sábado, 8 de diciembre de 2012


María Inmaculada, sonrisa de Dios para nosotros

Gn. 3, 9-15.20; Sal. 97; Ef. 1, 3-6.11-12; Lc. 1, 26-28
‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus joyas’.
Así comienza la liturgia de este día con esta antífona en que la Iglesia pone en labios de María este cántico de gozo y alabanza al Señor porque se siente engalanada de toda gracia y de toda hermosura. Son palabras proféticas en las que está inspirado también el cántico de María, el Magnificat, que tantas veces hemos escuchado y cantado.
También nosotros queremos hacer nuestro este cántico de alabanza al Señor cuando hoy celebramos esta hermosa fiesta de María en su Inmaculada Concepción y con María nos llenamos de gozo y queremos cantar también porque nos ha dado a María y en ella renacen también nuestras esperanzas y nuestros mejores deseos, reconociendo también cómo el Señor a nosotros nos viste ese traje de fiesta de su gracia.
Yo diría que celebrar esta fiesta de María en su Inmaculada Concepción en este marco y camino del Adviento que vamos recorriendo es contemplar en María la sonrisa de Dios para toda la humanidad. El Señor se complace en María, en su pureza y en su santidad, en su disponibilidad y su apertura a Dios, en su amor y en su esperanza y el darnos a María es como un guiño de amor que Dios quiere tener con toda la humanidad. A través de María nos va a llegar el más hermoso regalo de Dios cuando nos entrega a su Hijo que se hace hombre por amor a nosotros, porque en sus entrañas se va a encarnar para ser Emmanuel, Dios que esté con nosotros; es un guiño del amor de Dios, es la prueba del amor grande, infinito que Dios nos tiene.
Habíamos destruido la belleza y la bondad del hombre tal como El nos había creado cuando escogimos el camino del pecado que nos alejaba de Dios - todo cuanto había creado era bueno, como repite como una muletilla el Génesis -. Sin embargo Dios sigue pensando en el hombre, sigue amando a la humanidad a pesar de que seamos pecadores - esa es la maravilla del amor de Dios que nos ama aun cuando seamos nosotros pecadores - y ya desde los umbrales de la humanidad pecadora nos promete un salvador. Un día la cabeza del maligno va a ser escachada, por ‘la estirpe de la mujer’ que nos anuncia en el Génesis.
María es esa mujer de la que nos nacería el Salvador; María va ser la digna morada donde se encarnase el Hijo de Dios para ser nuestro salvador, y por eso, como confesamos en nuestra fe y hemos expresado también en la oración de la liturgia, ‘en previsión de los méritos del Hijo de Dios’, que iba a ser también el hijo de María, la preservó de todo pecado y la hizo limpia de toda mancha haciéndola Inmaculada desde el primer instante de su Concepción.
‘Preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura’, como proclamaremos en el prefacio.
‘Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de júbilo, hija de Jerusalén. He aquí que viene tu rey’. Sí, lanzamos gritos de alegría que salen de lo hondo de nuestro corazón en esta fiesta grande de María. No podemos menos que hacerlo, porque María nos llena de alegría. Si, como decíamos antes, María es como la sonrisa de Dios para la humanidad,  esque cuando celebramos esta fiesta de María estamos viendo cerca la llegada del Salvador.
‘He aquí que viene tu rey’. Viene el Señor, por eso con tan júbilo celebra la Iglesia esta fiesta de la Inmaculada en medio de este camino de austeridad y preparación para la venida del Señor que es el adviento. Dios quiso así preparar la cuna - preparó ‘una digna morada’ - para el Señor haciendo santa y pura a María y María aceptó ese plan de Dios - ‘hágase en mi según tu palabra’, la hemos escuchado decir en el evangelio - y se dejó hacer por Dios haciendo que en ella entonces brillaran todas las virtudes.
Se sentía pequeña y humilde - ‘la esclava del Señor’ - pero reconoció ese actuar de Dios por eso su corazón desborda de gozo y se alegra en el Señor, su Salvador, como cantaría ella también. Podríamos considerar cómo sería el gozo que sentiría María en su corazón, porque aunque turbada ante las palabras del ángel por su humildad, luego sabía meditar y rumiar en su corazón todo cuanto le sucedía para que así surgiera ese continuo cántico de alabanza y de acción de gracias a Dios en toda su vida.
Gozosa sentiría al niño en sus entrañas; gozosa correría hasta la montaña para servir, para ayudar a su prima Isabel, como desbordaría de gozo en el encuentro de aquellas dos benditas mujeres, así surgió el cántico del Magnificat; gozosa en el nacimiento aunque fuera en la pobreza de Belén y gozosa en cada momento, aunque algunos fueran duros como su huida a Egipto o más tarde el camino del Calvario. Pero, ¿cómo no iba a sentir gozo en su corazón si llevaba Dios en sus entrañas, en su vida?
María es la bendita de Dios, es la bendición de Dios para nosotros. En ella se derramaron todas las bendiciones de Dios, bendiciones que no solo fueron para ella cuando Dios la hizo grande, sino a través de ella nos llegaron todas esas bendiciones de Dios. ‘Bendito sea Dios, decía san Pablo, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales’. En María, la primera, estamos viendo esas bendiciones de Dios que la hizo pura y santa, que la preservó de todo pecado y la lleno de gracia porque iba a ser la madre de Cristo, como ya hemos reflexionado.
Contemplando a María aprendemos también a reconocer todas esas bendiciones con que Dios nos ha enriquecido llenándonos de su gracia. Por eso, como decíamos al principio, queremos hacer nuestro el cántico de María de acción de gracias al Señor. Nos ha vestido el Señor a nosotros también con traje de gala o el manto de triunfo de la gracia que nos ha hecho hijos de Dios, como nos recuerda hoy san Pablo, lo que ha de impulsarnos continuamente a que cada día seamos más santos y resplandezca más el amor en nuestra vida. Cuántas gracias recibimos continuamente de Dios y que muchas veces  no sabemos aprovechar.
Vivimos con gozo grande esta fiesta de María y nos sentimos llenos de esperanza, y con esa esperanza renacida en nosotros transportemos a nuestra vida esa sonrisa de Dios que es María a la que queremos tener siempre a nuestro lado, en quien queremos mirarnos como en un espejo para querer parecernos cada vez a ella en la santidad de nuestra vida.
Hoy queremos mirar a María y quedarnos como extasiados contemplando la belleza de su vida que es su amor y su santidad. Miremos a María, contemplemos a María; cuando tengamos miedo, miremos a la Virgen estado de buena esperanza; cuando nos sintamos derrotados, miremos a la Virgen vestida de sol; cuando nos sintamos sucios por nuestro pecado, miremos a la Inmaculada; cuando nos sintamos tristes, escuchemos a María que canta el Magnificat; cuando nos sintamos solos, miremos a María que va a dar a luz al ‘Dios con nosotros’; cuando tengamos dudas en nuestro corazón, escucha a la mujer que dice Si, hágase.
María, madre de la esperanza, enséñanos a esperar, enséñanos a prepararnos para sentir al Mesías que ha de nacer en nosotros.

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