lunes, 5 de noviembre de 2012


Unánimes y concordes en un mismo amor y sentir

Flp. 2, 1-4; Sal. 130; Lc. 14, 12-14
Hemos comenzado en estos días a leer la carta de Pablo a los Filipenses. Una carta muy familiar y entrañable en la que pareciera que Pablo está escribiéndoles con el corazón en la mano, preocupándose por los problemas de la comunidad que aunque fueran pequeños El quiere ayudarles e iluminarles para que sepan superarlos; además hemos de tener en cuenta que esta carta está escrita mientras Pablo está en prisión, cosa de gran preocupación para la comunidad de Filipos, que les ha motivado para que incluso le envíen ayuda.
Un hermoso sentido eclesial y familiar donde mutuamente sienten preocupación los unos por los otros que ya quisiéramos vivirlo nosotros en el seno de nuestras comunidades cristianas. Sería un hermoso testimonio que pudiéramos ofrecer al mundo que nos rodea, nuestra unidad, nuestra comunión, nuestro cariño mutuo, que ayudaría en verdad para que el mundo crea.
No olvidemos que en la oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena pide por la unidad de todos los que crean en El, para que el mundo crea. Cuando sentimos hoy la preocupación que manifestamos tantas veces por la tarea de la nueva evangelización que ha de emprender la Iglesia en medio de nuestro mundo que ha perdido el sentido de Cristo - por eso decimos nueva evangelización, porque tendría que ser un mundo que ya había sido evangelizado, pero que ha perdido el ardor del evangelio - pues bien, ese sería el hermoso testimonio que tendríamos que dar y que sería una forma también de anunciar la buena nueva del Evangelio de Jesús.
En el texto que comentamos proclamado hoy el apóstol apela al cariño que le tienen y les dice algo así como que no lo hagan sufrir, que le ofrezcan ‘el consuelo de Cristo aliviándolo con su amor’. Les dice más, ‘si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dame esta alegría’. Lo que decíamos, si estamos unidos en un mismo Espíritu porque nos une una misma fe, y desde esa fe nuestro corazón se ha llenado de amor, ‘entrañas compasivas’, que resplandezcan entonces todos esos valores nacidos del evangelio de Jesús.
¿Qué les pide el apóstol? Vivir en autentica comunión amándose de verdad los unos a los otros, ‘unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir’. Cuando escuchamos estas palabras no pensamos solo en aquella comunidad de los Filipensess, pensamos en la Iglesia de hoy, y pensamos en la pequeña comunidad donde nosotros vivimos y convivimos; podemos pensar en nuestras parroquias o en nuestros grupos cristianos; podemos pensar allí donde los cristianos hacemos nuestra vida de cada día donde estamos rodeados de otros cristianos, entre vecinos, en el trabajo, en nuestras relaciones sociales.
Esto es lo que tendría que resplandecer de verdad en nuestra vida, en nuestro trato con los demás, en nuestra convivencia, en la vida de nuestras comunidades. ‘Unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir’. Qué hermoso sería que esto formara parte de nuestra vida con toda intensidad. Cuántas cosas se evitarían. Es lo que a continuación nos ha señalado el apóstol que hemos de evitar, la envidia, la ostentación, el ser interesados; como por otra parte aquellas cosas que tendríamos que resaltar, la humildad, la valoración de los otros, la búsqueda de lo bueno siempre para los demás. 
En ese sentido nos ha hablado Jesús en el evangelio. ¿A quienes hemos de invitar a nuestras comidas? Recordemos que Jesús está en aquella casa donde lo han invitado a él y a otros comensales. ¿A los que nos pueden corresponder invitándonos a nosotros luego de vuelta? ¿No sería de alguna manera un sentirnos como pagados por lo que hayamos hecho? ‘Cuando des un banquete, nos dice, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú que no pueden pagarte: te pagarán cuando resuciten los justos’. 

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