sábado, 22 de diciembre de 2012


Cántico de María que es cántico de acción de gracias, de liberación y de esperanza

1Sam. 1, 24-28; Sal.: 1Sam. 2, 1-8; Lc. 1, 46-56
Muchas veces hemos orado y meditado este cántico de María. Es el cántico con el que María da gracias y alaba al Señor que ha sido grande con ella, porque en ella ha hecho obras grandes el que es Poderoso. Ella que se siente humilde y pequeña, que se llama a sí misma la esclava del Señor, sin embargo Dios la ensalza cuando la quiere hacer su Madre y cuando quiere contar con ella para realizar en su Hijo Jesús las maravillas de la Redención.
También lo llamamos el cántico de la liberación y mucho hemos meditado con dicho cántico reconociendo las maravillas que el Señor realiza en el hombre cuando lo libera del mal y del pecado, pero también porque nos traza ese camino de liberación que se ha de realizar en toda la humanidad y en toda la creación.
Se reflejan en este cántico las bienaventuranzas que luego Jesús proclamaría en el Sermón del Monte porque los humildes serán enaltecidos mientras los poderosos son abajados de sus tronos, a los hambrientos se les colma de bienes mientras a los ricos y los que se sienten saciados en sí mismos se les despedirán vacíos. Cuántas páginas del evangelio vemos aquí resumidas en este cántico de María.
Pero yo me atrevería a llamarlo también el cántico de la esperanza. Es la palabra quizá que más hemos repetido durante todo este tiempo del adviento que en sí mismo es un tiempo de esperanza, y en esa esperanza nos hemos sentido alentados a través de todo este camino que hemos recorrido con la Buena Noticia que continuamente se nos ha ido trasmitiendo. Ahora cuando ya está cercana la Navidad, la celebración del Nacimiento del Señor la liturgia en su Palabra nos ofrece este cántico de María que nos anuncia y con el que cantamos la misericordia del Señor que llega y que inundará nuestro corazón haciendo brotar en él una nueva vida.
‘Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación’, canta María porque auxilia a su pueblo ‘acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres’. Cercano está ya el momento en que se va a manifestar esa misericordia del Señor que viene con su salvación. Como nos habían anunciado los profetas ‘el Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos… el Señor está en medio de ti y ya no temerás’.
Viene el Señor que nos salva. Viene el Dios que es Emmanuel porque es Dios en medio de nosotros. Se va a manifestar lo grande, lo inmenso que es el amor de Dios, tan grande que nos da a su Hijo para que obtengamos la remisión y el perdón de los pecados.
Quienes nos sentimos abrumados por el peso de nuestros pecados este anuncio, y este cántico en consecuencia, se convierte en anuncio y en cántico de esperanza. Qué triste la vida del que no tiene esperanza; qué triste la vida de aquel que se siente abrumado por el mal que le pesa en su corazón, pero no tiene la esperanza de que por gracia puede ser liberado de él; qué triste es la vida de los que no quieren reconocer a Dios, al Dios Salvador y que nos ama, al Dios que nos regala su amor y su misericordia, al Dios que con su sangre lava para siempre nuestros pecados.
Por eso hemos dicho muchas veces que es un presupuesto muy necesario para vivir con todo sentido la alegría de la navidad el sentirnos necesitados de salvación y tener la esperanza de que en ese Niño a quien contemplaremos nacer en Belén está el Dios que nos ama y nos perdona, que cancela nuestra condena, pero que además nos llena de vida nueva. Por eso nuestra navidad no se queda ni en una cena o fiesta familiar ni en los más o menos regalos que podamos recibir en estos días, sino que es la fiesta del gran regalo del amor y de la misericordia del Señor. Cuando no pensamos en este regalo del amor de Dios, nuestras fiestas pueden ser nostálgicas y hasta tristes porque nos pueden asomar recuerdos y añoranzas de experiencias humanas que no se van a volver a repetir, pero en donde nos falta lo principal que es la fe y la esperanza que hemos puesto en nuestro Dios. 

