sábado, 25 de febrero de 2012


Hay que ser valientes como Leví para tomar nuestra decisión

Is. 58, 9-14; Sal. 85; Lc. 5, 27-32
Hay ocasiones en que tenemos la oportunidad de una decisión que pudiera ser importante en la vida, pero nos llenamos de temores y miedos ante lo que nos pueda deparar el futuro, hasta donde pueda llegar a comprometernos o porque nos cuesta salir quizá de nuestra situación en la que nos podemos encontrar cómodos o quizá con ataduras que se nos pegan. Nos quedamos en la indecisión y le damos largas o tratamos de olvidarlo. Nos sucede en muchos ámbitos de la vida.
Nos sucede en el camino del seguimiento de Jesús y de nuestra vida cristiana. Vemos que tendríamos que cambiar; que quizá sentimos allá en el corazón una llamada que nos empuja a otras cosas mejores; una reflexión que alguien nos ayudó a hacer o que nos hicimos tras algún acontecimiento vivido, pero no nos hemos decidido; nos cuesta tomar una decisión.
Lo mismo cuando tenemos que arrancarnos de una situación que pudiera ser dolorosa en nuestra vida, o una situación y unas actitudes que sabemos que no son buenas y que están bien alejadas de lo que el Señor nos pide. Nos cuesta arrancarnos, dar el paso hacia adelante, salir de esa situación. Muchos ejemplos podríamos poner y muchos testimonios podríamos dar cada uno de nosotros mirando con sinceridad nuestra vida.
En este camino luminoso de la cuaresma que vamos haciendo la Palabra del Señor que vamos escuchando cada día nos va llamando, nos va señalando caminos y nos va ofreciendo testimonios de quienes han sabido ser valientes en dar el paso hacia adelante. De una cosa podemos estar seguros: que cuando demos el paso luego  nos vamos a sentir más felices y dichosos, más llenos de plenitud.
Por una parte tenemos lo que nos ha dicho el profeta. Es una continuación del texto de ayer con aquel grito que nos llamaba e invitaba a la conversión abriendo prisiones, rompiendo cepos que nos atan, liberándonos de todo lo que nos oprime y esclaviza, compartiendo generosamente con los demás.
Nos decía entonces y nos ha vuelto a repetir hoy ‘entonces brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía’. Y luego nos hacia la descripción de lo que eran las bendiciones del Señor que nos conducen a la plenitud con imágenes de una tierra que se convierte en vergel, en paraíso. ‘Entonces el Señor será tu delicia’. ¡Qué consolador mensaje!
Pero está también el testimonio valiente que nos ofrece el evangelio. ‘Jesús vio a un recaudador llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió’. ¿No le costaría a Leví tomar esa decisión? No podemos decir que no le costara. Allí junto a aquel mostrador estaba lo que era su vida, sus esfuerzos, sus ganancias. Lo que se le presentaba delante siguiendo a aquel profeta era algo incierto. Aunque muchos pensaran que podría ser el Mesías eso aún no se tenía claro. Pero ‘se levantó y lo siguió dejándolo todo’.
¿Una locura? ¿Algo no suficientemente pensado? ¿Qué podríamos pensar? Pero había llegado Jesús a su vida, había tocado su corazón. Lo dejó todo y lo siguió. Seguro que allá en lo hondo de si mismo sintió el fuego del amor de Dios que apaga dudas e indecisiones y se dejó arrastrar por esa llamarada de amor que llegaba a su vida.
Cuánto necesitamos esa valentía para tomar la decisión rotunda y clara de seguir siempre a Jesús. Ya lo seguimos pues nos llamamos cristianos. Pero bien sabemos cuantas dudas, cuantas reticencias, cuantas debilidades, cuantas vueltas atrás vamos teniendo en la vida. Nuestro seguimiento no es todo lo radical que tendría que ser. Somos muchas veces cobardes a la hora de dar la cara por Jesús.
Necesitamos sentir vivamente esa llamarada del amor de Dios en nuestro corazón. Depende de nosotros. Dios quiere inundarnos del fuego de su amor y encender nuestra vida, pero nosotros no le dejamos porque ponemos tantos mostradores como el de Leví por medio. Que el Espíritu del Seños nos ayude a saltar por encima de ese mostrador, a romper todos esos cepos que nos atan, a dejarnos iluminar por la luz del Señor para que nunca más haya oscuridad y tiniebla de muerte en nuestra vida.

