viernes, 21 de diciembre de 2012


El amor y la alegría no se pueden contener y María se puso en camino a la montaña

Sofonías, 3, 14-18; Sal. 32; Lc. 1, 39-45
‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá’. María no podía quedarse quieta ni encerrada en Nazaret, tenia que salir. El amor y la alegría no se pueden ocultar; el amor y la alegría no sólo se notan, aunque no queramos, en quien está lleno de amor y de alegría en su corazón, sino que además tiende a expandirse, a comunicarse; nos lleva siempre a la comunión y a la comunicación. Es una experiencia por la que todos hemos pasado cuando hemos recibido una noticia buena, cuando nos ha sucedido algo agradable; nos salimos, vamos al encuentro de los demás, buscamos con quien compartirlo y aunque queramos ocultarlo todos van a notar lo que llevamos dentro.
María no podía quedarse en Nazaret. Llena e inundada del amor de Dios como estaba, sabiendo además que allá podía prestar un servicio ‘fue aprisa a la montaña’; no son simples carreras por la prisa, sino que eran las alas del amor las que le impulsaban a llegar a casa de Isabel. María iba llena de Dios. ‘Llena de gracia’, la había llamado el ángel.
Fue suficiente el saludo de María para que Isabel también se contagiara de aquella alegría y también se llenara de Dios. ‘En cuanto Isabel oyó el saludo de María… se llenó Isabel del Espíritu Santo’, y comenzaron las alabanzas y bendiciones. Bendiciones para María, pero que eran bendiciones a Dios, porque allí se estaba reconociendo su presencia salvadora. ‘La criatura saltó de alegría en su vientre’ y los cánticos y alabanzas se suceden. ‘Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre’.
Cuántas veces María en su camino de Nazaret sintiendo al Hijo de Dios en sus entrañas y sintiendo también que era su hijo estaría bendiciendo al Señor. Le dio mucho tiempo a María para meditar y considerar cuanto en ella sucedía en aquellos largos días de camino. Cuántas veces María cantaría al Señor desde lo hondo de su corazón sintiendo cómo Dios estaba con ella.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’, exclamó Isabel. Lo estaba reconociendo; nadie humanamente se lo había dicho, pero el Espíritu del Señor estaba actuando en su corazón y ella sabía leer y escuchar lo que el Espíritu le inspiraba. Allí estaba la madre del Señor. Allí estaba la mujer de la fe, la mujer que era grande, aunque se considerara pequeña, por su fe. ‘¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’.
Nosotros también en este camino de Adviento que vamos haciendo y ya en la cercanía de la Navidad tan próximo también tenemos que cantar al Señor. Reconocer quien viene a nosotros, quien llega a nuestra vida con su salvación. ‘Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén… el Señor tu Dios en medio de ti, es un guerrero que salva. El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta’. Así nos gozamos, viene a nosotros el que nos trae el perdón; viene a nosotros el que nos hace sentirnos seguros porque estará siempre con nosotros. Es el Emmanuel, el Dios con nosotros.
En la medida que nos hemos ido preparando también hemos querido enderezar caminos, como nos pedía el Bautista, nos hemos acercado no a un bautismo de agua sino al bautismo en el Espíritu, nos hemos ido acercando a los sacramentos que nos purifican y nos llenan de vida nueva; hemos ido queriendo cultivar en nosotros más y más esas perlas preciosas de la fe y de la humildad, de la disponibilidad y de la generosidad en el amor; habrán ido apareciendo en nosotros nuevos sentimientos de amor y de solidaridad, de comunión y comprensión que nos han llevado a estar más cerca de los demás, más en comunión con todos y así no hemos ido preparando, porque el amor y la alegría que llevamos dentro es expansiva y nos hace encontrarnos con los demás y compartir con ellos nuestra fe, nuestra alegría, nuestro amor.
Sentimos, pues, en nosotros la alegría del Espíritu en la Navidad que se acerca, en el Señor que llega a nuestra vida. Saltemos también de jubilo con el Señor.

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