viernes, 21 de diciembre de 2012


El amor y la alegría no se pueden contener y María se puso en camino a la montaña

Sofonías, 3, 14-18; Sal. 32; Lc. 1, 39-45
‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá’. María no podía quedarse quieta ni encerrada en Nazaret, tenia que salir. El amor y la alegría no se pueden ocultar; el amor y la alegría no sólo se notan, aunque no queramos, en quien está lleno de amor y de alegría en su corazón, sino que además tiende a expandirse, a comunicarse; nos lleva siempre a la comunión y a la comunicación. Es una experiencia por la que todos hemos pasado cuando hemos recibido una noticia buena, cuando nos ha sucedido algo agradable; nos salimos, vamos al encuentro de los demás, buscamos con quien compartirlo y aunque queramos ocultarlo todos van a notar lo que llevamos dentro.
María no podía quedarse en Nazaret. Llena e inundada del amor de Dios como estaba, sabiendo además que allá podía prestar un servicio ‘fue aprisa a la montaña’; no son simples carreras por la prisa, sino que eran las alas del amor las que le impulsaban a llegar a casa de Isabel. María iba llena de Dios. ‘Llena de gracia’, la había llamado el ángel.
Fue suficiente el saludo de María para que Isabel también se contagiara de aquella alegría y también se llenara de Dios. ‘En cuanto Isabel oyó el saludo de María… se llenó Isabel del Espíritu Santo’, y comenzaron las alabanzas y bendiciones. Bendiciones para María, pero que eran bendiciones a Dios, porque allí se estaba reconociendo su presencia salvadora. ‘La criatura saltó de alegría en su vientre’ y los cánticos y alabanzas se suceden. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre’.
Cuántas veces María en su camino de Nazaret sintiendo al Hijo de Dios en sus entrañas y sintiendo también que era su hijo estaría bendiciendo al Señor. Le dio mucho tiempo a María para meditar y considerar cuanto en ella sucedía en aquellos largos días de camino. Cuántas veces María cantaría al Señor desde lo hondo de su corazón sintiendo cómo Dios estaba con ella.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’, exclamó Isabel. Lo estaba reconociendo; nadie humanamente se lo había dicho, pero el Espíritu del Señor estaba actuando en su corazón y ella sabía leer y escuchar lo que el Espíritu le inspiraba. Allí estaba la madre del Señor. Allí estaba la mujer de la fe, la mujer que era grande, aunque se considerara pequeña, por su fe. ‘¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Nosotros también en este camino de Adviento que vamos haciendo y ya en la cercanía de la Navidad tan próximo también tenemos que cantar al Señor. Reconocer quien viene a nosotros, quien llega a nuestra vida con su salvación. ‘Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén… el Señor tu Dios en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta’. Así nos gozamos, viene a nosotros el que nos trae el perdón; viene a nosotros el que nos hace sentirnos seguros porque estará siempre con nosotros. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros.
En la medida que nos hemos ido preparando también hemos querido enderezar caminos, como nos pedía el Bautista, nos hemos acercado no a un bautismo de agua sino al bautismo en el Espíritu, nos hemos ido acercando a los sacramentos que nos purifican y nos llenan de vida nueva; hemos ido queriendo cultivar en nosotros más y más esas perlas preciosas de la fe y de la humildad, de la disponibilidad y de la generosidad en el amor; habrán ido apareciendo en nosotros nuevos sentimientos de amor y de solidaridad, de comunión y comprensión que nos han llevado a estar más cerca de los demás, más en comunión con todos y así no hemos ido preparando, porque el amor y la alegría que llevamos dentro es expansiva y nos hace encontrarnos con los demás y compartir con ellos nuestra fe, nuestra alegría, nuestro amor.
Sentimos, pues, en nosotros la alegría del Espíritu en la Navidad que se acerca, en el Señor que llega a nuestra vida. Saltemos también de jubilo con el Señor.

