miércoles, 27 de febrero de 2013


Estamos subiendo a la Jerusalén de la Pascua, ¿podremos beber el cáliz de Jesús?

Jer. 18, 18-20; Sal. 30; Mt. 20, 17-28
No nos tiene que extrañar que ante los acontecimientos que se suceden en la Iglesia la gente tenga diversas reacciones, hagan los más dispares comentarios y nos estén manifestando que en muchas ocasiones no saben ni por donde van las cosas, como sucede en estos días. Para entender debidamente las cosas de Dios, y vamos a llamar cosas de Dios por simplificarlo lo que es la vida de la Iglesia hay que tener una cierta sensibilidad, por supuesto un debido conocimiento de cómo son las cosas pero también solo podremos comprenderlo desde los ojos de la fe. No podemos mirar los asuntos de la Iglesia solo desde una mirada humana haciendo comparaciones con lo que es la vida de la sociedad y sus luchas de poder y cosas por el estilo. En la Iglesia hemos de reconocer que hay un misterio que solo podemos descubrir e interpretar desde los ojos de la fe.
Decía que no nos debe extrañar que sucedan cosas así estos días, porque realmente hemos de reconocer que siempre costó comprender y aceptar todo el misterio de Jesús. Así les costó a los propios apóstoles que estaban al lado de Jesús comprender todo lo que  Jesús les estaba diciendo. Lo vemos hoy en el evangelio. Van subiendo a Jerusalén, se acerca la fiesta de la pascua, y Jesús comienza a anunciar a los doce, a los que ha tomado aparte, todo lo que le va a suceder. Les habla claramente pero por lo que veremos a continuación ellos no lo van a entender.
‘Mirad que estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los letrados, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de El, lo azoten y lo crucifiquen, y al tercer día resucitará’.
Anuncia Jesús claramente lo que le va a suceder. Pero ya veremos qué es lo que entienden, o  mejor, que no entienden nada. Por allá aparece la madre de los Zebedeos con sus peticiones. ‘Ordena que estos dos hijos míos - mira que son tus parientes, parece que viene a recordarle a Jesús - se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’. Aquí viene el tráfico de influencias, diríamos hoy día.
¿Qué dice Jesús? ‘No sabéis lo que pedís…’ - ¿no habéis escuchado ahora mismo lo que os he anunciado que va a significar la subida del Hijo del Hombre a Jerusalén? - ‘¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?’ Allí está respuesta pronta pero no sé si del todo consciente: ‘lo somos’. ¿Sabrán realmente lo que Jesús les está diciendo, y lo que ellos están pidiendo? ‘Beberéis mi cáliz… pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda…’ eso es otra cosa. ‘Es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi padre’.
Pero no serán solo estos dos discípulos lo que anden con sus apetencias. Por detrás comienza a escucharse el murmullo. ‘Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos’. Aquí vienen estos queriendo adelantarse. Y surgen los recelos y las envidias, las desconfianzas que puede provocar la división entre el grupo.
Y Jesús los reúne de nuevo y comienza de nuevo a explicarles lo que tantas veces les había dicho. ‘Los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que se haga vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para dar su vida en rescate por todos’.
Ya lo hemos reflexionado más de una vez y además recientemente. La grandeza está en el servicio, porque la grandeza está en el amor. Es nuestro distintivo, nuestro estilo y nuestra manera de actuar. Es lo que realmente ha de mover nuestra vida. Es lo que tiene que mover también la vida de la Iglesia. No es una lucha de poderes lo que mueve la vida de la Iglesia y los que en ella tienen un ministerio, sino que es la carrera del servicio, de hacerse el último, de amar y entregarse hasta el último límite. En este camino de cuaresma mucho tenemos que reflexionar en este sentido y en concreto en las circunstancias que vivimos en la Iglesia.
Es la clave con que hemos de interpretar muchas cosas. Es la manera de ver lo que es el sentido de la Iglesia. Es lo que queremos hacer y vivir aunque, somos conscientes de ello, muchas veces nos cuesta porque se nos pegan muchas cosas del estilo del mundo, y también tenemos el peligro de que nuestro corazón se pueda dejar arrastrar por ambiciones y luchas que no tienen sentido. Son los ojos con los que tenemos que mirar también los acontecimientos de la Iglesia en este momento histórico; los ojos con los que hemos de mirar y valorar el ministerio del Papa y lo que mueve el corazón de todos los miembros de la Iglesia.
Oremos al Señor para que sepamos escuchar a Jesús, para que sepamos comprender y vivir su evangelio. Oremos al Espíritu para que ilumine nuestros corazones, pero también que ilumine a los que tendrán en los próximos días la misión de elegir al sucesor de Pedro, a quien va a ser el Papa que con la fuerza de ese mismo Espíritu guíe al pueblo de Dios.

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