el camino de espiritualidad cristiana que vamos recorriendo en nuestra vida, en el que hemos de crecer más y más. Es el camino de superación que cada día hemos de ir logrando en nosotros, porque son muchas las cosas que nos acechan y nos distraen de la meta a la que aspiramos. Pero como decimos que hemos de ir creciendo en nuestra fe más y más, iremos creciendo en esa espiritualidad que nos va llenando de Dios y va haciendo nuestra vida distinta.
¿Qué hemos de hacer? Seguir el camino de Jesús. ‘Volveré y os llevaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros. A donde yo voy ya sabéis el camino’, les decía a los apóstoles en la última cena y nos está diciendo a nosotros. Los discípulos le preguntaban porque les costaba entender: ‘Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?’ A lo que Jesús les respondió: ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí’.
Como tantas veces hemos reflexionado nuestro vivir es Cristo, nuestro camino es Cristo, la verdad de nuestra vida es Cristo. Si lo convertimos de verdad en el centro de nuestra existencia encontraremos el sentido de todo, encontraremos la luz que necesitamos, tendremos la fuerza de su Espíritu que nos ilumina, encontraremos de verdad esa paz. Es el camino de espiritualidad que hemos de recorrer, porque es llenarnos, dejarnos inundar por el Espíritu de Cristo.

jueves, 25 de abril de 2013


Una profesión de fe con firmeza, un anuncio hecho con fidelidad, unas huellas que hemos de seguir

San Marcos Evangelista

1Pedro 5, 5-14; Sal.88; Mc. 16, 15-20
‘Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado’. Es el final del Evangelio, el último mandato de Jesús. ‘Y ellos fueron y proclamaron el evangelio por todas partes…’
Pero si así concluye el evangelio de Marcos, en ese mismo sentido tenía su comienzo. ‘Comienzo del Evangelio (de la Buena Noticia) de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios’. Fueron las primeras palabras y el inicio que nos está manifestando lo que el evangelista nos quiere trasmitir: la Buena Noticia de Jesús, que es el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios; Buena Noticia que se ha de trasmitir a toda la creación para que todo el que crea en esa Buena Noticia alcanza la salvación.
Marcos o Juan Marcos, el autor del Evangelio que más tarde sería el fundador de la Iglesia de Alejandría - así se ha considerado siempre y así lo tiene la Iglesia Copta de Egipto - aparece en distintos momentos de la Escritura, ya sea el propio evangelio algo así como insinuado, ya sea en los Hechos de los Apóstoles o en las cartas de San Pablo y San Pedro que lo llama ‘mi hijo querido’, como hoy mismo hemos escuchado.
Digo que en el evangelio es insinuado porque los intérpretes suponen que aquel joven que tras el prendimiento de Jesús en el Huerto le sigue envuelto en una sábana es el propio Marcos; ¿sería aquel huerto de la familia de Juan Marcos? Son suposiciones porque el hecho de que lo siguiera envuelto en una sábana da a entender que dormía cerca y al oír los ruidos saliera a ver lo que pasaba.
En los Hechos aparecerá con Pablo y Bernabé - del que se dice en la carta a los colosenses que eran primos o familia - en el primer viaje apostólico aunque al llegar a Panfilia decide volverse a Antioquía. Eso motivará que en el segundo viaje Pablo y Bernabé discutan a causa de Juan Marcos a quien Bernabé quería llevar con ellos pero Pablo no, y es por lo que ese viaje lo hará ya Pablo solo. Marcos acompañó a Bernabé a Chipre.