jueves, 20 de diciembre de 2012


Humildad, sencillez, fe, docilidad, alegría como María para recibir al Señor

Is. 7, 10-14; Sal. 23; Lc. 1, 26-38
El lugar donde se desarrolló la escena que nos narraba el evangelio de ayer era solemne; fue en el templo de Jerusalén, en el lugar santo del Santuario donde era ofrecida cada día la ofrenda del incienso; en medio de las nubes de incienso que subían al cielo como signo de las oraciones del pueblo que oraba fuera se le manifestó el ángel del Señor a Zacarías para anunciarle el nacimiento del que iría delante del Señor para preparar un pueblo bien dispuesto.
Ahora que llega el Señor de cielo y tierra, el Hijo eterno de Dios para encarnarse y hacerse hombre, para habitar en medio de nosotros los hombres el lugar es humilde y sencillo; una pequeña casa de un pueblo casi perdido en Galilea que apenas se había oído hablar de él, una pequeña casa adosada a la roca de la ladera de la montaña, si nos fijamos en los restos que de ella quedan en el subsuelo de la hoy inmensa basílica de la anunciación.
No hay nubes de incienso, pero si está allí la que se considera a sí misma la pequeña y la esclava, pero que está siempre abierta Dios para hacer en todo y siempre lo que sea su voluntad. Calladamente y con escuetas palabras llega el ángel que viene de parte de Dios pero como siempre llenándonos de paz y alegría e inundándonos de la gracia del Señor.  ‘Alégrate, la llena de gracia, que el Señor está contigo… no temas, María, has encontrado gracia ante Dios…’ son las palabras del ángel, es el mensaje que de parte de Dios viene a trasmitir.
Allí, en la primera escena, Zacarías se sobreexalta, se siente confundido y se llena de dudas, no terminando de creer lo que el ángel del Señor le está trasmitiendo. Aquí en Nazaret María se siente sobrecogida y confundida por su humildad ante las palabras del ángel que comenzará a rumiar en su corazon, y aunque le cuesta entender está su fe, la fe de quien tiene abierto siempre el corazón para Dios para aceptar y para decir sí. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
Contraponemos a estas escenas lo relatado en la primera lectura del profeta Isaías, donde vendrá a anunciarse a la Virgen que está encinta y que dará a luz un hijo al que se le llamará Emmanuel, pero que será la señal para confundir a quien no tiene fe y aunque dice no querer tentar a su Dios, sin embargo ha dudado que de Dios le pueda venir la ayuda que necesita en aquel momento frente a sus enemigos. La señal que se le anuncia será una señal milagrosa para llevar a la fe al rey increyente, pero que será para nosotros una señal mesiánica que tendrá que despertar también la fe en nuestro corazon porque a la larga es Dios que viene a nosotros, que viene a habitar en medio nuestro, que quiere ser Emmanuel, porque quiere ser para siempre Dios con nosotros.
Hoy miramos de manera especial a la Virgen, a María, en esta escena del evangelio que nos está trasmitiendo también un gran misterio, el misterio admirable de la Encarnación de Dios en las entrañas de María para ser Emmanuel, para ser Dios con nosotros; el misterio de un Dios que nos ama a pesar de nuestras dudas y de las oscuridades con que llenamos con el pecado tantas veces nuestra vida y nos llena de su salvación porque nos quiere encender la luz de la fe en nuestro corazón; pero el misterio de amor de un Dios quiere traernos tambien la gracia del amor y del perdón que se derrochará también nosotros para que seamos como María llenos de gracia, para que como María seamos agraciados, encontremos gracia, ante Dios.
Humildad y sencillez como en aquella humilde casa de Nazaret; fe como la de María siempre abierta a Dios y docilidad y disponibilidad para dejarnos hacer por Dios, para que se realicen en nosotros también esos planes de Dios; alegría como se alegró María y cantó a Dios desde su corazón, porque no podemos menos que alegrarnos con todo cuanto se nos anuncia que despierta nuestra fe y nuestra esperanza, y nos llenará para siempre de gozo en la presencia de Dios, del Dios que nos ama, en nuestra vida. cultivemos esas perlas preciosas con las que adornemos nuestro corazón para recibir al Señor.