viernes, 24 de febrero de 2012


Alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo su pecado

Is. 38, 1-19; Sal. 50; Mat. 9, 14-15
Ya desde el principio de la Cuaresma la liturgia y la iglesia, podemos decir Dios mismo nos está pidiendo autenticidad en nuestra vida en este camino de conversión al Señor que hemos iniciado. Camino, como reflexionábamos ayer que tiene que ser luminoso para nosotros porque así nos vamos iluminando de Dios con su Palabra que escuchamos con toda sinceridad.
Cuando escuchamos la Palabra que nos invita a la conversión podemos pensar en todo lo que tiene que ser nuestra relación con el Señor y lo que nosotros podamos ofrecerle desde nuestro culto, nuestra oración, los sacrificios que hagamos para agradarle, o, diciéndolo en un lenguaje más coloquial, contentarle.
Es cierto que tenemos que cuidar mucho, mimar podríamos decir, nuestra relación con el Señor, y en consecuencia nuestra oración, nuestras celebraciones. Sin ese encuentro vivo e íntimo con el Señor nada seríamos ni podríamos hacer. Pero todo eso  no puede estar alejado de la vida de cada día, de nuestras relaciones con los demás, de la vida familiar, de  nuestras responsabilidades personales o sociales, de nuestro compromiso con nuestro mundo – y nuestro mundo primero es ese entorno en el que estamos, vivimos y convivimos -, de los que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean.
Es lo que nos advierte hoy la Palabra de Dios, ya sea en el evangelio donde Jesús nos pide un ayuno auténtico, o en lo escuchado por el profeta. Son palabras fuertes de denuncia las que escuchamos al profeta Isaías. ‘Grita a plena voz… alza la voz como trompeta... denuncia a mi pueblo sus delitos…’
Querían aparecer como hombres muy religiosos y cumplidores, que ofrecían muchos sacrificios en el culto del Señor y asistían a todas las celebraciones, que hacían muchos sacrificios y ayunos, pero luego su vida era una vida llena de injusticia y de maldad. ‘Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… ¿Es ése el ayuno que el Señor desea? ¿A eso llamáis  ayuno, día agradable al Señor?’
Creo que fácilmente lo traducimos a nuestra vida, porque es bien clara la palabra profética que nos dice el Señor señalándonos cosas bien concretas de nuestra vida. Venimos a la Iglesia, rezamos, participamos en las celebraciones y luego  no somos capaces de perdonarnos, hablamos mal de los demás, nos insultamos por cualquier tontería, hacemos imposible la convivencia, no somos capaces de aceptarnos, perdonarnos, llevarnos bien. ¿Es eso lo que el Señor quiere de nuestras oraciones y celebraciones? ¿Es así cómo respondemos al Señor y decimos que creemos y somos cristianos? Tomémoslo en serio.
Ha sido claro el Señor en lo que tenemos que hacer. ‘Abrir prisiones injustas…’ siendo capaces de aceptarnos mutuamente y no ponernos ‘peros’ los unos a los otros.
‘Hacer saltar los cerrojos de los cepos…’ siendo capaces de perdonarnos siempre, no guardar rencores ni resentimientos.
‘Dejar libres a los oprimidos…’ ¿qué podemos decir? Respetarnos y no criticarnos, no andar con murmuraciones que crean desconfianzas.
‘Romper todos los cepos…’ comenzar ya a hablarnos todos, olvidando todas esas cosas que hemos dejado meter en el corazón con las que hemos apartado a tantos de nuestra vida.
‘Partir tu pan con el hambriento…’ comenzando a pensar menos en uno mismo y pensar más en los demás, siendo capaces de compartir más lo que somos y tenemos con los otros, y olvidar esa frase que tanto  nos gusta repetir ‘esto es mío’ para saberlo ofrecer generosamente a los demás.
‘Entonces nacerá una luz como la aurora… clamarás al Señor y te responderá…’ Sí,  vas a comenzar a llenarte de luz, va a brillar tu vida de una manera especial, vas a sentir una alegría y una paz distinta en tu corazón, sentirás el gozo de la presencia del Señor en tu vida.

