martes, 6 de noviembre de 2012


Creer en Jesús es vivir la vida de Jesús

Flp. 2, 5-11; Sal. 21; Lc. 14, 15-24
‘Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús’, les dice el apóstol después de pedirles el ‘mantenerse unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir’, como le escuchábamos ayer.
Ese amor, esa comunión, esa unidad, ese estilo de vida nuevo alejado de toda envidia y ostentación, siempre en disponibilidad para el servicio no es otra cosa que vivir la misma vida de Cristo, el mismo estilo de Cristo, los mismos sentimientos de Cristo. Por eso creer en Jesús no es simplemente aceptar unas ideas o unos mandamientos, no es el cumplir unas normas; es algo mucho más profundo, porque es vivir una vida, vivir la vida de Jesús. Cuando se nos está pidiendo continuamente que conozcamos más y más a Cristo se nos está pidiendo un vivir. No es un mero conocimiento intelectual, sino que es una vida que hay que vivir.
A partir de ese primer versículo del texto escuchado de la carta a los Filipenses que nos ha de dar para mucho pensar, reflexionar y para sacar muchas consecuencias para la vida, lo que a continuación nos propone el apóstol en su carta es todo un himno cristológico. Un himno en el que podemos quedarnos extasiados contemplando toda la maravilla del amor de Dios que se manifiesta en Cristo y un himno que brota de lo más hondo de nuestro espíritu como un cántico de acción de gracias a Dios que así nos ha dado a Jesús.
Es un ir rumiando, pensando, repasando una y otra vez todo ese misterio de Dios que va apareciendo, pero precisamente en la cercanía cada vez mayor, cada vez más honda con que el Hijo de Dios se va acercando al hombre para hacerse hombre. Se despoja de su rango, no hace alarde de su categoría divina, se anonada, se hace pequeño, se hace el último, se hace esclavo, pasa por un hombre cualquiera. Era como lo veían sus contemporáneos. Lo veían tan igual, porque realmente era hombre, que les costaba descubrir la categoría de Hijo de Dios, aunque Jesús lo manifestara en sus obras, en su poder, en la sabiduría de sus palabras que no podía ser otra que la sabiduría de Dios. Es la cercanía de Dios, es el amor de Dios que llega hasta lo más profundo de hombre.
Nos quedamos en contemplación y seguimos quedándonos hasta confundidos en cómo se nos va revelando, porque como un hombre cualquiera se somete a la muerte, pero a la muerte más ignominiosa. No todos supieron contemplar el sentido de aquella muerte. Muchos se echaron para atrás, porque al comenzar la pasión se escondieron como le pasó a la mayoría de los discípulos, y será un ladrón arrepentido el que descubrirá un paraíso y un reino nuevo al que puede ir tras la muerte de Jesús en la cruz; será un pagano, un centurión romano el que reconocerá que es un hombre justo e inocente, que es el Hijo de Dios.
Seguimos contemplando y veremos la mano poderosa de Dios que lo resucita y lo levanta,   ‘le concedió el Nombre sobre todo nombre’ y ya para siempre decir Jesús es decir el Señor. ‘Al nombre de Jesús toda rodilla se doble, toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre’ ¿No nos mueve toda esta consideración, toda esta contemplación a dar gracias a Dios?
Tenemos que contemplarlo, meditarlo una y otra vez, saborearlo allá en lo más hondo del corazón para que nunca lo olvidemos, para que no nos vayamos tras otras luces, para que nos busquemos otras sabidurías. Nuestra sabiduría y nuestra locura la tenemos en la cruz de Jesús. En lo que aparentemente puede parecer la debilidad de una derrota nosotros encontramos la fuerza y la victoria.
Todos estamos llamados a ese Reino, a ese banquete del Reino de los cielos en que Cristo mismo se nos da como la más profunda sabiduría, la más brillante luz, el alimento más verdadero que nos da vida eterna, vida para siempre. Algunas veces nos puede suceder como a los invitados de la parábola que no escuchamos la invitación y nos vamos por otros caminos. Pero sabemos que Cristo siempre nos busca, nos llama, nos invita, se nos acerca y se  nos ofrece con todo su amor. Vivamos, pues su vida.

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