miércoles, 19 de diciembre de 2012


Llenémonos de alegría con las maravillas que el Señor hace en nosotros

Jueces, 13, 2-7.24-25; Sal. 70; Lc. 1, 5-25
‘No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado…’ Es el saludo del ángel; es el saludo que viene de parte de Dios; es una invitación a la paz; es un sentir en el corazón la paz que viene de Dios. Son las palabras del ángel a Zacarías, como serían también las palabras del ángel a María.
Estamos tan llenos de temores, pero es que además nos sentimos sobrecogidos por las cosas grandes. Nos sentimos empequeñecidos, nos sentimos pobres, inútiles e incapaces; sentimos además la inquietud de lo que nos pueda suceder o de la misión que podamos recibir. Pero no tendríamos que sentir temor cuando Dios viene a nuestra vida. Es más, tendríamos que sentirnos engrandecidos por el honor de que Dios venga a nosotros, nos envíe su ángel para estar con nosotros.
Por eso el ángel pronto le dirá a Zacarías ‘te llenarás de alegría y muchos también se alegrarán…’ Zacarías e Isabel tenían en su corazón las ansias de la paternidad y de la maternidad. ‘Los dos eran ya de edad avanzada y no tenían hijos porque Isabel era estéril’. Es aquí donde se manifiestan las maravillas del Señor. Pensamos que tendríamos que ser grandes e importantes, estar llenos de grandes valores y posibilidades, sabidurías, riquezas, poderes, conocimientos especiales. Pero Dios escoge a los que El quiere y cuando quiere para realizar sus maravillas. Esas maravillas no son el fruto de nuestros saberes o nuestros poderes, sino que son la obra del Señor.
Lo vimos en la primera lectura con los padres de Sansón como lo veremos en otros momentos del Antiguo Testamento para escoger a los que el Señor quiere. Lo vemos ahora en Zacarías e Isabel, aquellos buenos ancianos que no han podido tener hijos, pero que les va a nacer un hijo del que Jesús dirá que no ha nacido de mujer nadie más grande que él. ‘Tu mujer te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan’, le dice el ángel a Zacarías.
El que va a nacer viene lleno del Espíritu Santo ya desde el vientre materno - recordemos la visita de María a Isabel en la que meditaremos en unos días - ‘y convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios’. Es el que viene para ir delante del Señor, va a ser el precursor del Mesías, la voz que gritará en el desierto para preparar los caminos del Señor y ‘viene con el espíritu y poder de Elías - recordemos lo meditado hace pocos días - para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Nos cuesta creer. Nos parecen en ocasiones imposibles las cosas que el Señor nos anuncia. En nuestra pequeñez no es que nos sintamos indignos, es que nos sentimos incapaces porque pensamos que esas maravillas tenemos que hacerlas por nosotros. Pero no son obra nuestra sino obra del Señor.
Le pasó a Zacarías que no terminaba de creer y no hace sino pedir explicaciones. ‘¿Cómo estaré seguro eso?’ se pregunta y le pregunta al ángel. Los temores que se nos meten en el corazón y que nos paralizan.
Aprendamos a confiar en el Señor, a dejarnos conducir por El, a tener fuerte disponibilidad en el corazón para lo que el Señor nos pida, para lo que el Señor nos ofrezca. Ahora mismo preparando los caminos del Señor, preparando nuestro corazón nos vemos tan pecadores que nos parece hasta imposible que seamos amados del Señor. Pero el amor del Señor es una gracia, es un regalo de Dios. Reconozcamos las obras de Dios, reconozcamos el amor del Señor que ha estado grande con nosotros y que nuestra boca, como decíamos en el salmo, nuestro corazón se llene de las alabanzas del Señor.