jueves, 23 de febrero de 2012


El Señor quiere que nos llenemos de amor y de vida

Deut. 30, 15-20; Sal. 1; Lc. 9, 22-25
¿Qué quiere el Señor para nosotros? ¿Qué quiere de nosotros? Quiere para nosotros amor y vida. Quiere de nosotros que nos llenemos de amor y de vida. Y pensar en el amor es pensar en algo luminoso. Pensar en la vida es pensar en la luz. Lejos, pues, de nosotros oscuridades y negruras de muerte o que nos llenen de muerte.
Ayer comenzábamos el tiempo de Cuaresma y tenemos la tentación de llenar este tiempo de muchas negruras. Pero yo me atrevo a decir que es un tiempo luminoso, es una senda luminosa y llena de vida que vamos recorriendo en la que día a día nos vayamos llenando de más luz hasta la explosión luminosa de la noche pascual, en esa bellísima y rica liturgia de la luz, en que contemplaremos la luz verdadera, donde querremos ser iluminados para siempre por esa luz verdadera que es Jesús.
Las oscuridades y las negruras de muerte las tenemos en nosotros, en nuestra condición pecadora. Pero si queremos hacer este camino cuaresmal es para arrancarnos de esas tinieblas, para llenarnos de la luz y de la vida. Pero, a pesar de nuestra condición pecadora, no tenemos que cargar los tintes de las negruras y de las sombras sino que en la paleta de colores tenemos que buscar los más luminosos, los que más nos llenen de vida.
Dios quiere llenarnos de bendiciones y de vida. Recibir la bendición de Dios es sentir sobre nosotros esa mirada luminosa del amor, como es siempre la mirada de Dios. Recibir la bendición de Dios es sentir su fuerza y su vida en nosotros para llenarnos de vida  y de la misma manera nosotros llenemos de vida a los demás.
El libro del Deuteronomio nos ponía delante de nosotros la vida y el bien, la muerte y el mal. Lo que quiere el Señor es que tomemos caminos de vida, caminos de amor, caminos que nos llenen de las bendiciones de Dios. Tenemos el peligro muchas veces de errar el camino, confundirnos y escoger caminos que nos pueden parecer buenos. Miremos si están llenos de luz y de vida, que seguro que serán caminos que nos acercan a Dios.
Es a lo que nos invita Jesús en el evangelio. No quiere Jesús la cruz por si misma, ni la muerte por lo que pueda ser la muerte. Lo que quiere es el amor y la vida; quien ama y se da, quien es capaz de entregarse por otro para hacerlo feliz y llenarse de vida, quizá tenga que olvidarse de sí mismo. Pero seguro que cuando uno ve feliz al que está a nuestro lado, no nos importa lo que nos haya podido costar, pero a la larga nos sentiremos nosotros con una dicha y una felicidad mejor.
Se es feliz haciendo feliz a los demás. Por eso nos dirá Jesús que el que solo se mira a si mismo no estará caminando por un camino de vida y de luz. Las palabras de Jesús pudieran asustarnos porque nos puedan parecer duras, pero lo que realmente quiere Jesús es que seamos capaces de vivir la vida en la mayor plenitud, que es la plenitud del amor. Fue su camino que le llevó a lo alto del Gólgota, pero lo que El quería para nosotros era la vida.
Es el camino de nuestra vida cristiana, que todo cristiano ha de vivir en todo momento, pero que ahora en la cuaresma queremos intensificar de manera especial. Es lo que nos decía el Papa en su mensaje para la Cuaresma. La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad’.
Como sigue diciendo el Papa: ‘El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe», de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos», con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras». Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios’.
Así queremos ir realizando este camino. La Palabra de Dios que cada día vamos a ir escuchando nos irá iluminando y haciéndonos descubrir caminos. Que nos ayude la gracia del Señor.

