martes, 9 de abril de 2013


Un testimonio valiente de la fe en la resurrección: la comunión y el compartir de los hermanos

Hechos, 4, 32-37; Sal. 92; Jn. 3, 11-15
‘Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor’, nos resume el texto de los Hechos de los Apóstoles lo que venía a ser el centro y vida de aquella primera comunidad cristiana.
Como  hemos comentado en otro momento en el tiempo de pascua en la primera lectura iremos haciendo una lectura continuada del libro de los Hechos de los Apóstoles. Hemos ido escuchando en la primera semana ese anuncio claro y valiente que hacen de Cristo resucitado, y de manera especial hemos escuchado lo sucedido en torno a la curación del paralítico de la puerta Hermosa del templo. La predicación de Pedro ante el pueblo primero, luego ante el Sanedrín ante el cual son conducidos, la prohibición de que hablen del nombre de Jesús, son aspectos que hemos ido escuchando estos días.
En el texto de hoy se nos presenta lo que era la vida de la comunidad, en lo que se expresaba ese testimonio vivo y en la propia vida que iban haciendo de la resurrección de Jesús. ¿Cuál era el testimonio?, podríamos preguntarnos. La comunión profunda que había entre todos los que creían en Jesús. Ya en capítulos anteriores se nos hablaba de cómo eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en las oraciones y en la Fracción del Pan que celebraban por la casas, para hablarnos de la Eucaristía.
Hoy se nos dice que ‘en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de lo que tenía’. Era una comunión profunda la que sentían y vivían entre ellos, confesando una misma fe: ‘pensaban y sentían lo mismo’. Pero de esa comunión en la misma fe nacía la comunión en el amor, pues todo lo compartían, ‘lo poseían todo en común’.
Y nos hablará de cómo hasta llegaban a vender sus posesiones poniendo el dinero a disposición de los apóstoles para que nadie pasara necesidad. Cuando hay amor verdadero vamos a sentir la necesidad del hermano que amamos como nuestra propia necesidad; cuando hay amor verdadero ¿cómo puedo yo sentirme satisfecho ampliamente en mis cosas y necesidades, pero olvidándome de la necesidad que pueda tener el que está a mi lado?
Os confieso el dolor y hasta la rabia que me asalta en mi interior cuando veo cómo somos capaces de desperdiciar lo que tenemos y hasta tiramos los alimentos y no somos capaces de pensar en aquella persona que quizá no tiene un pedazo de pan que llevarse a la boca. Somos muy descuidados en estos aspectos muchas veces, pero si fuéramos capaces de poner rostro y nombre a quienes pasan esa necesidad seguro que actuaríamos de manera distinta.
No sé si sería porque en los tiempos de mi niñez eran tiempos duros de escasez o también por los valores cristianos que se vivían en mi familia y en los que fui educado, pero eran cosas que aprendí de mi madre, de mi familia, a no tirar nada, a saber aprovechar todo pero no por egoísmo sino para saber pensar en los demás y compartir con ellos.
Estos pensamientos concretos han venido a mi mente y a mi recuerdo ante lo que nos está relatando el libro de los Hechos de los Apóstoles de lo que era la manera de vivir de aquellas primeras comunidades cristianas. Terminará el texto hablándonos de Bernabé, levita y chipriota que vendió su campo y puso el dinero a disposición de los apóstoles. Es la primera vez que se nos hablará de Bernabé a quien veremos más tarde que la comunidad le confía diversas misiones y a que escogido por el Espíritu veremos con Pablo en el primero de los viajes apostólicos que desarrollará con mucho detalle el libro de los Hechos.
En el evangelio estamos escuchando el diálogo de Jesús con Nicodemo, aquel magistrado judío que fue a verlo de noche. Aquel a quien Jesús le dijo que era necesario nacer de nuevo para ver el Reino de Dios, en clara referencia al  nuevo sentido de vida que se tiene cuando en verdad nos encontramos con Jesús; una clara referencia al Bautismo, en el agua y el Espíritu le dice que hay que nacer. Es lo que hubiéramos escuchado ayer si no hubiera sido la celebración de la Encarnación del Señor. Y es lo que hemos contemplado reflejado en aquellos primeros creyentes de la comunidad de Jerusalén; realmente habían nacido de nuevo porque el estilo y sentido de sus vidas eran bien distinto, todo era vivir en comunión de amor entre ellos y así lo compartían todo.
En el texto del evangelio de hoy escuchamos el anuncio de la cruz en la que había de ser levantado en alto Jesús que tantas veces hemos reflexionado. ‘Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en El tenga vida eterna’.

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