martes, 18 de diciembre de 2012


Acoger a Jesús, nuestra justicia y nuestra salvación

Jer. 23, 5-8; Sal. 71; Mt. 1, 18-24
Dándole vueltas y reflexionando en torno a los textos de la Palabra que la liturgia nos ofrece hoy se me ocurre pensar en estos textos como aquellos en los que se  nos viene a manifestar el nombre del Salvador que esperamos. Reflexionábamos ayer cómo de la mano de la liturgia vamos a hacer una autentica profesión de fe en Jesús que viene como nuestro salvador para lo que no es necesario ir realizando un progresivo crecimiento en nuestra fe desde un mayor conocimiento de todas las verdades reveladas y todo el misterio de la salvación. A esto nos quiere ayuda hoy la liturgia que estamos celebrando en este nuestro camino de Adviento.
Como decíamos, estos textos que nos ofrece hoy la liturgia nos vienen a proponer los diferentes nombres de Jesús. ‘Suscitaré a David un vástago legítimo’, nos dice, que ‘reinará como un rey prudente y hará justicia y derecho en la tierra’, pero será la salvación de Judá y de Israel, por eso ‘lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia’.
Cuando los profetas hacen mención al derecho y a la justicia no lo hacen solamente en un sentido jurídico, sino que esa palabra ‘justicia’ tiene más bien una connotación de salvación y santidad. Por eso decir ‘el Señor nuestra justicia’ viene a ser lo mismo que decir ‘el Señor nuestra salvación’.
En ello vemos una clara referencia a lo que luego escuchamos en el evangelio. Ante las dudas de José se le aparece el ángel del Señor que le dice: ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella es obra del Espíritu Santo. Dará un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque El salvará a su pueblo de los pecados’. Aparece el nombre de Jesús, que también le había señalado el ángel a María en la anunciación. El nombre de Jesús que significa ‘Dios salva’, Dios es nuestro Salvador, es nuestra salvación, como habíamos escuchado antes al profeta.
Pero esto además se viene a corroborar con el recuerdo que el evangelista hace de lo anunciado por Isaías: ‘Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros’.
Dios con nosotros, Dios que es nuestra justicia y nuestra salvación, Jesús porque El salvará a su pueblo de los pecados, el rey prudente que implantará el derecho y la justicia, que viene a traernos la salvación, que con su presencia en medio de nosotros va a hacer resplandecer la santidad de Dios.
Pero Dios quiere contar con el hombre, Dios quiere contar con nosotros. Para nosotros es esa salvación que el Señor nos ofrece, es una gracia del Señor, es un regalo de Dios, pero al que tenemos que acoger, saber aceptar y recibir. Dios no quiere hacer nada en nuestra vida sin contar con nosotros, que para eso nos hizo libres desde la creación.
Quiso contar con María, como quiso contar con José. Fue importante el Sí de María en la anunciación, pero ahora es importante la colaboración de José al que se le pide que reciba a María, que la lleve a su casa, que tome como hijo suyo al que María lleva en sus entrañas, que haga con el hijo las funciones de padre porque es él, José, el que ha de imponerle el nombre: ‘le pondrás por nombre Jesús’.
Nosotros también hemos de saber decir ‘sí’, acoger a Jesús, nuestra justicia y nuestra salvación; acoger la gracia de Jesús que nos llena de justicia, que hará resplandecer en nosotros la santidad de Dios; acoger a Jesús, porque también nosotros hemos de saber llevarlo a los demás. Nuestra acogida y nuestra santidad se van a convertir en un signo para el mundo que nos rodea de esa santidad y de esa salvación de Jesús. Con nuestra acogida y nuestra santidad hemos de ser misioneros de Jesús para los demás.

