domingo, 10 de febrero de 2013


Nos llama el Señor para hacer una pesca mejor

Is. 6, 1-8; Sal. 137; 1Cor. 15, 1-11; Lc. 5, 1-11
‘¿A quién mandaré? ¿quién irá por mí? Aquí estoy, mándame’. Es la experiencia y la respuesta del profeta. Isaías contempla la gloria del Señor, tiene una visión de la gloria del cielo y se siente pequeño, humilde, anonadado, pecador, pero al mismo tiempo siente que la gloria del Señor le envuelve y le purifica. Es el ángel del Señor que viene a él y con un ascua de fuego divino purifica sus labios. Ahora cuando se ha vaciado totalmente de sí mismo se ofrece en disponibilidad total. ‘Aquí estoy, mándame’, es su respuesta y su disposición.
Este texto del profeta es como una figura de lo que le ha de suceder a Pedro, como escuchamos en el evangelio de hoy. Jesús enseña a la gente que se agolpa a su alrededor desde la barca de Pedro. Tras la proclamación de la Palabra - ‘desde barca, sentado, enseñaba a la gente’ - le pide a Pedro: ‘Rema mar adentro, y echad las redes para pescar’.
¿Cómo se siente Pedro ante la petición de Jesús? Fueron los primeros pasos de desprendimiento, de vaciamiento de sí mismo que Pedro va a ir dando. Ha estado toda la noche bregando y había sido una tarea infructuosa. Hay días que parece que las cosas no salen. Esa había sido aquella noche. No había peces. Lo sabía bien él que conocía el lago, porque era su herramienta o su lugar de trabajo. Ahora viene Jesús, que no es pescador, y le está pidiendo que eche de nuevo las redes.
Muchas cosas podrían pasar por la mente de Pedro, como nos sucede a nosotros cuando se nos pide una nueva tarea, un nuevo compromiso, o un paso adelante que hemos de dar en nuestra vida. Nosotros que nos conocemos, decimos, y que nos creemos saber hasta donde podemos llegar. ¿Quién me puede pedir más? ¿Quién me puede pedir que me comprometa en algo nuevo y distinto?
Pedro había escuchado a Jesús; en aquella ocasión cuando su barca le sirve de púlpito a Jesús para hablar a la gente que se agolpaba en la playa o en otras ocasiones en la sinagoga o en otros momentos en que se había ido manifestando aquel nuevo profeta que había venido anunciando la llegada del Reino y pedía la conversión del corazón. ¿Tendría Pedro ya la suficiente confianza en Jesús para darle un sí a lo que Jesús le pedía? ¿Habría ido realizando esa conversión del corazón para creer y aceptar la Palabra de Jesús?
Seguro que Jesús ya le había tocado el corazón porque su respuesta está pronta, aunque sin rehuir la realidad. ‘Maestro, nos hemos pasado la  noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes’. Porque tú lo dices, yo por mi mismo  no estoy seguro; porque me fío de ti; no sé a donde me irás a llevar o lo demás que me vas a pedir. ‘Pero, por tu palabra, echaré las redes’.
Y sucedió el milagro. Se manifiesta la gloria del Señor. Donde no  había peces, ahora se revientan las redes. Hay que llamar a los compañeros de otras barcas para que vengan a echar una mano. ‘Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red… llenaron las dos barcas que casi se hundían’.
Ahora sí está Pedro anonadado, se siente empequeñecido. Están sucediendo cosas admirables. Allí está la gloria del Señor. Aquel profeta de Nazaret no es un simple profeta, es algo más que un Maestro. Así lo había llamado, Maestro, cuando echó las redes en su nombre. Ahora reconocerá algo más y se siente indigno de estar en su presencia. Como Isaías cuando contemplaba la gloria de Dios en su visión del templo celestial decía: ‘¡Ay de mi, estoy perdido! Yo un hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos’. Ahora Pedro se postrará ante Jesús: ‘Apártate de mí, Señor, que soy un pecador’. Es el Señor y él es un hombre pecador.