miércoles, 22 de febrero de 2012


Convertios a mí de todo corazón

Joel, 2, 12-18; Sal. 50; 2Cor. 5, 20-6, 2; Mt. 6, 1-6.16.18
‘Convertios a mí de todo corazón… convertios al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso…’ Es el grito, la invitación, la llamada que escuchamos hoy al iniciar este tiempo de Cuaresma.
Todos somos convocados. Hermosas las imágenes que nos ofrece la profecía de Joel. La Palabra de Dios en este día es como una trompeta que nos convoca, nos congrega, nos llama. Es el Señor compasivo y misericordioso el que nos llama y nos invita. No podemos sentirnos tan abrumados por nuestros pecados que tengamos miedo, porque sabemos que nos vamos a encontrar con el amor de Dios siempre misericordioso, siempre compasivo.
Cuaresma, camino hacia la Pascua. Cuaresma, camino que empezamos a recorrer hoy queriendo prepararnos para la celebración pascual. Cuaresma, camino que nos conduce y nos impulsa a caminos de perfección y de santidad. Cuaresma, un camino de superación, de crecimiento, de purificación. Cuaresma, camino de gracia que nos lleva al encuentro con el Señor.
‘Ahora es el tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación’, nos decía la Palabra de Dios. No podemos hacernos oídos sordos a la llamada del Señor. Tenemos que dejarnos reconciliar con Dios, como nos dice el Apóstol. No es solamente que nosotros queramos reconciliarnos, sino que es el Señor el que nos ofrece la reconciliación y el perdón.
Es un tiempo propicio. Como nos dice el Papa en su mensaje para la Cuaresma de este año: ‘La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual’.
No podemos detenernos en la brevedad de esta reflexión a entrar en todo detalle en el mensaje que nos ofrece el Papa. Ocasión podemos tener en otros momentos. Sus reflexiones las hace ‘a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24)’. Va a insistirnos mucho en la caridad, en el amor, la solidaridad que tanto se necesita en nuestro mundo y en el que los cristianos tendíamos que destacar de manera especial
Como nos dice al final de su mensaje ‘Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua’.
Iniciamos nuestro camino con el rito de la imposición de la ceniza. Nos sentimos pecadores, necesitados de conversión. Por eso dejamos caer la ceniza sobre nuestra frente. Pero que no sea un rito sin mas que realizamos, sino que vaya expresando en él nuestro deseos de convertirnos en verdad al Señor.
Y si nos convertimos al Señor lleno de amor y de misericordia, es por los caminos del amor, de la misericordia, de la solidaridad por donde hemos de caminar nosotros. En eso tendremos que esforzarnos de manera especial en este camino de cuaresma para que cuando llegue la pascua en verdad la celebremos con todo sentido porque nos amemos más y nos sintamos más hermanos los unos de los otros.

martes, 21 de febrero de 2012


Las instrucciones de Jesús sobre el verdadero seguimiento del Reino

Sant. 4, 1-10; Sal. 54; Mc. 9, 29-36
‘Atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a los discípulos’.
Nos da detalles el evangelista de lo fundamental que les iba enseñando, pero también de lo que, a pesar de las palabras de Jesús, bullía en el corazón de los discípulos. Contradicción del corazón de los hombres; contradicción del corazón de los que creemos en Jesús y decimos que queremos seguirle; contradicción que observamos también muchas veces en el seno de la Iglesia, pues no en vano está formada por hombres humanos y llenos de flaquezas en su corazón.
Mientras Jesús anunciaba una vez más lo que significaba su entrega, los discípulos por su parte discutían entre ellos sobre quien era el más importante. No era la primera vez que Jesús hablaba del sentido de su Pascua, de su entrega, de su pasión, de su muerte. Pero parecía que el corazón lo tenían embotado y  no comprendían.
‘Les decía: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto a los tres días resucitará’. Pero ya el evangelista comenta que ‘no entendían nada y les daba miedo preguntarle’. En la primera ocasión Pedro se había opuesto. Cuando bajaban del monte de la transfiguración no entendían aquello que les había dicho de que no dijeran nada hasta que resucitara de los muertos, pero no preguntan. Ahora tampoco entienden ‘y les daba miedo preguntarle’.
Pero es que sus mentes iban entretenidas en otras cosas. Pensar en Jesús como Mesías tenía otras connotaciones. Se vislumbraba poder, porque se pensaba en ejércitos y en liberación de la opresión romana para obtener la tan deseada libertad. Estarían algunos pensando en eso hasta los mismos momentos antes de la Ascensión porque mientras iban al monte de los Olivos es una pregunta que le hacen. Por eso ahora están preocupados quien va a ser el más importante en ese reino nuevo. Discutían por el camino.
Cuando llegan a Cafarnaún es la pregunta que Jesús les hace. ‘¿De qué discutías por el camino?’ ¿Pensaban ellos que Jesús no se había enterado de sus discusiones? La pregunta les cogería de sorpresa. ‘No contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’.
‘Quien quiera ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos’ les afirma rotundamente dando respuesta a la pregunta que se hacían. Ya sabían quien iba a ser el más importante. Si querían luchar por ocupar primeros puestos, la lucha tendría que ser por el servicio, por el amor, por la entrega como era la entrega de Jesús. En la última Cena se pondrá El como ejemplo lavando los pies a los discípulos. ‘Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, así tenéis que lavaros los pies los unos a los otros’.
Ahora será otra la imagen que escoge y propone, un niño. ‘Acercando a un niño lo puso en medio de ellos’, dice el evangelista. Algún día dirá que hay que hacerse niño para entrar en el reino de los cielos. Ahora simplemente pide acoger a un niño. Un niño antes de llegar a la mayoría de edad era poco considerado, no se tenía en cuenta. Pues nos dice que hay que tenerlo en cuenta, que hay que acogerlo, porque acoger a un niño es acogerlo a El. ‘El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí, y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado’.
Y a nosotros, ¿qué nos dice este evangelio? ¿Lo entenderemos bien? ¿O nos seguiremos dando codazos en la vida porque queremos ser importantes? ¿Comprenderemos bien cuál nuestra verdadera grandeza? ¿Cómo nos acogemos unos a otros? Muchas preguntas para pensar, para examinarnos, para rectificar nuestra vida en un verdadero seguimiento de Jesús. 