En distintas cartas Pablo hará alusión a un Juan llamado Marcos, lo mismo que en la carta de San Pedro que hoy hemos escuchado. Evangelizaría Egipto por lo que se le considera fundador de la Iglesia de Alejandría que tanta importancia tuvo en la Iglesia de los primeros siglos y donde murió mártir. Sus restos están en la Catedral de Venecia dedicada precisamente a su nombre. 
A Marcos se le ha considerado siempre como autor del segundo evangelio, en el que se considera que recoge las catequesis de san Pedro en Roma, puesto que él no fue discípulo directo de Jesús. Es el evangelio más breve y tiene muchas concordancias con los otros evangelios sinópticos de Marcos y de Lucas, porque los exegetas hablan de una fuente común para dichos evangelios.
Tras esta breve reseña de la vida de Marcos y su evangelio desde lo que nos refleja la propia Escritura sagrada, convendría detenernos a reflexionar un poco en cual sería el mensaje que lleváramos a nuestra vida en esta fiesta de san Marcos a la que nos invita hoy la liturgia de la Iglesia. Muchas consideraciones podríamos hacernos fijándonos en aspectos que se resaltarían de manera especial en este evangelio.
Ya desde un primer momento el evangelista nos hace una afirmación contundente para definirnos quien es el Jesús del que nos va a hablar en el Evangelio. Como resaltábamos al principio de esta reflexión el evangelio se inicia diciéndonos ‘Evangelio - Buena Noticia - de Jesús, el Cristo - Mesías -, el Hijo de Dios’. Quiere presentarnos a Jesús en quien hemos de creer para alcanzar la salvación. El que crea en esa Buena Noticia que se nos trasmite, y se bautice, se salvará.
Para centrar este mensaje quiero fijarme en las tres intenciones o motivaciones principales de las oraciones de la liturgia en la Eucaristía de la fiesta de san Marcos. Pedimos ‘seguir siempre fielmente las huellas de Cristo… mantenernos fieles a la misión de anunciar el Evangelio… y creer con firmeza en ese evangelio’. Una fe que hemos de confesar, de vivir y de proclamar con toda fidelidad siguiendo siempre las huellas de Jesús.
Queremos manifestar con toda firmeza nuestra fe en Jesús y en la Buena Noticia de Salvación que nos llega con Jesús a nuestra vida; la firmeza de la proclamación de nuestra fe. Pero esa proclamación no la hacemos solo con palabras, sino en el camino de nuestra vida. ¿Cuál ha de ser ese camino? Seguir las huellas de Cristo. No queremos otra cosa sino vivir a Cristo, imitarle, ser como El, tener sus mismos sentimientos, vivir su misma vida, empaparnos de sus mismas actitudes de amor, de humildad y de servicio. Pero esa riqueza no nos la guardamos para nosotros sino que hemos de trasmitirla a los demás: fidelidad en el anuncio del evangelio.
Es lo que hizo san Marcos con su vida, con su anuncio del evangelio por todo el mundo, escribiéndonos también el evangelio inspirado por el Espíritu Santo para que lo tengamos como Palabra de vida y de salvación para nosotros, como Palabra de Dios, Palabra que Dios nos dirige para que creyendo en Jesús alcancemos la salvación.
Que el Espíritu del Señor nos ilumine y fortalezca para esa confesión de fe, para ese anuncio de nuestra fe para que llegue al mundo la salvación.

