viernes, 15 de febrero de 2013


El ayuno que el Señor quiere… abrir las prisiones injustas

Is. 58, 1-9; Sal. 50; Mt. 9, 14-15
Hasta las cosas más buenas los hombres tenemos el peligro de malearlas, de tergiversarlas y hacerles perder su sentido más hermoso y valioso. Será la malicia que podamos tener en el corazón, será el dejarnos arrastrar por la rutina y la frialdad, será la manipulación que podamos hacer de las cosas porque siempre busquemos nuestro interés egoísta, pueden ser muchas las formas y maneras. Sucede hoy como ha sucedido en todos los tiempos, como sucedía en tiempos de Jesús con muchas prácticas religiosas o muchas cosas que habían nacido en la tradición y en la religiosidad del pueblo para alimentar y fortalecer su fe.
Así eran las expresiones de penitencia como el ayuno que habían de practicar como una expresión de un vaciamiento interior para buscar lo que verdaderamente era importante y por otra parte como un sacrificio de sí mismo ofrecido al Señor en esa renuncia a algo bueno en si mismo y que además en la austeridad de la privación de unos alimentos podían ser también un hermoso entrenamiento para aprender a tener el necesario dominio de sí mismo para estar preparados para cuando viniera el mal momento de la tentación.
Sin embargo se habían convertido, como se nos puede convertir a nosotros también, en algo meramente ritual o formal que hasta podía convertirse en una vanidad ante los ojos de los hombres. Recordemos a lo que nos prevenía Jesús en el texto que escuchamos el pasado miércoles de ceniza. ‘Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan… tú cuando ayunes perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que ve en lo escondido que te recompensará’.
Hoy las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado son muy duras. No podemos intentar agradar al Señor con nuestros ayunos y penitencias, mientras somos injustos o insolidarios con los que están a nuestro lado. ‘Ayunáis entre riñas y disputas, les dice, dando puñetazos sin piedad… ¿ese es el ayuno que el Señor quiere para el día en que el hombre se mortifica?’ Nuestro ayuno y penitencia no puede estar al margen de lo que es nuestra vida; no tiene sentido una penitencia si no tenemos verdaderos deseos de tener un corazón compasivo y misericordioso.
Prescindir de unos alimentos, privarnos de alguna cosa por un tiempo determinado puede ser algo sencillo mientras que llenar de misericordia y compasión nuestro corazón para tratar con delicadeza al hermano que está a nuestro lado pudiera sernos más costoso. Lo que el Señor quiere de nosotros es ese buen corazón que tengamos con los demás para sabernos ayudar, para sabernos comprender y perdonar, para aceptarnos mutuamente aunque haya cosas que no nos agraden.
Por eso nos dice el profeta en el nombre del Señor: ‘El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne’. Muchas prisiones, cerrojos y cepos nos creamos muchas veces en nuestras relaciones mutuas con nuestros juicios y sospechas, con nuestras posturas llenas de envidia o de rencor para guardar en nuestro interior lo que hayan podido hacer y no terminar nunca de perdonar.
Desgraciadamente se vive hoy mucho entre actitudes así de resentimientos, de gentes que nos se hablan, de prejuicios contra los demás, de sospechas y de críticas y murmuraciones para estar siempre fijándonos en lo mal que lo hacen los demás. Cuántos rencores guardados sin buscar la forma de curar el corazón, cuantas sospechas levantadas contra los demás sin ningún tipo de fundamento. Cuánta insolidaridad y egoísmo cuando pensamos solo en nosotros mismos y no tenemos la mínima compasión ante el sufrimiento o la necesidad de los demás.
Esos cerrojos, esos cepos tenemos que hacer saltar cambiando nuestras actitudes y posturas. Ese es el ayuno que el Señor quiere que hagamos. ‘Entonces nacerá una luz como la aurora, te abrirá camino la justicia, descubrirás la gloria del Señor’.
Estamos en la cuaresma que es un tiempo de convertirnos al Señor y hoy es viernes un día especialmente penitencial. Mira lo que nos está señalando la Palabra del Señor y trata de descubrir cuáles son los caminos que el Señor quiere que recorramos. Caminos de justicia y de amor, caminos de solidaridad y de compartir que serán caminos de paz y de amor.

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