domingo, 11 de noviembre de 2012


Pongamos la luz del amor en el corazón para transformar nuestro mundo

1Reyes, 17. 10-16; Sal. 145; Hebreos, 9, 24-28; Mc. 12. 38-44
Un cuadro con dos escenas intensamente contrastadas en claroscuro nos ofrece el pasaje del evangelio. En el centro, tratando de iluminar con la verdadera luz está Jesús. Enfrente, nosotros, para quienes es el mensaje y sepamos descubrir los matices de lo que verdaderamente está lleno de luz y podamos descubrir quizá las tinieblas que aún pudieran quedar en nuestro corazón.
Lo que aparentemente pareciera que fuera luminoso porque contemplamos ostentosos ropajes en un personaje que parece que se desenvuelve con soltura porque busca verse reverenciado por los que le rodean u ocupando lugares principales y de honor pudiera estar más lleno de sombras que lo que nos pareciera menos luminoso - hasta sus ropas de viuda pudieran dar señales de oscuridad - porque más bien se oculta tratando de pasar lo más desapercibida posible y sin que nada de lo que hace llame la atención de cuantos le rodean.
Los que tenían la misión de enseñar porque para eso eran escribas y maestros de la ley se presentan con actitudes contradictorias en la búsqueda de vanidades y apariencias para lograr reconocimientos humanos; más bien su apego a la vanidad y a las cosas materiales harán que sus enseñanzas queden anuladas y sin valor. Mientras que quien quiere pasar desapercibida - nada quiere enseñar quizá porque se siente pequeña - nos está mostrando de manera bien plástica cuánto Jesús nos enseñará en el evangelio; en su generosidad se desposeerá incluso de lo que necesitaría para subsistir y además lo hará calladamente porque, como enseñará Jesús en otro lugar, lo que haga tu mano derecha que no se entere la izquierda.
Ya hemos escuchado el evangelio. Será Jesús el que nos haga descubrir dónde está la verdadera luz y cuáles han de las actitudes auténticas que han de brillar desde lo hondo de nuestro corazón reflejándose en todo lo que hacemos en la vida. Jesús previene contra los escribas porque el afán de las vanidades no es el mejor ejemplo que podamos seguir, ni mucho menos. ‘Les encanta pasearse con rico ropaje y que les hagan reverencias en la plaza y ocupar los lugares de honor en los banquetes, mientras devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos’. Sus vidas están llenas de oscuridades.
Enfrente, sin embargo, una viuda pobre se acercará calladamente al arca de las limosnas para depositar no grandes cantidades como hacían los ricos, sino los dos reales que tenía para subsistir en su necesidad. ‘Os aseguro que esa pobre viuda ha hecho en el arca de las ofrendas más que nadie. Los demás han echado de lo que les sobra, ésta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir’. Aquí está la luz que verdaderamente nos ilumina porque está reflejando en su actitud y en su generosidad lo que es la verdadera luz que nos trae Jesús.
Por su parte la primera lectura nos ha presentado la actitud generosa y desprendida de una mujer que ya casi nada le queda ni para sí ni para su hijo y que sin embargo será capaz de desprenderse de todo porque así se lo señala el profeta, porque así siente en su corazón la voz de Dios que le llama a tal generosidad y da valentía y fuerza para tenerla. Es la viuda de Sarepta de Sidón y es el profeta Elías el que de parte de Dios le promete que si hay generosidad en su corazón ‘la orza de harina no se vaciará,  ni la alcuza de aceite se agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’, como así le sucederá a aquella mujer.
Nuestra vida también está llena de claroscuros porque aunque en la mayoría de las ocasiones conocemos cuales son los caminos del amor, de la generosidad y del desprendimiento por los que tenemos que transitar, sin embargo nos sentimos frenados por nuestro egoísmo, por nuestras dudas de saber si estamos haciendo bien o no o si merece la pena en verdad ser generoso en la vida cuando contemplamos a nuestro lado a tantos encerrados en su egoísmo, en su vanagloria o en la ceguera con que viven sus vidas.
Sí, es cierto que a veces pensamos si estamos haciendo el tonto cuando somos generosos y compartimos, cuando somos capaces de hacer el bien incluso a aquellos que nos hayan hecho mal, cuando ponemos valentía en el corazón para perdonar a quien nos haya injuriado o en los momentos difíciles por los que pasamos pensamos que quizá algo tendríamos que guardarnos para nosotros mismos por si acaso algún día pudiéramos vernos en necesidad; y esas dudas nos frenan, nos hacen retraernos en ocasiones y no poner toda la generosidad que nos pide el corazón para compartir y para darnos por los demás, desoyendo lo que el Señor nos está pidiendo allá desde lo más intimo de nosotros mismos. No olvidemos que ‘los pobres son evangelizados y de ellos es el Reino de los cielos, los sufridos serán consolados y los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados’.
Sólo el amor nos salvará porque desde la fe nos estamos queriendo parecer más y más al Dios que nos entregó a su Hijo hasta el extremo de morir por nosotros para darnos la salvación. Es el amor de Dios que transformará nuestro corazón y nos hará alcanzar la verdadera salvación que el Señor nos tiene reservada. Y los que se entregan así con generosidad por los demás tienen asegurada su recompensa en el cielo.
Solo viviendo desde el amor podemos salvar a nuestro mundo que con el egoísmo y la injusticia de tal manera hemos destrozado. Algunas veces podemos pensar que se han de imponer leyes que mejoren la sociedad y el mundo en que vivimos envuelto en tanta maldad, en tanto egoísmo e injusticia, tantas crisis que no son sólo las económicas porque se ha olvidado quizá de los mejores valores que lo pueden transformar desde dentro.
Pero serán nuestros gestos solidarios, la generosidad con que nos acerquemos a los demás para compartir no sólo lo que tenemos sino lo que somos, la humildad en el amor que nos haga entrar en una nueva órbita de relaciones más humanas y fraternales entre los unos y los otros, lo que irán transformando nuestro mundo, lo que lo que lo irá sembrando de nuevas semillas que germinarán en los corazones poniendo ese amor y esa generosidad que tanto necesitan y que producirán los frutos de una revolución del amor para hacer nuestro mundo mejor, más justo, más humano, más auténtico, más fraternal.
La viuda del templo de la que nos habla el evangelio ofreció algo muy pequeño y que pudiera parecer que tenía escaso valor, pero fijémonos como su gesto se ha seguido recordando y aun hoy, veinte siglos después, merece nuestra admiración y alabanza; un gesto pequeño de generosidad y amor y que ha contribuido a generar esa revolución del amor en el corazón de tantos que a lo largo de los siglos se han sentido y se siguen sintiendo motivados desde ese ejemplo y sencillo de aquella viuda.
Es el estímulo que sentimos en nuestro interior al escuchar este texto del evangelio que para nosotros es palabra de Dios, palabra que el Señor nos dice para interpelarnos por dentro. Estamos llamados a realizar esa transformación de nuestro mundo desde esos pequeños gestos que nosotros cada día podemos realizar allí donde estamos y que son semillas que plantamos para ir transformando corazones a nuestro paso y ayudándolos entonces a que también se empapen del espíritu del Evangelio.
No pensemos en cosas grandes y extraordinarias - que si el Señor nos pidiera realizarlas también nos daría su gracia para seguir su impulso - sino en esas pequeñas cosas, pequeños gestos de amor que cada día podemos tener para los que están a nuestro lado. Que no haya oscuridades en nuestra vida sino que todo sea luz porque resplandezcamos por las obras de nuestro amor. Cuando lo hagamos así  nos estaremos llenando de la luz de Dios, de la luz de Cristo resucitado.

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