miércoles, 24 de abril de 2013


La Eucaristía fuente de una espiritualidad de humildad, pobreza y servicio a ejemplo del Hermano Pedro

Is. 58, 6, 11; Sal. 111; Ef. 3, 14-19; Mt. 25, 31-46
Cuando celebramos la fiesta de los Santos, como decimos en el prefacio, se nos ofrece el ‘ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que alentados por su presencia alentadora luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos con ellos la corona de gloria que no se marchita’.
Hoy estamos celebrando al Santo Hermano Pedro, nuestro santo canario, nacido en un pueblo de nuestras islas, Vilaflor, y que murió en Guatemala. Han pasado los siglos y sigue siendo para nosotros ese ejemplo por su vida. Damos gloria al Señor por el estímulo que significa para nosotros su ejemplo. Damos gracias a Dios porque contemplándolo a él nos sentimos alentados en ese camino que queremos realizar de seguimiento de Jesús. Damos gracias a Dios porque él es también ese poderoso intercesor desde el cielo para alcanzarnos la gracia del Señor que necesitamos en el día a día de nuestra vida cristiana.
En nuestras islas pasó su vida como pastor, cuidando su rebaño en aquellas bandas del sur, como se decía antes para referirnos a esa parte de la Isla. Desde las alturas de Vilaflor hasta la orilla del mar allá junto a la playa del Médano los caminos se entrecruzan y por aquellas veredas de entonces llevaría a pastar sus ganados como era la costumbre entonces en invierno o en verano en un sitio o en otro para obtener los mejores pastos. Queda la memoria de su fe y de su devoción y ya sea hoy en la cueva que tantas veces le cobijara en la costa o en el lugar donde estuviera la casa de su nacimiento a espaldas de la Iglesia de Vilaflor nos quedan esos lugares como santuarios que con la intercesión del santo Hermano Pedro nos acerquen a Dios y nos alcance la gracia divina.
Joven marchó a América, porque en su corazón algo le llamaba, mejor Alguien decimos desde nuestra fe, porque allá, aunque muriera joven, de cuarenta y un año, grande había de ser la obra que realizara desde la humildad y desde el amor. Son dos pilares fundamentales de la espiritualidad de su vida tomando como ejemplo y modelo la escuela de Belén.  Era el humilde terciario franciscano, no pudo llegar al sacerdocio como hubiera deseado por su falta de letras, que recorría las calles de Antigua Guatemala recogiendo a los pobres enfermos y necesitados y recogiendo para ellos las limosnas que le daban para poder atenderlos debidamente.
Calladamente y en silencio como lo saben hacer los que son humildes y están llenos de amor fue forjando la santidad de su vida alimentado por su extrema devoción a la Eucaristía. Por eso en una de las oraciones de la liturgia se nos dice que tengamos nosotros como ‘centro de nuestra vida el misterio eucarístico a ejemplo del Santo Hermano Pedro, quien hizo de la Eucaristía la fuente de un profundo espíritu de humildad, pobreza y servicio’.
El Concilio Vaticano II vendría a decirnos que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia y del cristiano. Ya lo contemplamos en nuestro Santo Hermano Pedro, porque allí estaba la fuente profunda de su espiritualidad. Caminos de amor y de entrega, caminos de humildad y servicio que alimentamos de Cristo Eucaristía.
Porque cuando comulgamos a Cristo, como hemos reflexionado últimamente, estamos comiendo a Cristo para hacernos uno con El, para configurarnos con El que es vivir su misma vida, que es vivir su mismo amor, que es llenarnos de sus mismos sentimientos de humildad y de mansedumbre, que es vivir sus mismas actitudes de amor y de servicio. Ya reflexionábamos que cuando comemos a Cristo en la Eucaristía nos sentimos transformados por Cristo para vivir una misma vida. Es lo que vivía el Santo Hermano Pedro y en lo que es hermoso ejemplo y lección para nuestra vida.
En el evangelio hemos escuchado la alegoría que Jesús nos propone para hablarnos del juicio final. Como hemos recordado en alguna ocasión san Juan de la Cruz vino a resumir estas palabras de Jesús con aquello de que ‘en el atardecer de la vida, seremos examinados del amor’. Es lo que escucharía nuestro santo Hermano Pedro cuando se presentó ante el Señor: ‘Ven, bendito de mi Padre, porque estuve hambriento y me diste de comer, porque estaba enfermo y me visitaste, porque era peregrino y me acogiste…’ Es lo que supo hacer nuestro santo en su vida, acoger al hermano, al pobre, al enfermo, al que nada tenía, al que estaba abandonado de todos, como si a Cristo acogiera. Es el ejemplo, el hermoso testimonio que hemos de recoger de su vida, es la hermosa lección que nosotros hemos de aprender. ‘Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento’, nos decía el apóstol en la carta a los Efesios.
Es la lección del amor que hemos de aprender porque en él estamos viendo reflejado el amor del Señor. Y como  nos dice san Juan en sus cartas ‘en esto hemos conocido el amor de Dios: en que El dio su vida por nosotros. También nosotros hemos de dar la vida por nuestros hermanos’, también nosotros hemos de amar con un amor así.
Y la presencia y el ejemplo y el testimonio del Hermano Pedro es nuestro aliento para no desfallecer en ese camino de nuestra vida cristiana. Sabemos que nuestra recompensa la tenemos en el Señor.

