martes, 12 de marzo de 2013


¿Quieres quedar sano? Jesús es el agua viva que nos sana y nos redime

Ez. 47, 1-9.12; Sal. 45; Jn. 5, 1-3.5-16
‘El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios’, hemos meditado en el salmo, después de haber escuchado la hermosa lectura del profeta Ezequiel que habla de la corrientes de agua que llenan de vida todo por donde pasa. ‘Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida… quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente’.
Qué hermoso es el rumor de una corriente cantarina de agua sobre todo en los lugares secos e inhóspitos. Cuando  nos escasea el agua la valoramos más, pero sabemos que es un elemento necesario para la vida en múltiples aspectos. Se convierte para nosotros en un signo muy hermoso que nos habla de vida y, en este caso, de vida de Dios, de vida sobrenatural, de manera que es el signo principal del primero de los sacramentos que nos hace partícipes de la vida de Dios.
Es un signo muy importante que nos aparece en nuestro camino cuaresmal y que nos ayudará a prepararnos para vivir hondamente el sentido de la Pascua, cuanto más cuando la noche de Pascua es la noche bautismal por excelencia y donde, al pie de la pila bautismal e iluminados por la luz del cirio pascual, vamos todos a renovar nuestras promesas bautismales.
Nos aparece hoy la imagen del agua en la profecía de Ezequiel en ese torrente que mana por debajo del umbral del templo y que irá fecundando todo por donde pasa, purificando y llenando de vida. Son bellas las imágenes de la profecía. Pero son anuncio de un agua nueva y un agua viva que solo en Cristo podemos encontrar. Ya le escucharemos decir que el que tenga sed que venga hasta El que le dará un agua viva que salta como un surtidor hasta la vida eterna. Y ya en el tercer domingo de Cuaresma en el ciclo A nos aparecerá Jesús ofreciendo a la samaritana un agua viva que el que la beba no volverá a tener sed jamás.
La imagen del evangelio es bien significativa. El paralítico estaba esperando el movimiento de las aguas de aquella piscina de Betesda, pero nunca alcanzará a llegar a tiempo dada su imposibilidad para poder alcanzar la tan ansiada salud. Llevaba allí mucho tiempo, treinta y ocho años y no había alcanzado la salud. Pero aquello solo era un signo de quien en verdad podría darle la salud y la salvación. Era Jesús quien iba a llegar hasta él para ofrecerle esa vida para sus miembros que tanto ansiaba y mucho más. ‘¿Quieres quedar sano?’, le dice Jesús.
Con Jesús no será necesario el signo, basta su palabra. ‘Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar’. Allí estaba el agua viva y quien la bebe no volverá a tener sed. Allí estaba el agua viva y allí donde llegara todo iba a quedar lleno de vida. Allí estaba el agua viva y con El se acaban todas las muertes, desaparece todo pecado, se transforma toda vida, llega la gracia del Señor.
Es a quien nosotros hemos de buscar; es a dónde nosotros tenemos que ir; es la gracia y la vida que Cristo nos está ofreciendo; es Cristo que viene a nuestro encuentro, llega hasta nosotros regalándonos su salvación, su perdón, su vida, su gracia. Con fe nosotros tenemos que ir hasta Jesús; con fe nosotros hemos de recibirle en nuestro corazón; con fe suplicamos esa agua viva de la gracia que nos perdona y nos redime, que nos llena de gracia y nos santifica.
Aquel hombre del evangelio luego tuvo que conocer quien era el que le había dicho ‘levántate y anda’. Primero se había dejado hacer, había hecho lo que Jesús le decía y descubrió que cumpliendo la Palabra de Jesús en él había una vida nueva, porque se había curado, había alcanzado la salvación. Luego proclamará valientemente su fe en Jesús cuando se encuentra con Él y lo reconoce pero será valiente también para ir a contarlo a los demás.
Nosotros también hemos de reconocer cuanto hace el Señor en nosotros y con nosotros. También nosotros hemos de escuchar a Jesús y hacer lo que El  nos pide para que alcancemos esa vida y esa salvación. Cuánto nos cuesta dejarnos conducir por el Espíritu del Señor. También tiene que crecer nuestra fe más y más proclamándola valientemente y anunciándolo a los demás. 

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