sábado, 29 de diciembre de 2012


Inundados por el Espíritu como Simeón para amar con un amor como el de Jesús

1Jn. 2, 3-11; Sal. 95; Lc. 2, 22-35
Contemplamos de nuevo en el evangelio a un anciano lleno del Espíritu Santo. Si nos fijamos es algo que hemos visto repetido en el principio del evangelio de Lucas. Ahora es el anciano Simeón que sale al encuentro de María y José que van a presentar a Jesús en el templo tal como lo manda la ley de Moisés. Pero hemos contemplado a Isabel llena del Espíritu y a Zacarías que entonaba cánticos de alabanza y bendición a Dios. En medio de todo ello contemplamos también a María.
Hoy es el anciano Simeón, ‘hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él’.  Sentía en su interior, por esa fuerza del Espíritu, que no moriría sin haber visto al Mesías del Señor. Por eso ahora ‘impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’. Y de la misma manera que Isabel había escuchado en su interior la voz del Espíritu que señalaba a su prima como la Madre del Señor y por eso prorrumpe en cánticos y bendiciones, ahora el anciano Simeón reconocerá en aquel niño al Salvador anunciado y esperado y también comienza a alabar al Señor.
Ya puede morir; las promesas del Señor se han cumplido. Ante sus ojos está, lo tiene en sus brazos, ‘el Salvador a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel’. Y comenzarán los anuncios proféticos de lo que va significar Jesús en medio de su pueblo, pero también de su pasión con lo que una espada traspasará el alma de María, la madre. ‘Será como bandera discutida… y a ti una espada te traspasará el alma’. Ante Jesús tenemos que hacer una opción radical en la vida. Como nos dirá en otros lugares del evangelio o estamos con El o estamos contra El. Con Jesús no valen las medias tintas, nuestras decisiones tienen que ser claras y firmes.
Se nos manifiesta una vez más la alegría por la salvación que llega para todos los hombres. Como hemos reflexionado más de una vez, la alegría de la fe. Este hombre, el anciano Simeón, lleno del Espíritu, se llena de gozo porque sus ojos han visto al Salvador. Como diría Jesús en una ocasión a los discípulos ‘dichosos porque veis lo que otros desearon ver y no pudieron’. Dichosos nosotros por nuestra fe; dichosos porque en la fe podemos contemplar y celebrar la salvación; dichosos porque hayamos podido celebrar estas fiestas de la navidad llenándonos nosotros también de Dios. Que esa dicha de la fe no se aparte nunca de nuestro corazón. Que el Espíritu cante en nuestro corazón para que sepamos alabar y bendecir al Señor porque su luz puede iluminar nuestra vida.
Como nos decía hoy san Juan en su carta ya nosotros no caminamos en tinieblas, tenemos la luz con nosotros porque tenemos a Jesús. Vivamos en consecuencia siempre en su luz. Y vivir en la luz de Cristo significa vivir en el amor. Por eso Juan nuestra recuerda el mandamiento antiguo y el mandamiento nuevo. Nos recuerda cómo hemos de escuchar y acoger la Palabra y nos invita a vivir al mismo tiempo en el mandamiento nuevo del amor para que andemos siempre en la luz.
‘Quien guarda su Palabra ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud, nos dice. En este conocemos que estamos en El. Quien dice que permanece en El, debe vivir como El vivió’. Y nos recuerda entonces el mandamiento del amor, porque si no amamos de verdad estaríamos en tinieblas. Y si estos días tanto hemos cantado a la luz que nos viene de lo alto, que nos llega con Jesús y su salvación, vivamos en consecuencia en el amor, vivamos amándonos de verdad los unos a los otros.
Sigamos viviendo el gozo de la navidad. Sigamos viviendo en su luz. Aprendamos a vivir para siempre en el amor, porque así podremos alcanzar la plenitud de nuestra vida, esa plenitud que Jesús nos ha venido a traer con su salvación.

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