martes, 23 de abril de 2013


Por primera vez comenzaron a llamarse cristianos

Hechos, 11, 19-26; Sal. 86; Jn. 19, 22-30
‘Fue en Antioquia donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos’. Hasta ahora eran simplemente los discípulos de Jesús, ‘los que seguían aquel camino’ como se referirá a ellos en otro momento el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero ahora con la expansión, llegando a Antioquia de Siria y donde nacería una comunidad de gran importancia en la Iglesia primitiva y donde se anunciaba también a los gentiles el nombre del Señor Jesús comienzan a llamarse cristianos.
Jesús había enviado a sus discípulos por todo el mundo a predicar el Evangelio de manera que todo el que creyese y se bautizase, alcanzase la salvación; ahora con la dispersión provocada por la persecución que se había desatado en Jerusalén y el martirio de Esteban vemos cómo llega el anuncio del evangelio a Antioquia como a otros muchos lugares.
Ayer escuchábamos cómo Pedro, impulsado por el Espíritu, había ido a casa de un gentil al que también había bautizado; tuvo que dar sus explicaciones a la comunidad de Jerusalén porque en principio solo hablaban de Jesús a los judíos; estaba claro que el evangelio había de extenderse por todas partes y a todos había de anunciarse. Ahora contemplamos en la comunidad de Antioquía que también comenzaron a hablar de Jesús a los gentiles que también abrazaban la fe.
Pero otro aspecto que podríamos destacar es la unidad entre todos los que creen en Jesús. Se irán creando y estableciendo distintas comunidades por todas partes en la medida en que se anuncia el Evangelio, pero siempre habrá una unidad en todos los creyentes. Cuando los cristianos de Jerusalén tienen noticia de esa nueva comunidad muy floreciente en Antioquía envían a Bernabé como un signo de comunión. ‘Al llegar y ver la acción de la gracia de Dios se alegró mucho y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño…. y una multitud considerable se adhirió al Señor’.
Ya el libro de los Hechos hizo mención de Bernabé por el testimonio que dio al vender sus posesiones para generosamente entregarlo todo para ayudar a los pobres y nadie pasara necesidad, pero ahora veremos la importancia que Bernabé tuvo en la Iglesia primitiva, que sin ser del número de los Doce se le considera también como un Apóstol. A Antioquía vino enviado por la comunidad de Jerusalén y en diferentes asuntos que surgieron entre ambas comunidades lo veremos a El como un mediador.
Hoy lo vemos que toma la iniciativa de ir a Tarso a buscar a Saulo - hemos escuchado hace días su conversión y tras momentos de tensión que se habían creado con su predicación y anuncio del evangelio, había marchado a su pueblo de origen, Tarso de Cilicia - y Bernabé lo trae ahora porque ambos van a realizar una gran tarea en la Iglesia naciente.
Es hermoso ir contemplando este camino de la Iglesia naciente y como se va propagando; pero es algo que tendría que hacernos pensar y que tendría que servirnos a nosotros de estímulo para esa tarea del anuncio del evangelio, de llevar el nombre de Jesús a los demás. Un cristiano nunca se puede cruzar de brazos en esta maravillosa tarea de la evangelización. Nos gozamos viendo el crecimiento de la Iglesia, pero hemos de poner también el granito de arena de nuestro esfuerzo, de nuestro testimonio para que así podamos hacer que cada día más muchos puedan alabar el nombre del Señor.
Que el Señor nos dé ese espíritu apostólico y misionero para que sintamos la urgencia de la evangelización de nuestro mundo. Si para nosotros es un gozo el creer y en Cristo Jesús encontramos el sentido y el valor de nuestra vida, ¿por qué no hacer partícipes a los demás de esa alegría y todos puedan sentirse iluminados por la luz de la fe? ‘¡Ay de mí, si no evangelizare!’ decía en una ocasión san Pablo en sus cartas. Es el compromiso que hemos de sentir en nuestro corazón, es el ardor de nuestro espíritu para anunciar la Palabra de Dios a los demás.
Que todos puedan llevar el nombre de cristianos porque en verdad nos adhiramos con toda firmeza y valentía a Jesús y a su evangelio.