lunes, 17 de diciembre de 2012


Una invitación a una auténtica y renovada profesión de fe cuando llegue la navidad

Gén. 49, 2.8-10; Sal. 71; Mt. 1, 1-17
Iniciamos el último tramo de nuestro camino de adviento. Son ocho días de preparación inmediata que tiene sus textos especiales en la liturgia, en las lecturas de la Palabra de Dios, en el texto de las oraciones y de las antífonas, destacando de manera especial las antífonas para el canto del Magnificat en las vísperas de cada uno de estos ocho días anteriores a la navidad.
En el evangelio escucharemos el inicio del evangelio de Mateo hoy y mañana, y el resto de día los primeros capítulos del evangelio de Lucas hasta que lleguemos en la nochebuena a las lecturas del nacimiento de Jesús en Belén. Los textos de la primera lectura, del Antiguo Testamento siempre en una relación con el mensaje del evangelio.
La liturgia nos irá llevando de la mano a la confesión de nuestra fe en Jesús, verdadero hombre, nacido en el pueblo de Israel, del linaje de Judá, de la dinastía de David, el anunciado por los profetas, como verdadero Hijo de Dios, en quien vamos a obtener nuestra salvación. Y vamos a pedir hoy, al confesar nuestra fe en Jesús, verdadero Hijo de Dios que se ha encarnado y se ha hecho hombre, Palabra eterna de Dios encarnada en el seno de María, que nosotros alcancemos la gracia de transformarnos plenamente en hijos de Dios.
Hoy el evangelio nos ofrece la ‘genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán’. Es Jesús, el Mesías de Dios, enraizado plenamente en el pueblo judío, al pertenecer al linaje y dinastía de David y de Judá, que va a ser el Cristo, el Ungido, el Mesías de Dios que nos viene a traer la salvación. La liturgia quiere que apuntalemos bien nuestra fe contemplando lo que es la historia de la salvación. Ese anuncio y promesa de Dios desde el principio, desde que el hombre cayó en el pecado y abandonó el camino y vida de Dios, pero en el que Dios  no abandona al hombre sino que siempre tendrá una promesa de salvación.
Nos viene bien recordar estos aspectos fundamentales de nuestra fe y más en este año de la fe al que nos ha convocado el Papa que ‘es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31)’, como nos dice en su convocatoria de este año.
Renovaremos en plenitud la conversión de nuestro corazón al Señor en la medida en que vaya creciendo nuestra fe, creciendo en el conocimiento de las verdades reveladas, en que la vayamos confesando con mayor y más viva conciencia. Es importante esa formación que vayamos adquiriendo en nuestra vida cristiana para que podamos en verdad dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza pero con las obras de nuestra vida.
Como nos dice el Papa ‘así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios’.
Por eso nos sigue diciendo: ‘Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo’.
Que nos ayude este camino que vamos haciendo y estas reflexiones que en torno a la palabra nos hacemos a ese crecimiento y fortalecimiento de nuestra fe, y así vivamos en la mayor plenitud ese encuentro con el Señor que ha de ser la Navidad.

