domingo, 16 de diciembre de 2012


Estad alegres en el Señor que viene con su salvación

Sof. 3, 14-18; Sal.: Is. 12, 2-6; Filp. 4, 4-7; Lc. 3, 10-18
Dos aspectos destacan sobremanera en la liturgia de este tercer domingo de adviento en los que nos vendría bien detenernos un poco a reflexionar dejándonos iluminar por la Palabra del Señor en este camino que nos lleva a la Navidad.
Por una parte, ‘el pueblo estaba en expectación’, nos dice el evangelista para reflejarnos lo que estaba sucediendo con la presencia de Juan allá junto al Jordán preguntándose si él era el Mesías esperado y qué es lo que tenían que hacer. Por otra parte la liturgia de este día es toda una invitación a la alegría desbordante en la cercanía de la Navidad, fiesta de gozo y salvación, como decíamos en la oración litúrgica.
La cercanía de algo que va a resultar grandioso o importante para nuestra vida nos hace desearlo con toda intensidad, pero de alguna manera ya vamos gustando como anticipadamente el gozo y la alegría de aquello en lo que vamos a participar o que vayamos a recibir. Es lo que la liturgia quiere adelantarnos ya en este tercer domingo de Adviento. Es la cercanía de la navidad, pero eso hemos de entenderlo bien.
En su origen la alegría y la fiesta de la navidad había nacido del gozo del nacimiento del Señor y de todo lo que eso significaba y repercutía para nuestra vida. Es celebrar que Dios viene a nosotros con su salvación. Necesitamos sentirnos salvados, necesitamos de la salvación que solo de Dios nos puede venir. Pero se ha perdido ese sentido religioso y cristiano de la vida y de lo que es la navidad y ahora todo el mundo hace fiesta en navidad, pero ¿hace fiesta realmente porque siempre y experimenta en su vida esa salvación que Jesús nos  viene a traer?
Si uno escucha la mayoría de los medios de comunicación, escucha los anuncios comerciales que nos hablan de la fiesta de la navidad, si escucha incluso muchas canciones o villancicos que en estos días se cantan no aparece por ninguna parte en muchos de ellos el sentido religioso, no aparece por ninguna parte Jesús con su salvación ni el Dios que nos ama y que nos salva.
Nos han robado la palabra navidad y le han cambiado totalmente su sentido. Unas fiestas, unas comidas, unos encuentros familiares, de amigos, o de compañeros de trabajo, unos regalos, unos derroches sin límites, unas vanidades y un consumismo cada vez más intenso, pero en ningún lugar aparece la alegría que nos nace de Dios y que nos llega en el nacimiento de Jesús en Belén. Fijémonos incluso en el estilo y sentido de los adornos de nuestras calles y ciudades. ¿No tendremos que despertarnos los cristianos de todo esto y comenzar de verdad a celebrar en su más hondo sentido la navidad?
No digo que no haya cosas buenas en lo que hacemos porque es hermoso que se despierten en los hombres al menos por unos días unos sentimientos de solidaridad y nos preocupemos de los demás, o que las familias se encuentren y queramos hacer felices a los que nos rodean o con quienes convivimos. Eso sería una tarea que siempre hemos de tener en cuenta, pero navidad no es sólo eso, hay algo más hondo que hemos de tener en cuenta. No podemos prescindir de Dios en Navidad.
¿A qué alegría se nos invita y se nos hace partícipe ya en este tercer domingo de Adviento? ‘Regocíjate… grita de júbilo… alégrate y gózate de todo corazón…’ decía el profeta.  Y con el salmo ya respondíamos: ‘Gritad jubilosos: qué grande es en medio de ti el Santo de Israel’. Qué grande es el Señor, nos trae el perdón, nos dice que se acabaron los temores para siempre porque El está en medio de nosotros, viene con su salvación; el Señor se complace en nosotros porque nos ama y eso nos llena de júbilo. ¿Queremos más motivos para la alegría?
Claro que esta alegría nacerá en nuestro corazón si es que nosotros nos sentimos necesitados de la salvación, del perdón; será alegría para nosotros si tenemos fe y experimentamos de verdad en nuestro corazón que el Señor nos ama. Con humildad hemos de ser conscientes de que necesitamos la salvación y que esa salvación solamente nos puede venir de Dios. Cuando tenemos estos presupuestos entonces sí que nos alegramos en la cercanía de Dios que viene a nosotros, tendrá hondo sentido, entonces, la navidad porque es Dios que viene a nuestro encuentro para ofrecernos su salvación.