lunes, 22 de abril de 2013



Yo soy la puerta de las ovejas… quien entre por mí, se salvará…

Hechos, 11, 1-8; Sal. 41; Jn. 10, 1-10
‘Yo soy la puerta de las ovejas… quien entre por mí, se salvará…’ La salvación solo la tenemos en Jesús. El es nuestro único Salvador. ¿Buscamos en El de verdad la salvación?
Seguimos con la imagen del pastor, de las ovejas, de los apriscos o rediles donde se guardan las ovejas, como ayer domingo que celebrábamos el domingo del Buen Pastor. Parte Jesús de las imágenes de lo que sucedía entonces y quizá aun en algunos ambientes pastoriles pueden seguir siendo costumbres. Todas las ovejas eran guardadas en un mismo redil; cada pastor iba a buscar a sus ovejas para sacarlas a pastar y llevaría solo sus ovejas, pero cada oveja solo seguiría a su pastor porque es a quien conocían. Al redil solo podrían entrar quienes eran de verdad los pastores de aquellas ovejas y quien quisiera entrar por otro lado, como nos dice, es el ladrón y bandido que va a robar. El pastor entra por la puerta porque le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz y le siguen. Al extraño no lo seguirán sino huirán de él, porque no conocen su voz.
Como antes nos preguntábamos ¿buscamos al que es el verdadero pastor de nuestra vida, el único en quien encontraremos la salvación? ¿Escucharemos y reconoceremos su voz o andaremos algunas veces perdidos buscando la salvación donde en verdad no vamos a encontrarla? Tenemos que reafirmar bien nuestra fe en Jesús creciendo más y más en su conocimiento.
Son los peligros de las confusiones que podemos tener en la vida, porque quizá puedan venir de aquí o de allí diciéndonos cosas que nos confunden y nos alejan del verdadero camino de nuestra salvación que solamente en Jesús vamos a encontrar. Cuando se acercan a nosotros tratando de atraernos a sus caminos algunos nos dicen que lo que enseñan no es malo, y tenemos que escuchar a todos. Pero cuando  no tenemos unos sólidos fundamentos en nuestra fe, terminamos haciendo una mezcla de cosas y de ideas que nos apartan de la verdadera fe católica que nos une a nuestra Iglesia.
Creo que tenemos que sentirnos bien seguros de nuestra fe y formarnos debidamente para que no nos entren esas confusiones. Cuando somos débiles en la fe porque no  nos hemos formado debidamente todo nos puede parecer bueno y al final terminamos abandonando lo que es la fe en Jesús que en la Iglesia recibimos y en la Iglesia hemos de vivir. Y hay muchos que quizá quieran aprovecharse de esa nuestra debilidad.
Estamos celebrando el año de la fe al que nos convocó el Papa durante este año en las diversas conmemoraciones que estamos celebrando tanto del inicio de Concilio Vaticano II como de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica que compendia todo el contenido de nuestra fe.
Precisamente en la convocatoria del Papa para este año se nos hablaba de la puerta de la fe, una buena referencia a lo que hoy hemos escuchado en el evangelio. Y la intención de la celebración de este año es el que ahondemos en nuestra fe, revitalizándola de verdad, para que podamos dar ese testimonio claro y valiente de nuestra condición de cristianos en medio del mundo. Y una forma de revitalizar nuestra fe no es solamente decir que yo si creo, sino el que trate de ahondar, estudiar, repasar todo lo que es el contenido de nuestra fe que se nos recoge en el catecismo para luego con toda firmeza y sin confusión confesar nuestra fe.
Cuando a los mayores se les habla de Catecismo y de esto que ahora estamos diciendo algunos parece como que se sienten ofendidos porque piensan que eso es cosa para niños o cosa de aprendernos unas fórmulas de memoria. De ninguna manera podemos pensar así. En cada etapa de la vida necesitamos esa profundización en nuestra fe, porque no podemos profundizar lo mismo siendo niños que de jóvenes o de mayores.
Lástima esa reacción tan negativa en la mayoría de nuestras gentes a conocer con profundidad su fe. Claro que luego todos quieren hablar y opinar sobre la Iglesia y sobre lo que tendría que enseñar para que se nos hagan rebajas, como se suele decir, porque estos son otros tiempos. Por esa falta de hondura en el conocimiento de lo que es nuestra fe, de lo que nos contiene el catecismo, vienen esas confusiones de las que hablábamos antes y que tanto daño nos hacen en la vivencia de nuestra fe y nuestra vida cristiana. Tenemos que conocer con más profundidad lo que son los fundamentos de nuestra fe y los principios de la moral cristiana, y en eso andamos con muchas carencias en nuestro pueblo cristiano. Ojalá el Espíritu del Señor mueva nuestros corazones que nos lleven a esa proclamación auténtica de nuestra fe.
Cristo es la puerta por la que tenemos que entrar para alcanzar la salvación porque El es nuestro único salvador. Y todo ese depósito de la Salvación lo dejó confiado a su Iglesia. No  nos apartemos nunca de lo que es la fe auténtica de la Iglesia.

