miércoles, 24 de abril de 2013


La Eucaristía fuente de una espiritualidad de humildad, pobreza y servicio a ejemplo del Hermano Pedro

Is. 58, 6, 11; Sal. 111; Ef. 3, 14-19; Mt. 25, 31-46
Cuando celebramos la fiesta de los Santos, como decimos en el prefacio, se nos ofrece el ‘ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su destino, para que alentados por su presencia alentadora luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos con ellos la corona de gloria que no se marchita’.
Hoy estamos celebrando al Santo Hermano Pedro, nuestro santo canario, nacido en un pueblo de nuestras islas, Vilaflor, y que murió en Guatemala. Han pasado los siglos y sigue siendo para nosotros ese ejemplo por su vida. Damos gloria al Señor por el estímulo que significa para nosotros su ejemplo. Damos gracias a Dios porque contemplándolo a él nos sentimos alentados en ese camino que queremos realizar de seguimiento de Jesús. Damos gracias a Dios porque él es también ese poderoso intercesor desde el cielo para alcanzarnos la gracia del Señor que necesitamos en el día a día de nuestra vida cristiana.
En nuestras islas pasó su vida como pastor, cuidando su rebaño en aquellas bandas del sur, como se decía antes para referirnos a esa parte de la Isla. Desde las alturas de Vilaflor hasta la orilla del mar allá junto a la playa del Médano los caminos se entrecruzan y por aquellas veredas de entonces llevaría a pastar sus ganados como era la costumbre entonces en invierno o en verano en un sitio o en otro para obtener los mejores pastos. Queda la memoria de su fe y de su devoción y ya sea hoy en la cueva que tantas veces le cobijara en la costa o en el lugar donde estuviera la casa de su nacimiento a espaldas de la Iglesia de Vilaflor nos quedan esos lugares como santuarios que con la intercesión del santo Hermano Pedro nos acerquen a Dios y nos alcance la gracia divina.
Joven marchó a América, porque en su corazón algo le llamaba, mejor Alguien decimos desde nuestra fe, porque allá, aunque muriera joven, de cuarenta y un año, grande había de ser la obra que realizara desde la humildad y desde el amor. Son dos pilares fundamentales de la espiritualidad de su vida tomando como ejemplo y modelo la escuela de Belén.  Era el humilde terciario franciscano, no pudo llegar al sacerdocio como hubiera deseado por su falta de letras, que recorría las calles de Antigua Guatemala recogiendo a los pobres enfermos y necesitados y recogiendo para ellos las limosnas que le daban para poder atenderlos debidamente.
Calladamente y en silencio como lo saben hacer los que son humildes y están llenos de amor fue forjando la santidad de su vida alimentado por su extrema devoción a la Eucaristía. Por eso en una de las oraciones de la liturgia se nos dice que tengamos nosotros como ‘centro de nuestra vida el misterio eucarístico a ejemplo del Santo Hermano Pedro, quien hizo de la Eucaristía la fuente de un profundo espíritu de humildad, pobreza y servicio’.
El Concilio Vaticano II vendría a decirnos que la Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia y del cristiano. Ya lo contemplamos en nuestro Santo Hermano Pedro, porque allí estaba la fuente profunda de su espiritualidad. Caminos de amor y de entrega, caminos de humildad y servicio que alimentamos de Cristo Eucaristía.
Porque cuando comulgamos a Cristo, como hemos reflexionado últimamente, estamos comiendo a Cristo para hacernos uno con El, para configurarnos con El que es vivir su misma vida, que es vivir su mismo amor, que es llenarnos de sus mismos sentimientos de humildad y de mansedumbre, que es vivir sus mismas actitudes de amor y de servicio. Ya reflexionábamos que cuando comemos a Cristo en la Eucaristía nos sentimos transformados por Cristo para vivir una misma vida. Es lo que vivía el Santo Hermano Pedro y en lo que es hermoso ejemplo y lección para nuestra vida.
En el evangelio hemos escuchado la alegoría que Jesús nos propone para hablarnos del juicio final. Como hemos recordado en alguna ocasión san Juan de la Cruz vino a resumir estas palabras de Jesús con aquello de que ‘en el atardecer de la vida, seremos examinados del amor’. Es lo que escucharía nuestro santo Hermano Pedro cuando se presentó ante el Señor: ‘Ven, bendito de mi Padre, porque estuve hambriento y me diste de comer, porque estaba enfermo y me visitaste, porque era peregrino y me acogiste…’ Es lo que supo hacer nuestro santo en su vida, acoger al hermano, al pobre, al enfermo, al que nada tenía, al que estaba abandonado de todos, como si a Cristo acogiera. Es el ejemplo, el hermoso testimonio que hemos de recoger de su vida, es la hermosa lección que nosotros hemos de aprender. ‘Que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento’, nos decía el apóstol en la carta a los Efesios.
Es la lección del amor que hemos de aprender porque en él estamos viendo reflejado el amor del Señor. Y como  nos dice san Juan en sus cartas ‘en esto hemos conocido el amor de Dios: en que El dio su vida por nosotros. También nosotros hemos de dar la vida por nuestros hermanos’, también nosotros hemos de amar con un amor así.
Y la presencia y el ejemplo y el testimonio del Hermano Pedro es nuestro aliento para no desfallecer en ese camino de nuestra vida cristiana. Sabemos que nuestra recompensa la tenemos en el Señor.

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