lunes, 20 de febrero de 2012


Fe, oración, ayuno, sacrificio, ofrenda de amor al Señor

Sant. 3, 13-18; Sal. 18; Mc. 9, 13-28
Baja Jesús del monte de la transfiguración después de la experiencia intensa que han tenido los tres apóstoles que subieron con El. Al llegar al pie de la montaña, donde estaban los demás discípulos, se encuentra el grupo alborotado. Un hombre ha venido con su hijo poseído de un espíritu inmundo para que Jesús lo cure, y al no estar Jesús le ha pedido a los discípulos que allí estaban que lo curara. Pero no han podido hacerlo.
El hombre ahora acude a Jesús que llega. ‘Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu inmundo que no le deja hablar, y cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Le he pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces’. La descripción de lo que sucede es amplia y aún abundará más en lo que el padre luego seguirá diciendo. El resultado negativo de los discípulos es claro.
Jesús se queja de la poca fe. Y ante la súplica insistente del padre dirá que ‘todo es posible para el que tiene fe’. Surge de nuevo la súplica en aquel padre que también se siente atormentado y lleno de dolor por lo que le sucede a su hijo. ¡Qué padre no va a sufrir ante el sufrimiento de un hijo! Aunque suplica tiene dudas; aunque quiere creer en su interior no se siente muy seguro; el dolor puede en ocasiones cegarnos y llenarnos de dudas. Pero aún así quiere creer. ‘Entonces el padre del muchacho gritó: Tengo fe, pero dudo, ayúdame’.
Hermosa súplica y confesión de fe. Confesión de fe por una parte porque quiere creer, pero confesión también de su debilidad. Pero aún en su debilidad quiere buscar fuerzas para creer y suplica a quien puede darle en verdad ese Espíritu de fortaleza, a quien puede fortalecerle en su fe.
¿Será así de confiada y de sincera nuestra súplica? No hemos de tener miedo a la sinceridad, porque es camino que nos llevará a la verdad. Sinceros en nuestra debilidad buscaremos la fuerza allí donde en verdad podemos obtenerla. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’, tenemos que decirle tantas veces al Señor cuando nos abruman y ciegan nuestras dudas.
Ya hemos escuchado cómo Jesús cura al muchacho y se lo entrega a su padre. Pero cuando llegan a casa los discípulos le pregunta a Jesús por qué ellos no han podido. ¿Se sienten fracasados quizá? ¿Sentirán que algo aún le falta en su vida para poder realizar las obras de Jesús? Con sinceridad acuden a Jesús.
¡Qué importante que nos pongamos ante el Señor con la sinceridad de nuestra vida llena de debilidades y fracasos! La sinceridad que nos llevará a la verdad, como decíamos antes. La sinceridad con que tenemos que acudir siempre a Jesús porque es nuestra fortaleza, pero es también el Maestro que nos enseña, que nos pone en camino, que nos dice lo que nos falta. Qué bueno es la cura de la humildad de reconocer nuestros errores o nuestros fracasos, nuestras debilidades y flaquezas. El corazón humilde, aunque esté lleno de debilidades y pecados siempre es grato al Señor.
‘¿Por qué no pudimos echarlo nosotros? Esta especie sólo puede salir con oración y ayuno’. Varias cosas nos está pidiendo el Señor. Primero, nuestra fe aunque esté llena de debilidades. Pero reconociendo la debilidad de nuestra fe y de nuestra vida, hemos de saber orar. ‘¡Ayúdame!’, le pedía aquel padre. ‘¡Ayúdame!’, le pedimos también nosotros al Señor. Oramos con confianza, con constancia, con deseos grandes de aprender a llenarnos de Dios. Oramos desde nuestra humildad y oramos también con la ofrenda de nuestra vida, nuestros sacrificios. Oramos convirtiendo nuestro corazón al Señor, arrancando todo lo malo que haya dentro de nosotros.
Fe, oración, ayuno, sacrificio, ofrenda de amor al Señor. ¡Cuánto tenemos que aprender!