domingo, 16 de diciembre de 2012


Estad alegres en el Señor que viene con su salvación

Sof. 3, 14-18; Sal.: Is. 12, 2-6; Filp. 4, 4-7; Lc. 3, 10-18
Dos aspectos destacan sobremanera en la liturgia de este tercer domingo de adviento en los que nos vendría bien detenernos un poco a reflexionar dejándonos iluminar por la Palabra del Señor en este camino que nos lleva a la Navidad.
Por una parte, ‘el pueblo estaba en expectación’, nos dice el evangelista para reflejarnos lo que estaba sucediendo con la presencia de Juan allá junto al Jordán preguntándose si él era el Mesías esperado y qué es lo que tenían que hacer. Por otra parte la liturgia de este día es toda una invitación a la alegría desbordante en la cercanía de la Navidad, fiesta de gozo y salvación, como decíamos en la oración litúrgica.
La cercanía de algo que va a resultar grandioso o importante para nuestra vida nos hace desearlo con toda intensidad, pero de alguna manera ya vamos gustando como anticipadamente el gozo y la alegría de aquello en lo que vamos a participar o que vayamos a recibir. Es lo que la liturgia quiere adelantarnos ya en este tercer domingo de Adviento. Es la cercanía de la navidad, pero eso hemos de entenderlo bien.
En su origen la alegría y la fiesta de la navidad había nacido del gozo del nacimiento del Señor y de todo lo que eso significaba y repercutía para nuestra vida. Es celebrar que Dios viene a nosotros con su salvación. Necesitamos sentirnos salvados, necesitamos de la salvación que solo de Dios nos puede venir. Pero se ha perdido ese sentido religioso y cristiano de la vida y de lo que es la navidad y ahora todo el mundo hace fiesta en navidad, pero ¿hace fiesta realmente porque siempre y experimenta en su vida esa salvación que Jesús nos  viene a traer?
Si uno escucha la mayoría de los medios de comunicación, escucha los anuncios comerciales que nos hablan de la fiesta de la navidad, si escucha incluso muchas canciones o villancicos que en estos días se cantan no aparece por ninguna parte en muchos de ellos el sentido religioso, no aparece por ninguna parte Jesús con su salvación ni el Dios que nos ama y que nos salva.
Nos han robado la palabra navidad y le han cambiado totalmente su sentido. Unas fiestas, unas comidas, unos encuentros familiares, de amigos, o de compañeros de trabajo, unos regalos, unos derroches sin límites, unas vanidades y un consumismo cada vez más intenso, pero en ningún lugar aparece la alegría que nos nace de Dios y que nos llega en el nacimiento de Jesús en Belén. Fijémonos incluso en el estilo y sentido de los adornos de nuestras calles y ciudades. ¿No tendremos que despertarnos los cristianos de todo esto y comenzar de verdad a celebrar en su más hondo sentido la navidad?
No digo que no haya cosas buenas en lo que hacemos porque es hermoso que se despierten en los hombres al menos por unos días unos sentimientos de solidaridad y nos preocupemos de los demás, o que las familias se encuentren y queramos hacer felices a los que nos rodean o con quienes convivimos. Eso sería una tarea que siempre hemos de tener en cuenta, pero navidad no es sólo eso, hay algo más hondo que hemos de tener en cuenta. No podemos prescindir de Dios en Navidad.
¿A qué alegría se nos invita y se nos hace partícipe ya en este tercer domingo de Adviento? ‘Regocíjate… grita de júbilo… alégrate y gózate de todo corazón…’ decía el profeta.  Y con el salmo ya respondíamos: ‘Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel’. Qué grande es el Señor, nos trae el perdón, nos dice que se acabaron los temores para siempre porque El está en medio de nosotros, viene con su salvación; el Señor se complace en nosotros porque nos ama y eso nos llena de júbilo. ¿Queremos más motivos para la alegría?
Claro que esta alegría nacerá en nuestro corazón si es que nosotros nos sentimos necesitados de la salvación, del perdón; será alegría para nosotros si tenemos fe y experimentamos de verdad en nuestro corazón que el Señor nos ama. Con humildad hemos de ser conscientes de que necesitamos la salvación y que esa salvación solamente nos puede venir de Dios. Cuando tenemos estos presupuestos entonces sí que nos alegramos en la cercanía de Dios que viene a nosotros, tendrá hondo sentido, entonces, la navidad porque es Dios que viene a nuestro encuentro para ofrecernos su salvación.
