jueves, 31 de enero de 2013


Con orgullo y alegría iluminados por Jesús queremos contagiar de fe a los demás

Hebreos, 10, 19-25; Sal. 23; Mc. 4, 21-25
La luz no es para esconderla debajo de la cama sino para ponerla bien alta para que ilumine, nos viene a decir Jesús. Un mensaje hermoso y comprometedor.
Ayer escuchábamos que ‘Jesús les enseñó mucho rato con parábolas como El solía enseñar’. Continuamos con las parábolas y las imágenes que son bien significativas. Nos habla de la luz, de la luz que no se puede esconder; de la luz que tiene que iluminar y para ello hay que ponerla en el mejor lugar. No se puede andar con luces tenues y que no iluminan; no podemos andar escondiendo la luz como si nos diera miedo de ella. Los que andan en tinieblas será porque no quieren que se vean sus obras porque quizá no son buenas.
Estas palabras de Jesús están dichas inmediatamente después de la parábola del sembrador. Podría haber sucedido que algunos se sintieran aludidos por la parábola en las diferentes tierras o preparación para recibir la semilla, y quizá no les gustara las palabras de Jesús que eran lo suficientemente claras. Por eso no dice que la luz tiene que iluminar. Su mensaje es un mensaje luminoso; el evangelio que Jesús está proclamando viene a traer luz y sentido a nuestra vida y a nuestro mundo.
Si es luz, tiene que iluminar; no lo podemos acallar ni ocultar; no nos podemos acobardar; no podemos tener miedo a la luz, sino todo lo contrario. Hemos de dejarnos iluminar, porque quizá pudiera haber muchas oscuridades en nuestra vida; porque quizá en esas oscuridades ocultamos cosas de nuestra vida que sabemos que no están bien pero que nos da miedo reconocerlo y cambiarlo; porque muchas veces tenemos el peligro de ir como sin rumbo por la vida, desorientados y dejándonos engatusar por falsas luces.
Necesitamos de esa luz de Jesús, de su evangelio, de su mensaje de salvación. Con Jesús a nuestro lado ya nunca estaremos desorientados. El es la luz y es el camino; El es la verdad y es la vida. Cómo necesitamos encontrarnos con Jesús; cómo necesitamos escucharle y seguirle; cómo tenemos que poner toda nuestra fe en El. La fe que tenemos en Jesús ilumina totalmente nuestra vida. Es el gozo y la alegría de la fe, el gozo y la alegría de habernos encontrado con Jesús.
Jesús nos dirá que El es la luz del mundo y que quien vaya a El y le siga no andará en tinieblas. Así tenemos que acudir a Jesús para dejarnos iluminar por su luz. ‘La Palabra era la luz verdadera venida a este mundo’, nos dirá Juan en el principio de su evangelio. ‘Y en la Palabra había vida y la vida era la luz de los hombres’. Queremos iluminarnos por Jesús, queremos llenarnos de su vida. El se ha entregado por nosotros precisamente para arrancarnos de las tinieblas, para llenarnos de su luz y de su vida.
Pero Jesús nos dirá también que nosotros tenemos que llevar esa luz a los demás, que nosotros hemos de ser luz. ‘Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra’. Con orgullo y con alegría al mismo tiempo que con humildad y con mucho amor hemos de mostrarnos llenos de luz. Tenemos que iluminar a los demás con la luz de Jesús. No podemos quedarnos de forma egoísta con esa luz solo para nosotros. La fe que ilumina nuestra vida ha de iluminar también a los demás. La alegría con que vivimos nuestra fe ha de contagiar de luz a los que nos rodean.
¿No sentimos tristeza cuando vemos a tantos que han perdido la fe y andan como sin rumbo por la vida? Ayudémosles a encontrarse con Jesús. Que no nos falte el ardor de ese espíritu misionero.

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