jueves, 6 de diciembre de 2012


Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observará la lealtad

Is. 26, 1-6; Sal. 117; Mt. 7, 21.24-27
‘Abridme las puertas del triunfo y entraré para dar gracias al Señor…’ meditábamos en el salmo, como respuesta a lo que escuchábamos en el profeta que en el mismo sentido también decía: ‘abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observará la lealtad’. Y abundaba también en el mismo sentido diciéndonos Jesús quién es el que podrá entrar por esa puerta del Reino de los cielos.
Nos puede dar para mucha reflexión, porque también en el salmo escuchábamos o repetíamos aclamaciones de sentido mesiánico, con las que escucharemos aclamar a Jesús cuando entre en Jerusalén. ‘Bendito el que viene en el nombre del Señor’. Son aclamaciones con las que nosotros también queremos acoger al Señor que viene a nuestra vida. Para eso vamos haciendo este camino de Adviento y hemos de saber aprovechar toda la riqueza que los textos de la Palabra de Dios nos van ofreciendo, porque realmente es el Espíritu del Señor el que nos va hablando al corazón y nos va guiando.
Precisamente en el evangelio Jesús nos dice que no nos basta simplemente decir ‘Señor, Señor’, para entrar en el Reino de los cielos. La puerta de entrada pasa por hacer la voluntad del Padre, hacer la voluntad de Dios en lo que hacemos o vivimos. Y nos habla del edificio construido sobre roca o construido sobre arena. Si no lo construimos bien, si no le damos buenos cimientos a la vida, la vida se nos derrumba. Por eso hemos saber bien donde está nuestro apoyo y nuestra fortaleza, qué lugar ocupa la voluntad de Dios en nuestra vida.
El profeta ha hablado de un cántico de Judá, de ‘una ciudad fuerte, ha puesto murallas y baluartes para salvarla’. Y es en esa ciudad donde se abren las puertas para que entre un pueblo justo que observa la lealtad, busca la paz y pone su confianza en el Señor. Nos está dando pautas para nuestro camino, nuestra fortaleza la tenemos en el Señor, en El confiamos, a El le somos fieles y leales y tendremos la paz en el corazón.
Nos habla a continuación cómo los que se creían poderosos son doblegados; ‘los habitantes de la altura, la ciudad elevada’, dice en una referencia en aquellos que solo confían en su propia fuerza o poder; las ciudades antiguas edificadas en alto eran señal de poderío y fortaleza, pero ese poderío solo desde la fuerza de las batallas y los ejércitos no es la fortaleza que el Señor nos pide a nosotros; no es en nosotros y nuestras fuerzas humanas en lo que tenemos que fundamentarnos, porque muchas veces esos orgullos nos llevan a violencias e injusticias. ‘La humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies del humilde, las pisadas de los pobres’.
Esto nos recordaría muchas cosas del evangelio. Por ejemplo el cántico de María en el Magnificat, ‘derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los ricos despidió vacíos y a los hambrientos y pobres llenó de bienes’. O nos podría recordar lo que tantas veces le hemos escuchado a Jesús que los soberbios serán humillados, mientras las humildes son enaltecidos. Muchas conclusiones tendríamos que sacar para nuestras vidas.
Vayamos dando pasos en este camino de Adviento por esas sendas de humildad y de sencillez, poniendo en verdad los cimientos de nuestra vida en el Señor. Por eso, con cuánta atención hemos de ir escuchando día a día la Palabra del Señor para dejarnos conducir por el Espíritu del Señor; a la luz de la Palabra iremos descubriendo cosas que tenemos que corregir o mejorar en nuestra vida, lo que son las cosas fundamentales, e iremos creciendo más y más en fidelidad al Señor sabiendo que si en El nos apoyamos, fundamentamos nuestra vida estaremos seguros.

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