domingo, 21 de abril de 2013


Jesús, Buen Pastor está siempre a nuestro lado

Hechos, 13, 14.43-52; Sal. 99; Apoc. 7, 9.14-17; Jn. 10, 27-30
Este cuarto domingo de Pascua es conocido desde siempre como el domingo del Buen Pastor. Es la imagen con la que Jesús se nos presenta en el Evangelio pero, además todos los textos de la liturgia propios de este domingo, las oraciones, las antífonas, están impregnados de ese sentido y de una forma o de otra nos aparece esa imagen del Buen Pastor.
‘Yo soy el Buen Pastor - dice el Señor - conozco a mis ovejas y las mías me conocen’ es la antífona del Aleluya con que hemos aclamado el Evangelio antes de proclamarlo. De ello nos ha hablado Jesús. ‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna’, nos decía en el evangelio.
Esta imagen del pastor es muy rica en significado para hablarnos de ese amor de Dios que nos busca y que nos llama, que nos cuida y que nos alimenta, que nos conduce por caminos seguros y nos llena de vida. Es imagen bien hermosa para manifestarnos todo  lo que es el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Un amor fiel que permanece invariable sobre nuestra vida, que nos llena de esperanza porque nos sabemos siempre amados de Dios.
En el mensaje que nos dejaba Benedicto XVI para la Jornada de oración por las vocaciones que se celebra en este día nos decía: ‘¿En qué consiste la fidelidad de Dios en la que se puede confiar con firme esperanza? En su amor. El, que es Padre, vuelca en nuestro yo más profundo su amor, mediante el Espíritu Santo. Y este amor, que se ha manifestado plenamente en Jesucristo, interpela a nuestra existencia, pide una respuesta sobre aquello que cada uno ha de hacer de su propia vida, sobre cuánto está dispuesto a empeñarse en realizarla plenamente. El amor de Dios sigue, en ocasiones, caminos impensables, pero alcanza siempre a aquellos que se dejan encontrar. La esperanza se alimenta, por tanto, de esta certeza: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Y este amor exigente, profundo, que va más allá de lo superficial, nos alienta, nos hace esperar en el camino de la vida y en el futuro, nos hace tener confianza en nosotros mismos, en la historia y en los demás…’
¡Qué hermoso sentirse así amado por Dios! Es necesario que nos dejemos encontrar por su amor. Nos sentimos engrandecidos y llenos de vida, nos sentimos alentados a caminar con esperanza y a luchar con empeño por superarnos y crecernos, nos sentimos impulsados a amar más para entrar en una relación mutua más humana y más fraterna, nos sentimos con deseos profundos y comprometidos por hacer que nuestro mundo sea cada día un poco mejor, nos hace sentirnos con más confianza en nosotros mismos para sentirnos capaces de hacer ese mundo mejor. Siempre el que se siente amado se siente dignificado en su ser más intimo y eso le enseñará también a valor la dignidad de los demás a quienes ya mirará siempre como hermanos.
Y es que no nos sentimos solos, porque sabemos que Jesús, como Buen Pastor que está siempre al lado de sus ovejas, está junto a nosotros alentándonos con su presencia pero llenándonos también con su gracia. Como el pastor que buscará siempre los mejores pastos, el mejor alimento para sus ovejas, así el Señor nos ofrece cada día la riqueza de su Palabra que alimenta nuestra vida, pero también se nos dará El mismo para ser nuestra fuerza y nuestro alimento en la Eucaristía de su Cuerpo y Sangre.
Así nos cuida el Señor y nos defenderá como el pastor que no es un asalariado, porque el asalariado no defiende a las ovejas sino que cuando  ve venir al lobo huye y las abandona, como nos dice en otros lugares del evangelio. Hoy nos dice que sus ovejas ‘no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano’. Nos sentimos seguros en el amor del Señor.