Es lo mismo que cuenta san Pablo en la carta a los Corintios. Les está recordando el credo de la fe que les ha anunciado y que ellos confiesan. Cuando les recuerda las apariciones de Cristo resucitado dirá que ‘por último, se me apareció también a mi, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara, porque soy el menor de los apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios’. Pero también con él quiso contar el Señor.
‘El asombro se había apoderado de Pedro y de los que estaban con él… y lo mismo le pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón’, nos dice el evangelista. Pero allí está la palabra de Jesús que siempre es palabra de ánimo, de paz, de vida, de amor. Allí está la palabra de Jesús que quiere contar con Pedro y con aquel pequeño grupo de pescadores, porque los quiere para una pesca mejor. ‘No temas, desde ahora serás pescador de hombres’. No serán ya las aguas de aquel lago, sino serán las aguas más profundas del mar del mundo, porque donde un día han de ir a hacer la pesca, a hacer el anuncio del Evangelio.
Fue necesaria esa actitud de humildad, de vaciamiento de sí, de desprendimiento total y de generosa disponibilidad para sentir que el misterio de Dios les llegaba y les inundaba. Fueron necesarias esas actitudes para poder escuchar la invitación del Señor. ‘¿A quien mandaré? ¿quién irá por mi?... Aquí estoy, mándame’, que decía el profeta. ‘Serás pescador de hombres’, que le dice ahora a Pedro.
‘No temas…’ la misión te puede parecer grande, pero yo estoy contigo. Muchas veces nos lo repite Jesús en el Evangelio. ‘No temas, basta que tengas fe’, dirá un día a Jairo. ‘No temáis, soy yo’, les dirá en medio del mar embravecido cuando atraviesan el lago. ‘No temáis, mirad mis manos y mis pies, soy yo’, les dirá en la tarde de la resurrección y les dará su Espíritu para que vayan anunciando el perdón de los pecados, llevando la salvación hasta los últimos confines de la tierra.
‘En tu nombre, por tu palabra…’ había sido la actitud de Pedro vaciándose de si mismo. Y Jesús les enviará de dos en dos por los caminos del mundo pero no han de preocuparse de llevar dinero en la bolsa ni una túnica de repuesto. Han de ir así, hemos de ir así, no confiando en nuestros saberes o en nuestros poderes, sino confiados de la Palabra del Señor que nos da su Espíritu que estará siempre con nosotros, que pondrá palabras en nuestros labios y fuego en nuestro corazón.
Pero hemos de dejarnos hacer, dejarnos guiar, dejarnos conducir sin hacer resistencia al Espíritu y se realizarán las maravillas del Señor resultando una pesca abundante. Quizá aun no nos hemos desprendido de todo lo que debíamos desprendernos, no confiamos mucho en la Providencia de Dios y pudiera ser por eso que no vemos los frutos que el Señor quiere.
Cuando Pedro solo confiaba en si mismo, avezado pescador del mar de Galilea, se pasaba las noches bregando sin coger nada; cuando lo hizo por la Palabra de Jesús, la redada fue grande. Algo tenemos que aprender. Demasiado confiamos en poderes humanos, en sabidurías humanas, en tácticas humanas también en la Iglesia a través de todos los siglos. Tendremos que aprender de nuevo a ser esa Iglesia pobre que pone toda su confianza sólo en el poder del Señor. El Espíritu nos irá guiando.
Ojalá aprendamos a sentir admiración por las obras de Dios. Que nos llenemos de asombro. Que no nos acostumbremos a las cosas de Dios y seamos capaces de postrarnos humildemente ante el Misterio de Dios que se nos revela. Pero escuchemos también esa palabra de Jesús ‘no temas’, porque sintamos siempre la paz de sentirnos seguros con El.

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