domingo, 9 de diciembre de 2012


Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto

Baruc, 5, 1-9; Sal. 125; Filp. 1, 4-6.8-11; Lc. 3, 1-6
En Roma y sobre todo su imperio reinaba el emperador Tiberio; en Jerusalén Poncio Pilato era el gobernador de Judea; en Herodes era el virrey y sus hermanos Felipe en Iturea y Traconítide, y Lisanio en Abilene; en el templo de Jerusalén los sumos sacerdotes eran Anás y Caifás, pero a ninguno de ellos vino la Palabra del Señor. Podría parecer que en esos lugares de poder político y religioso podrían resonar grandes palabras, pero la Palabra de Dios vino a resonar en un lugar apartado, allá en el desierto junto al Jordán a un hombre sencillo y pobre que vivía en la mayor austeridad. ‘Vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarías, allá en el desierto’.
Son las sorpresas de Dios. Sus caminos no son nuestros caminos ni nuestros planes son sus planes. Dios actúa de otra manera. Nosotros los hombres para preparar un acontecimiento que fuera importante y que pudiera tener trascendencia en la historia hubiéramos hecho otros preparativos quizá con grandes dispendios materiales y hasta con obras faraónicas para que quedara constancia no solo del acontecimiento sino de lo que nosotros habíamos hecho. Estamos acostumbrados en la vida a grandes inauguraciones y a monumentos o placas que dejen constancia de las cosas que los hombres consideramos importantes. Pero el actuar de Dios es otro.
La Palabra de Dios que iba a resonar sí que iba a tener una trascendencia para toda la humanidad y marcaría la historia. Pero los hechos van a comenzar a suceder allá en el desierto en una voz que se va a comenzar a escuchar pero sin los altavoces mediáticos o de grandes medios que hoy utilizaríamos. ¿Quién la va a escuchar en el desierto? Pero allí va a resonar. Un hombre famélico en su apariencia por la austeridad y penitencias que hacía, vestido solo con una piel de camello va a ser lo voz que resuene con fuerza. ‘Una voz grita en el desierto’, recordará el evangelista recordando lo anunciado previamente por los profetas.
¿A qué invita esa voz? ¿cuál es el mensaje? Es una gran noticia, es una buena noticia que merecerá la pena escuchar. ‘Todos verán la salvación de Dios’. Llega el esperado de las naciones, se van a cumplir todas las esperanzas de Israel, viene la salvación y no solo para Israel sino que será para todos los pueblos, para toda la humanidad. Y hay que preparar los caminos, allanando los senderos, elevándose los valles y abatiéndose las montañas para hacer ese camino recto que nos conduzca a la salvación.
Escuchábamos ese mismo mensaje en el profeta que anunciaba la vuelta del pueblo desterrado a Jerusalén. Marcharon entre lágrimas al destierro y ahora vuelven entre cantos y llenos de alegría. ‘A pie marcharon conducidos por el enemigo, pero Dios los traerá con gloria, como llevados en carroza real’.  Se enderezarán los caminos, los árboles darán sombra a Israel ‘porque Dios guiará a su pueblo con alegría, a la luz de su gloria con su justicia y su misericordia’.
Aquello que fue un momento de la historia de Israel se convirtió en signo de lo que ahora hay que realizar porque ahora se va a manifestar en plenitud lo que es la misericordia del Señor que trae la salvación para toda la humanidad. Por eso ahora Juan ‘recorría toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados’. Sobre Juan había llegado la Palabra del Señor que ahora proclamaba para todos los hombres desde la humildad y la pobreza del que está en el desierto, desde la austeridad de una vida de penitencia para ser un signo para todos de esa conversión del corazón que había que realizar.
Hoy también, y podríamos recordar las coordenadas históricas que vivimos en el momento presente y también en la situación social concreta en la que vivimos, nos llega la Palabra del Señor. No será por grandes medios sino que será quizá en el silencio de cada corazón que la quiera escuchar, en cualquier lugar que haya una persona de buena voluntad y que quiera vivir con sinceridad y autenticidad su vida podrá escuchar esta Palabra, esta voz que resuena fuerte en medio de desierto de nuestro mundo pero que tendrá que hacerse eco en cada uno de nosotros porque a cada uno nos invita, nos llama también a la conversión para preparar los caminos del Señor.
El Señor quiere seguir llegando a nuestro mundo, quiere hacerse presente en medio de nuestra sociedad porque todos están bien necesitados de esa salvación que el Señor nos trae. Puede sucederle a nuestro mundo, como a aquellos grandes personajes de la historia de aquel momento que nos recordaba el evangelista, que estaban en sus cosas, en sus propias preocupaciones, en sus afanes de poder y para ellos no resonó la Palabra del Señor.
Así puede suceder y de hecho sigue sucediendo en nuestro mundo en medio del cual va a brillar la estrella de la navidad pero no van a entender su luz, la van a interpretar a su manera y para sus intereses, no van a escuchar esa voz que nos llama a algo nuevo y distinto.
Así nos puede suceder a nosotros también que andemos tan encandilados en medio de nuestra sociedad materialista y consumista que no sepamos captar el mensaje y aunque digamos que hacemos fiesta de navidad, sin embargo siga sin llegar de verdad el Señor a nuestra vida; tengamos cerrado el corazón en nuestros afanes y preocupaciones y no  nos demos cuenta de quien está llamando a nuestra puerta.
Que llegue a nosotros esa voz que grita en el desierto; que sobre nosotros llegue esa Palabra del Señor y sepamos acogerla. Juan desde el evangelio nos está dando la voz de alerta, no para asustarnos sino para anunciarnos la Buena Noticia. Dios se ha compadecido de nosotros y viene con su salvación.
Ante la proximidad de la llegada del Señor, que eso tiene que ser en verdad la navidad para nosotros, hemos de despertar; no podemos seguir con nuestras lámparas apagadas; es necesario estar vigilantes y orando pidiendo la venida del Señor. Esa lámpara que vamos encendiendo en la corona de Adviento esto nos recuerda.
Nos invita a la conversión, porque para preparar de verdad el camino del Señor muchas cosas habrá que corregir y arreglar en los caminos de nuestra vida personal como en los caminos de nuestra sociedad. Menos soberbia y más humildad, menos violencia y más justicia, menos codicia y egoísmo y más solidaridad y amor, menos hipocresía y mentira y más verdad y autenticidad en nuestra vida.
Habremos de purificarnos. Juan invitaba a un bautismo de penitencia para la conversión. Nosotros tenemos los sacramentos y en especial el sacramento de la Penitencia que ya nos hace partícipes de esa gracia redentora que Cristo nos ganara con su muerte en la cruz. Por eso es algo que tenemos que pensarnos muy bien para disponernos a recibir ese sacramento que nos purifica, pero nos trae el perdón del Señor y nos llena de su gracia.
Y mantener la esperanza de que con Cristo podemos hacer ese mundo nuevo. Quitemos pesimismos y negruras de nuestra vida que nos hacen creer que nada puede cambiar, que las cosas no tienen arreglo. Con la gracia del Señor que llega a nuestra vida si cada uno ponemos nuestro granito de arena podremos ir haciendo un mundo mejor y podremos salir de esas situaciones difíciles en las que vivimos.
Como nos decía el apóstol: ‘Esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores. Así llegaréis al día de Cristo limpios e irreprochables cargados de frutos de justicia…’ Lo podremos hacer. La gracia del Señor no nos faltará.

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