Como nos decía Benedicto XVI ‘¡En el Señor resucitado tenemos la certeza de nuestra esperanza!... También hoy Jesús, el resucitado, pasa a través de los caminos de nuestra vida… y en ese devenir cotidiano sigue dirigiéndonos su palabra; nos llama a realizar nuestra vida con El, el único capaz de apagar nuestra sed de esperanza. El, que vive en la comunidad de los discípulos que es la Iglesia, también hoy nos llama a seguirlo’.
‘Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen’, que nos decía Jesús en el evangelio. Por una parte está esa respuesta nuestra escuchando al Señor y queriendo seguirle porque en El nos sentimos totalmente seguros con esa seguridad y certeza que nos da el amor, pero está también cómo el Señor nos conoce; y nos conoce por nuestro nombre, como somos, con nuestras necesidades y debilidades, con nuestras ilusiones y nuestras esperanzas; y aún así nos ama y nos está invitando continuamente a seguirle, a estar con El. Le escuchamos y nos llenamos de su luz; le escuchamos y nos sentimos envueltos por su amor; le escuchamos y nos ponemos en camino de vida eterna. Queremos seguir a Jesús, verdadero pastor de nuestra vida y al mismo tiempo Cordero de Dios que se sacrifica por nosotros para darnos vida.
Como ya hemos venido expresando al hacer mención al mensaje del Papa hoy estamos celebrando la Jornada de Oración por los Vocaciones. Jesús es el Buen Pastor de nuestra vida pero El se hace presente en su Iglesia en aquellos que llama con una vocación especial para ejercer ese ministerio de pastores en su nombre para bien de la Iglesia. Un día llamó a Pedro y a los Apóstoles para que continuaran su misión enviándolos por el mundo a anunciar el evangelio constituyendo la Iglesia en las comunidades de creyentes en el  nombre del Señor Jesús que iban surgiendo. Esa misión se continúa en los pastores que Dios sigue llamando a través de todos los tiempos como regalo de gracia para su Iglesia.
Pastores compenetrados en todo con Cristo Pastor y que se hacen pobres y desprendidos, con Cristo empobrecido, para evangelizar a los pobres; pastores humildes, con Cristo humillado y servidor, para estar más cerca de los pobres y los pequeños; pastores misericordiosos, con Cristo compasivo, para estar más abiertos a las miserias humanas; pastores pacíficos, con Cristo-Paz, para llegar a ser instrumentos de reconciliación; pastores limpios de corazón, con Cristo transparencia divina, para poder descubrir y proyectar la presencia de Dios en medio del mundo.
Hoy es un día de especial oración de las comunidades cristianas por sus pastores y también por todos aquellos llamados por el Señor con una vocación de especial consagración, como son los religiosos y religiosas, testigos de Cristo en medio del mundo. Oremos al dueño de la mies que envié obreros a su mies, como nos enseña Jesús en el evangelio. Como nos decía Benedicto XVI en su mensaje para esta Jornada ‘la oración constante y profunda hace crecer la fe de la comunidad cristiana, en la certeza siempre renovada de que Dios nunca abandona a su pueblo y lo sostiene suscitando vocaciones especiales, al sacerdocio y a la vida consagrada, para que sean signos de esperanza en medio del mundo’.
La abundancia de vocaciones es la mejor expresión de la intensidad de vida de nuestras comunidades cristianas; ‘la respuesta a la llamada divina por parte de un discípulo de Jesús para dedicarse al ministerio sacerdotal o a la vida consagrada se manifiesta como uno de los frutos más maduros de la comunidad cristiana, que ayuda a mirar con particular confianza y esperanza el futuro de la Iglesia y a su tarea evangelizadora. Esta tarea necesita siempre de nuevos obreros para la predicación del evangelio, para la celebración de la Eucaristía y de todos los sacramentos’.
Oremos al Señor para no falten sacerdotes, personas que consagren su vida a Dios y al servicio de la Iglesia en una especial consagración en la vida religiosa en sus diferentes órdenes y carismas. Oremos al Señor para que sean muchos los llamados, pero que sientan en su corazón la fortaleza de la gracia para responder a su vocación con total fidelidad. Son un regalo bien preciado del Señor a su Iglesia.