lunes, 12 de noviembre de 2012


Promover y despertar la fe de los elegidos

Tito, 1, 1-9; Sal. 23; Lc. 17, 1-6
Varias cosas nos sugiere hoy la Palabra proclamada, de las que desgranaremos algunas en este breve comentario. Decir de entrada que comenzamos leyendo la carta de san Pablo a Tito, que es una de las cartas llamadas pastorales, y que seguiremos en lo que queda de este tiempo ordinario con las cartas de san Juan y el Apocalipsis.
En el texto hoy escuchado de la carta a Tito vemos ese sentido pastoral en las recomendaciones que el apóstol le hace cuando lo ha dejado al frente de la comunidad de Creta y de cómo ha de escoger a los que van a ser pastores en medio de la comunidad. Pero sí quería fijarme en el saludo del Apóstol. Podríamos decir que nos da como su título o la razón de ser de su preocupación por la Iglesia de Dios. Ha sido llamado para ser Apóstol de Jesucristo y enviado con una misión muy concreta.
‘Apóstol de Jesucristo para promover la fe de los elegidos y el conocimiento de la verdad’. Así se presenta Pablo. Es un elegido y un enviado. Enviado para anunciar el evangelio de Jesús, el evangelio de la verdad. Jesús es el Camino, y la Verdad y la Vida, por eso al anunciar a Jesús estamos encontrándonos con esa verdad que nos dará plenitud y sentido a nuestra vida. Y eso es despertar la fe, ‘promover la fe de los elegidos de Dios’.  Es el primer fruto del anuncio que se nos hace de la Palabra de Dios, nuestra fe. Se nos habla de Jesús para que creamos en El; se nos habla de Jesús para que creyendo en El alcancemos la salvación.
De ahí cómo se completa ese saludo del apóstol, que lo tomamos también nosotros para la celebración litúrgica: ‘Te deseo la gracia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús Salvador nuestro’. Lo escuchamos cada día y ritualmente respondemos al saludo sacerdotal, pero creo que tendríamos que ser conscientes de verdad de la riqueza que se nos está ofreciendo con la gracia y la paz de Dios para nosotros. Gracia y paz de Dios que hemos de saber acoger en nuestra vida, hacerla vida nuestra.
Pero quería fijarme, aunque fuera brevemente, también en el texto del evangelio. ‘Es inevitable que sucedan escándalos’, nos dice Jesús, porque el mal está ahí al acecho como una piedra de tropezar. Precisamente la palabra escándalo eso significa, piedra de tropezar; el mal nos hace tropezar; pero lo peor del escándalo es cuando somos nosotros con nuestro mal los que hacemos tropezar a los demás. Jesús es duro con esa situación, porque quiere precavernos y quiere también que salgamos de esa situación de mal y de pecado que puede hacer tropezar a los demás.
Por eso nos dice a continuación cómo tenemos que ayudarnos mutuamente. Es una consecuencia del amor que nos tenemos. Cuando  nos amamos de verdad no queremos que aquel a quien amamos se vea enrollado en las redes del mal. Por eso cuando vemos tropezar a alguien tratamos de ayudarle, corregirle, estar a su lado para ayudarle a que se aparte de ese mal. Nos pueden decir, yo hago con mi vida lo que quiero, pero aun así nosotros podemos aconsejar, hacer ver el mal en que haya podido caer el hermano para ayudarle a salir de él.
La corrección algunas veces está mal considerada. Y digo esto porque no siempre sabemos corregir; es ayudar, es estar a su lado para que vaya dando esos pasos necesarios que le alejen de esa situación, es poner mucho amor y mucha comprensión. Algunas veces pensamos que con solo una palabra que digamos ya tendría que ser suficiente y nos olvidamos que a nosotros también nos cuesta trabajo y esfuerzo superarnos en nuestras cosas y no siempre lo logramos desde el primer momento. Es la paciencia y la esperanza del hermano que corrige, que ayuda porque ama.
Ante todo esto que les va planteando Jesús los discípulos terminar por exclamar ‘auméntanos la fe’. Aumentanos la fe, sí, le pedimos porque nos cuesta creer, porque nos cuesta superarnos, porque nos cuesta muchas veces hacer el bien, porque en fin de cuentas somos pecadores. Aumenta nuestra fe, Señor, que es aumenta tu gracia sobre nosotros, que no nos falte nunca la gracia y la fuerza del Espíritu.

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