lunes, 24 de diciembre de 2012


Rebosamos de alegría porque nos ha nacido un Salvador

Is. 9, 1-3.5-6; Sal. 95; Tito, 2, 11-14; Lc. 2, 1-14
Confieso que siento ganas de comenzar esta reflexión cantando. ¿No tienen ganas ustedes también de cantar? ‘Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’, como les anunciaba el ángel a los pastores, como repetimos muchas veces nosotros en esta noche santa y luminosa del nacimiento del Señor.
Todo es una invitación a la alegría, ‘porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado’. La noche se ha llenado de resplandor y en el cielo brillan con un brillo especial las estrellas y es que ‘el sol nace de lo alto nos ha visitado para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte’, como había proclamado Zacarías proféticamente. ‘Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación a todos los hombres’. Las promesas se han cumplido. ‘Lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’, le había dicho Isabel a María. Y aquí está su cumplimiento. ¿No tenemos mil motivos para cantar y para rebosar de alegría?
La gloria del Señor nos envuelve a nosotros también de claridad. Y aunque nos sobrecogen las maravillas del Señor, la grandeza del momento que vivimos ya de nosotros desaparece el temor, porque ha llegado el que nos viene a traer la paz, el que derrama el amor infinito de Dios en nuestros corazones y nos viene a llenar de nueva vida.
Es grande el misterio que esta noche contemplamos. Pero mira cómo son las cosas de Dios, este misterio no se manifiesta ni se realiza en medio de grandezas humanas. Así son las cosas de Dios. No es en las riquezas de los palacios, ni en el esplendor de los magníficos templos que los hombres levantar para dar culto al Creador, sino en un lugar pequeño y humilde, como fue Belén, como fue aquel establo, como es en aquel pesebre donde está recostado el niño envuelto en pañales, como les anuncia el ángel a los pastores, donde se realiza el misterio.
La página del evangelio no puede ser más sencilla, pero nos está señalando el misterio maravilloso de la Encarnación de Dios que nace hecho hombre como un niño en medio de la más absoluta pobreza para ser el Emmanuel, Dios con nosotros. Cuando los profetas anunciaban como hemos venido escuchando en el Adviento y nos invitaban a la alegría ‘porque el Señor ha cancelado tu condena y el Señor será el Rey de Israel en medio de ti, es un guerrero que salva’, quizá podíamos haber pensado en palacios reales o en ejércitos victoriosos.
Pero aquí está el misterio maravilloso de Dios. Ahí contemplamos a ese niño recién nacido envuelto en pañales y recostado en un pesebre, en medio de la pobreza de quien nada tiene, ni había sitio para él en la posada de Belén y allá aquel pequeño establo se tuvieron que ir sus padres María y José, que es el Mesías de Dios, que es el Hijo de Dios, que es nuestro Salvador.
Quizá hemos llenado de demasiada poesía el lugar de Belén y del nacimiento de Jesús y no terminamos de captar la maravilla y la grandeza del amor de Dios que se manifiesta, sí, en lo pequeño y en la pobreza, que por otra parte nos estará enseñando muchas cosas. Miremos, pues, ese mundo de pobreza que nos rodea y tratemos también de descubrir a Cristo en él; ahí también tenemos que encontrar a Cristo, ahí tiene que resplandecer la luz de Cristo. El nacimiento de Jesús en Belén nos tiene que hacer tener una mirada nueva a cuanto nos rodea. Nos enseñará también a hacer una lectura con ojos de fe de cuanto nos sucede o de la realidad de la vida de cada día.
¿Quién es ese niño que contemplamos envuelto en pañales y recostado en un pesebre? ¿Quién es el que viene y que con tanta esperanza estábamos esperando? Es el Señor y es el Salvador; es el Mesías anunciado y con tantas ansias esperado. Es quien viene a traernos la salvación, y cuando decimos que viene a traernos la salvación no es como cosa del pasado, sino que esa salvación se hace presente hoy y ahora en nuestra vida y para nuestro mundo.
Hemos repetido muchas veces que teníamos que sentirnos necesitados de salvación. Pues ha llegado nuestro salvador que cancela la deuda de nuestro pecado porque nos trae la gracia y el perdón. Ha llegado quien viene a iluminar nuestra vida, porque cuando hablamos esta noche de resplandores y de luz no lo hacemos como palabras bonitas y llenas de poesía sino como una realidad de auténtica salvación para nuestra vida, para nuestro mundo.
En Jesús encontramos la fuerza y la gracia para esa lucha de nuestra vida de cada día en muchas ocasiones tan dura; en El se despiertan todas nuestras esperanzas para nuestro corazón tan desilusionado y lleno de tinieblas en muchas ocasiones; en El comenzamos a vislumbrar que de verdad podemos hacer un mundo nuevo y mejor; en El sentimos que podemos ponernos de pie para vivir con un corazón libre y con un corazón siempre dispuesto a amar y hacer lo bueno.
Ese gozo de esa esperanza renacida en nuestros corazones con el nacimiento de Jesús es algo que hemos de también llevar a los demás; tenemos que contagiar de esa esperanza a tantos corazones que tienen rotas sus ilusiones y desesperanzas. Es el Salvador de todos los hombres; es una salvación que a todos los hombres ha de alcanzar. Tenemos que ser portadores de la Buena Noticia que trasmitieron los ángeles a los pastores, tenemos que ser nosotros evangelio para el mundo que nos rodea porque tenemos que anunciarle y hacerlo con nuestra propia vida además de con nuestras palabras que Jesús es en quien de verdad encontramos la salvación.
Tenemos que ser luz para los demás, luz que refleje a Cristo. Estos días todo se llena de luz porque celebramos la navidad, pero quizá muchos se sienten confundidos porque se quedan en las luces externas y efímeras y no han encontrado la verdadera luz que nos trae Cristo, la verdadera luz que es Cristo y su evangelio. No nos quedemos en luces de adorno sino vayamos en búsqueda de la verdadera luz. Celebramos la navidad pero no nos dejamos iluminar por la luz de Jesús, esa es la incongruencia grande en que vivimos. Y frente a todo eso nosotros los que creemos en Jesús tenemos que ser un signo auténtico de esa verdadera luz. Así hemos de manifestar y proclamar nuestra fe.
También quisiera en esta noche santa del nacimiento del Señor quisiera dar gracias a Dios porque aun en medio de tantas oscuridades que amenazan nuestro mundo, sin embargo podemos percibir destellos de luz en muchas personas buenas, en muchas personas generosas y solidarias, en muchas personas de buena voluntad que hacen el bien, pero en muchas personas que viven un compromiso por los demás y son capaces de compartir y trabajar seriamente por remediar necesidades, o por hacer un mundo mejor. No todo es oscuridad, también hay resplandores de fe y de amor. Son semillas de luz, son semillas del evangelio que van aflorando y por lo que tenemos que dar gracias al Señor.
‘Hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’, queremos, sí, cantar porque estamos llenos de gozo y alegría grande en esta noche en que celebramos el nacimiento del Señor. Sentimos que nace una nueva vida en nosotros. Vivamos esta navidad con toda intensidad conscientes de que en verdad podemos hacer un mundo mejor. Hagamos resplandecer en medio de nuestro mundo la luz verdadera que ilumina nuestra vida. Que así hagamos en verdad una navidad más feliz para todo nuestro mundo.

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