domingo, 19 de febrero de 2012


Viendo Jesús la fe que tenían

Is. 43, 18-19.21-22.24-25;
 Sal. 40;
 2Cor. 1, 18-22;
 Mc. 2, 1-12
No siempre, cuando nos proponemos conseguir algo al encontrarnos con problemas o dificultad para obtenerlo, mantenemos con constancia nuestra voluntad de conseguirlo sino que en muchas ocasiones tenemos la tentación de sentirnos defraudados y abandonamos pronto nuestra lucha o nuestro esfuerzo.
Pero aunque esa sea una experiencia que no pocas veces tenemos o sufrimos, sin embargo también somos conscientes de cuántos ante la dificultad se crecen, el ingenio se aviva y sobre todo cuando actuamos movidos por el amor somos creativos para resolver dichas dificultades. Este segundo sentido, podríamos decir, que manifiesta nuestra madurez y deseos de estar en contínuo crecimiento como personas. Habrá que descubrir quizá también que no será de forma individualista y nosotros solo como hemos de actuar.
Algo de eso encontramos en el evangelio de hoy y espero que nos valga como arranque de nuestra reflexión. Jesús estaba de nuevo en Cafarnaún y estaba en una casa, probablemente la casa de Simón y Andrés que se había convertido en punto de encuentro y de arranque de toda la actividad de Jesús por Galilea, o podría estar también en casa de alguien que pudiera haber invitado a Jesús. El hecho es que la gente, al enterarse de la presencia de Jesús, se agolpaba a la puerta y no quedaba sitio para nadie más ni para poder entrar.
Llegan unos hombres portando en una camilla a un paralítico con el deseo de que Jesús le imponga las manos y lo cure. No pueden entrar, Aquí se aviva el ingenio y no darán marcha atrás a pesar de la dificultad. ‘Levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico’. Asombroso el ingenio y la fuerza de voluntad. Asombrosa la fe de aquellos hombres. El evangelista va a resaltarlo. ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ dirá, y parece que se dispone a hacer el milagro.
Pero serán otras y distintas las palabras que Jesús pronuncie. Todos esperan que le mande levantarse, tomar la camilla para que pueda marcharse a casa. Pero en su lugar Jesús dirá: ‘Hombre, tus pecados quedan perdonados’. ¿Era eso lo que realmente buscaban cuando acudían a Jesús? ¿Qué era lo que realmente Jesús quería ofrecerles, quería y quiere ofrecernos hoy?
Todos se asombran, pero más aún se van a escandalizar los escribas que están allí sentados observándolo todo. ¿Venían realmente por la fe que despertaba Jesús en su entorno o vendrían como jueces para analizar lo que aquel profeta nuevo que ha surgido por Galilea está haciendo? Allí están pensando para sus adentros. ‘¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?’
¿Quién era realmente aquel que aparecía como un nuevo profeta por las aldeas y pueblos de Galilea, allí a la orilla del lago y en Cafarnaún? ¿Podía realmente arrogarse ese poder divino de perdonar los pecados? Habría que descubrir realmente quien era Jesús. Habrá que tener otras actitudes y otros sentimientos en el corazón para poder llegar a vislumbrar su misterio.
Pero ¿quién es el que realmente puede tener poder para devolver la salud, para hacer que aquellos miembros entumecidos puedan restablecerse y volver a su movimiento natural? ¿Era poder de los hombres o el poder dar vida era algo que superaba también todo poder humano?
Jesús conoce bien el corazón de los hombres y en su sabiduría divina e infinita puede saber bien cuáles son nuestros sentimientos o nuestros pensamientos por muy ocultos que estén. ‘Se dio cuenta de lo que pensaban, nos dice el evangelista. ¿Por qué pensáis así? ¿Por qué pensais eso que estáis pensando? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico, tus pecados quedan perdonados, o decirle, levántate, coge la camilla y vete a tu casa?’
