sábado, 9 de febrero de 2013


Cuando se está con Jesús siempre nos llenamos de paz

Hebreos, 13, 15-17.20-21; Sal. 22; Mc. 6, 30-34
‘Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco… se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado’. Habían llegado después del envío que había hecho de dos en dos a anunciar el Reino con los mismos poderes y misión de Jesús. Ahora regresan, vienen contando todo lo que les ha sucedido, pero Jesús quiere que estén a solas con El en un lugar tranquilo y apartado.
Estar con Jesús. Llenarse de paz. A solas con Jesús. Cuando se está con Jesús siempre nos llenamos de paz. Cuando volvemos con la misión cumplida venimos con paz en el corazón. Cuando se desgrana sobre nosotros la Palabra de Dios va apareciendo la paz en el corazón.
En torno a este momento en que Jesús se lleva a los apóstoles a ese lugar apartado y tranquilo sucedieron más cosas, pues antes no les dejaban tiempo ni para comer, y ahora también en aquel lugar se van a encontrar multitudes que vienen es búsqueda de Jesús como ovejas sin pastor y para ellos siempre tendrá Jesús el alimento de la Palabra de Dios, pues ‘se puso a enseñarle con calma’.
Pero quisiera detenerme en ese gesto de Jesús de quererse llevar a los apóstoles a un lugar tranquilo y apartado. Los otros detalles los podemos dejar, a pesar de su riqueza, para otro momento de reflexión. Y es que necesitamos nosotros saber encontrar esos momentos en que nos llenemos de la paz de Jesús. Es cierto que hay muchas cosas que hacer, tenemos tantas señales que dar con nuestra vida, con nuestras palabras, con nuestros gestos para anunciar el Reino de Dios, para llevar a los demás hasta Jesús. Pero Jesús quiere también aposentarse en nuestro corazón. Que le hagamos sitio en nuestro espíritu; que disfrutemos de su presencia que nos llena de gracia y de paz.
Es necesario saber quedarnos a solas con El, para hacer silencio en nuestro interior dejando atrás tantos ruidos que  nos ensordecen y aturden, o tantas cosas que nos llenan de preocupaciones que tenemos el peligro de convertirlas en centro de nuestra vida. Pero el centro tiene siempre que ser Jesús. Hacer que su Palabra sea la única que resuene en nuestro corazón, sabiendo antes estar en ese sitio tranquilo y apartado, sabiendo antes hacer ese silencio en nuestro interior para poder oír la voz de Dios que nos habla.
Muchas veces podemos pensar que rezamos y rezamos, que le pedimos una y otra vez tantas cosas que necesitamos al Señor, pero decimos que el Señor no nos escucha, pero pudiera suceder que decimos eso porque somos nosotros los que no escuchamos a Dios. Vamos a la oración pero no hacemos ese diálogo de amor con Dios, sino que somos nosotros los que hablamos y hablamos, los que rezamos y rezamos una y otra oración, pero no sabemos detenernos para poder oír y escuchar al Señor que quiere hablarnos.
Detente. Haz silencio. Vete a ese sitio apartado y tranquilo que puedes encontrar en tu propio corazón. Párate un poco de rezar y rezar tantas oraciones preocupado quizá por tus necesidades o las cosas que queramos pedirles para los demás, y haz silencio dentro de ti para que veas como el Señor te ha escuchado, cómo el Señor te habla y te está dando respuestas; ponte en esa disponibilidad interior para experimentar esa presencia de Dios en tu vida y entonces descubrirás cuantas cosas el Señor quiere decirte, cuantas cosas te está señalando quizá para que sean mejores en tu vida, cuántos caminos se están abriendo delante de ti, y cuanta paz puedes sentir en tu corazón.
Vayamos con Jesús a ese lugar tranquilo y apartado. Nos llenaremos de su paz y podremos llevar luego la paz a los demás. Nos llenaremos de Dios y es como mejor luego podremos hablar de Dios a los demás.

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