viernes, 24 de febrero de 2012


Alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo su pecado

Is. 38, 1-19; Sal. 50; Mat. 9, 14-15
Ya desde el principio de la Cuaresma la liturgia y la iglesia, podemos decir Dios mismo nos está pidiendo autenticidad en nuestra vida en este camino de conversión al Señor que hemos iniciado. Camino, como reflexionábamos ayer que tiene que ser luminoso para nosotros porque así nos vamos iluminando de Dios con su Palabra que escuchamos con toda sinceridad.
Cuando escuchamos la Palabra que nos invita a la conversión podemos pensar en todo lo que tiene que ser nuestra relación con el Señor y lo que nosotros podamos ofrecerle desde nuestro culto, nuestra oración, los sacrificios que hagamos para agradarle, o, diciéndolo en un lenguaje más coloquial, contentarle.
Es cierto que tenemos que cuidar mucho, mimar podríamos decir, nuestra relación con el Señor, y en consecuencia nuestra oración, nuestras celebraciones. Sin ese encuentro vivo e íntimo con el Señor nada seríamos ni podríamos hacer. Pero todo eso  no puede estar alejado de la vida de cada día, de nuestras relaciones con los demás, de la vida familiar, de  nuestras responsabilidades personales o sociales, de nuestro compromiso con nuestro mundo – y nuestro mundo primero es ese entorno en el que estamos, vivimos y convivimos -, de los que hacemos o dejamos de hacer con los que nos rodean.
Es lo que nos advierte hoy la Palabra de Dios, ya sea en el evangelio donde Jesús nos pide un ayuno auténtico, o en lo escuchado por el profeta. Son palabras fuertes de denuncia las que escuchamos al profeta Isaías. ‘Grita a plena voz… alza la voz como trompeta... denuncia a mi pueblo sus delitos…’
Querían aparecer como hombres muy religiosos y cumplidores, que ofrecían muchos sacrificios en el culto del Señor y asistían a todas las celebraciones, que hacían muchos sacrificios y ayunos, pero luego su vida era una vida llena de injusticia y de maldad. ‘Ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… ¿Es ése el ayuno que el Señor desea? ¿A eso llamáis  ayuno, día agradable al Señor?’
Creo que fácilmente lo traducimos a nuestra vida, porque es bien clara la palabra profética que nos dice el Señor señalándonos cosas bien concretas de nuestra vida. Venimos a la Iglesia, rezamos, participamos en las celebraciones y luego  no somos capaces de perdonarnos, hablamos mal de los demás, nos insultamos por cualquier tontería, hacemos imposible la convivencia, no somos capaces de aceptarnos, perdonarnos, llevarnos bien. ¿Es eso lo que el Señor quiere de nuestras oraciones y celebraciones? ¿Es así cómo respondemos al Señor y decimos que creemos y somos cristianos? Tomémoslo en serio.
Ha sido claro el Señor en lo que tenemos que hacer. ‘Abrir prisiones injustas…’ siendo capaces de aceptarnos mutuamente y no ponernos ‘peros’ los unos a los otros.
‘Hacer saltar los cerrojos de los cepos…’ siendo capaces de perdonarnos siempre, no guardar rencores ni resentimientos.
‘Dejar libres a los oprimidos…’ ¿qué podemos decir? Respetarnos y no criticarnos, no andar con murmuraciones que crean desconfianzas.
‘Romper todos los cepos…’ comenzar ya a hablarnos todos, olvidando todas esas cosas que hemos dejado meter en el corazón con las que hemos apartado a tantos de nuestra vida.
‘Partir tu pan con el hambriento…’ comenzando a pensar menos en uno mismo y pensar más en los demás, siendo capaces de compartir más lo que somos y tenemos con los otros, y olvidar esa frase que tanto  nos gusta repetir ‘esto es mío’ para saberlo ofrecer generosamente a los demás.
‘Entonces nacerá una luz como la aurora… clamarás al Señor y te responderá…’ Sí,  vas a comenzar a llenarte de luz, va a brillar tu vida de una manera especial, vas a sentir una alegría y una paz distinta en tu corazón, sentirás el gozo de la presencia del Señor en tu vida.

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