No cabe duda. Allí está el Señor de la vida y el que viene a darnos vida. Allí está el Señor que nos sana y el Señor que nos salva y nos redimirá con su muerte dándonos con generosidad su perdón. ‘Para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder para perdonar pecados, contigo hablo – le dice al paralítico – levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’. Ahora si que todos reconocen quién es Jesús. ‘Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual’.
Muchas lecciones no da este texto del evangelio que nos tienen que llevar a confesar nuestra fe en Jesús y dan también gloria al Señor. Es el Señor que viene a nosotros y que como nos anunciaba el profeta viene a realizar todo nuevo. Tenemos que mirar hacia adelante, hacia donde nos lleva el Señor. No podemos quedarnos mirando atrás, mirando una y otra vez nuestra invalidez y nuestro pecado. Porque el Señor viene a levantarnos, a ponernos en camino de vida nueva, a realizar en nosotros un hombre nuevo.
Nos levanta el Señor y nos sentimos amados y perdonados. Nos levanta el Señor y nos viene a enseñar una nueva forma de caminar, de pensar, de actuar. Lejos de nosotros lo viejo, la invalidez de juicios malévolos, de encerronas en nosotros mismos e insolidaridades. No podemos quedarnos regodeándonos en lo mal que estamos o lo malos que somos, sino que tenemos que mirar adelante hacia donde nos quiere llevar el Señor. En momentos difíciles o de dificultades el Espíritu del Señor viene a llenarnos de vida por dentro y avivados con esa vida nueva tenemos que encontrar esos caminos nuevos que nos lleven a un mundo distinto y mejor.
Hay un detalle que no podemos dejar pasar desapercibido en este hecho que nos narra el evangelio. Se nos dice que ‘Jesús viendo la fe que tenían…’ comenzó a actuar. Era la fe de aquellos hombres que confiaban totalmente en que Jesús iba a curar a aquel paralítico, pero ante la dificultad no se quedaron cruzados de brazos ni desistieron. Encontraron la fórmula y aquel hombre llegó a los pies de Jesús. Busquemos la la fórmula o la forma, pero no nos quedemos con los brazos cruzados.
Comencemos por la solidaridad como aquellos hombres que entre todos cargaron al enfermo hasta llegar a la casa de Jesús. Nos hace falta más solidaridad, para no andar tan solos en la vida, tan solitarios y tan cada uno por su lado. No podemos ser solitarios sino solidarios, que aprendamos a caminar juntos, a tendernos la mano, a poner cada uno sus posibilidade, su granito de arena como se suele decir, y entre todos podremos hacer que las cosas cambien, que nuestro mundo sea mejor. No estemos esperando a que el otro haga, o el otro comience, sino comencemos juntos, tomemos la iniciativa del amor que nunca nos dejará insensibles ni dormidos.
Nos vale en el camino de nuestra fe personal; nos vale en el camino que como Iglesia hemos de ir haciendo donde nunca ni podremos sentirnos solos ni podremos ir cada uno por su lado; nos vale en el camino de tantas necesidades en el orden social que con los ojos del amor desubrimos a nuestro alrededor, y a donde en parte nos han llevado esos caminos de egoismo e insolidarios que tantas veces hemos caminado.
‘Levántate, toma la camilla…’ nos dice el Señor. levántate y toma la camilla, pero únete a los otros para llevarla, porque una camilla no la lleva nunca uno sólo sino que siempre tenemos que ayudarnos mutuamente a llevarla. No quieras llevarla tu solo, ni te desentiendas del otro que está intentando llevarla. Jesús nos está señalando una forma nueva de llevar la camilla, de enfrentarnos a los males de este mundo, de trabajar por hacer un mundo nuevo y mejor. Aprendamos esos caminos y esas formas de solidaridad y de amor. Su Espíritu estará con nosotros para recorrerlos.