Es más, en la situación en que vive nuestra sociedad actualmente con su crisis en todos los sentidos, con los problemas de todo tipo que afectan a individuos y familias, con tantas cosas que hacen que a veces nos parezca verlo todo oscuro y la gente haya perdido la ilusión y la esperanza creo que la navidad, tal como estamos hablando de Dios que viene a nosotros con su salvación, es algo que necesitamos vivir con toda intensidad.
Dios quiere llegar a nuestra vida despertando en nosotros esa esperanza que necesitamos, quiere llegar a nuestra vida, y nuestra vida concreta con sus problemas y sus luchas, dándonos luz, ilusión, ganas de vivir y de luchar; en el Dios que viene con su salvación encontraremos esa fuerza que necesitamos al mismo tiempo que desde El encontraremos todo el sentido para hacer que en verdad nuestro mundo sea mejor.
‘¿Qué hemos de hacer?’, era la pregunta que la gente le hacía a Juan. Es la pregunta que nosotros también nos tenemos que hacer desde esas expectativas que son nuestra vida y desde esa esperanza de salvación que tenemos en nuestro corazón. ‘Dios nos ofrece hoy, ahora, a mi, a cada uno de nosotros la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo, como hicieron los pastores de Belén, para que El nazca también en nuestra vida y la renueve, la ilumine y la transforme con su gracia, con su presencia’. Así nos decía el Papa Benedicto XVI y creo que es una tarea, la primera, que hemos de emprender. Reconocerlo y acogerlo para sentirnos transformados.
Pero aun sigue pendiente la pregunta ‘¿qué hemos de hacer?’ Si vamos a acoger y reconocer así a Jesús que es nuestro salvador nos damos cuenta de que hay muchas que mejorar, cambiar en nuestra vida. Es el examen serio que tenemos que hacernos. El Bautista de una forma concreta hablaba a todos aquellos que se acercaban a él señalándoles las cosas que en su vida concreta de cada día habían de corregir o de mejorar.  No se trataba de hacer cosas nuevas o diferentes, sino que se trata de hacer bien, con actitudes nuevas nacidas en un corazón nuevo esas cosas que cada uno tiene que hacer cada día en su vida.
Aprende a compartir y en consecuencia a amar de verdad; aprende a ser justo y no volverte exigente e intratable con los que están a tu lado. Que nadie sea injusto con nadie; que nos comportemos con autenticidad y sana libertad, alejando de nosotros toda hipocresía y falsedad; que alejemos de nosotros todo tipo de violencia en nuestras palabras, en nuestros gestos, en nuestro trato, o en las actitudes profundas que llevamos dentro en nuestra relación con los demás; que siempre busquemos la paz, construyamos la paz, la armonía, la concordia sabiendo dialogar con los otros; que nadie se aproveche o abuse de los demás sino que en verdad creemos entre nosotros una verdadera fraternidad; que nos olvidemos un poquito de nuestro yo para ser siempre para los demás con disposición generosa siempre para el servicio, para ayudar, para tender una mano.
Juan no es el Mesías, solamente es el profeta, la voz que clama en el desierto; él bautiza solo con agua para que demos señales de que en verdad estamos arrepentidos de nuestras actitudes y posturas negativas y comencemos a dar señales de conversión, de vuelta de nuestro corazón hacia Dios; ‘el que viene puede más que yo, les dice, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias; El bautizará con Espíritu Santo y fuego’.
Estamos nosotros también expectantes, se acerca la Navidad, se acerca la salvación. Hemos de preparar los caminos; hemos de transformar nuestro corazón; hemos de quemar todas esas cosas negativas que hay en nuestra vida con el fuego del Espíritu. Queremos prepararnos con toda intensidad para la llegada del Señor; estamos alegres, con una alegría grande, porque nos sentimos amados de Dios, porque Dios quiere entrar en la casa de mi vida para habitar en mí, porque la misericordia del Señor se derrama sobre nuestros corazones, porque en Jesús tenemos la certeza de que podemos empezar una vida nueva con la salvación que nos trae para transformar nuestro corazón.

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