Es más, en la situación en que vive nuestra sociedad actualmente con su crisis en todos los sentidos, con los problemas de todo tipo que afectan a individuos y familias, con tantas cosas que hacen que a veces nos parezca verlo todo oscuro y la gente haya perdido la ilusión y la esperanza creo que la navidad, tal como estamos hablando de Dios que viene a nosotros con su salvación, es algo que necesitamos vivir con toda intensidad.
Dios quiere llegar a nuestra vida despertando en nosotros esa esperanza que necesitamos, quiere llegar a nuestra vida, y nuestra vida concreta con sus problemas y sus luchas, dándonos luz, ilusión, ganas de vivir y de luchar; en el Dios que viene con su salvación encontraremos esa fuerza que necesitamos al mismo tiempo que desde El encontraremos todo el sentido para hacer que en verdad nuestro mundo sea mejor.
‘¿Qué hemos de hacer?’, era la pregunta que la gente le hacía a Juan. Es la pregunta que nosotros también nos tenemos que hacer desde esas expectativas que son nuestra vida y desde esa esperanza de salvación que tenemos en nuestro corazón. ‘Dios nos ofrece hoy, ahora, a mi, a cada uno de nosotros la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que El nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine y la transforme con su gracia, con su presencia’. Así nos decía el Papa Benedicto XVI y creo que es una tarea, la primera, que hemos de emprender. Reconocerlo y acogerlo para sentirnos transformados.
Pero aun sigue pendiente la pregunta ‘¿qué hemos de hacer?’ Si vamos a acoger y reconocer así a Jesús que es nuestro salvador nos damos cuenta de que hay muchas que mejorar, cambiar en nuestra vida. Es el examen serio que tenemos que hacernos. El Bautista de una forma concreta hablaba a todos aquellos que se acercaban a él señalándoles las cosas que en su vida concreta de cada día habían de corregir o de mejorar.  No se trataba de hacer cosas nuevas o diferentes, sino que se trata de hacer bien, con actitudes nuevas nacidas en un corazón nuevo esas cosas que cada uno tiene que hacer cada día en su vida.
Aprende a compartir y en consecuencia a amar de verdad; aprende a ser justo y no volverte exigente e intratable con los que están a tu lado. Que nadie sea injusto con nadie; que nos comportemos con autenticidad y sana libertad, alejando de nosotros toda hipocresía y falsedad; que alejemos de nosotros todo tipo de violencia en nuestras palabras, en nuestros gestos, en nuestro trato, o en las actitudes profundas que llevamos dentro en nuestra relación con los demás; que siempre busquemos la paz, construyamos la paz, la armonía, la concordia sabiendo dialogar con los otros; que nadie se aproveche o abuse de los demás sino que en verdad creemos entre nosotros una verdadera fraternidad; que nos olvidemos un poquito de nuestro yo para ser siempre para los demás con disposición generosa siempre para el servicio, para ayudar, para tender una mano.
Juan no es el Mesías, solamente es el profeta, la voz que clama en el desierto; él bautiza solo con agua para que demos señales de que en verdad estamos arrepentidos de nuestras actitudes y posturas negativas y comencemos a dar señales de conversión, de vuelta de nuestro corazón hacia Dios; ‘el que viene puede más que yo, les dice, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias; El bautizará con Espíritu Santo y fuego’.
Estamos nosotros también expectantes, se acerca la Navidad, se acerca la salvación. Hemos de preparar los caminos; hemos de transformar nuestro corazón; hemos de quemar todas esas cosas negativas que hay en nuestra vida con el fuego del Espíritu. Queremos prepararnos con toda intensidad para la llegada del Señor; estamos alegres, con una alegría grande, porque nos sentimos amados de Dios, porque Dios quiere entrar en la casa de mi vida para habitar en mí, porque la misericordia del Señor se derrama sobre nuestros corazones, porque en Jesús tenemos la certeza de que podemos empezar una vida nueva con la salvación que nos trae para transformar nuestro corazón.