sábado, 17 de noviembre de 2012


Ellos se pusieron en camino para trabajar por Cristo

2Jn. 5-8; Sal. 111; Lc. 18, 1-8
‘Ellos han hablado de tu caridad ante la comunidad de aquí’. Así le dice Juan a Gayo, a quien dirige esta carta, la tercera de las del apóstol Juan. Esta semana hemos venido escuchando diversas cartas breves tanto de san Pablo como ahora de Juan.
Esta de hoy es uno de los escritos más breves del Nuevo Testamento y como hemos escuchado Juan hace alabanza del buen hacer de Gayo para con la comunidad y para con los pastores de la comunidad. En lo que hemos citado para comenzar hace referencia a lo que los hermanos han dicho de él, de su buen hacer, de su caridad. Ahora Juan le va a pedir que siga actuando de esa misma manera generosa con los que van a hacer un viaje de evangelización. ‘Por favor, provéelos para el viaje como Dios se merece, ellos se pusieron en camino para trabajar por Cristo… por eso nosotros debemos sostener a hombres como estos, cooperando así con la propagación de la verdad’.
El pregonero del evangelio tiene estricto derecho a vivir del Evangelio, es decir, que la comunidad se preocupe de atenderlos para que puedan dedicarse plenamente a su labor sin otras preocupaciones. Ya lo enseña Jesús en el evangelio, que el obrero de la viña del Señor merece su salario, y también el apóstol Pablo hablará en sus cartas en este sentido.
Nos viene bien esta reflexión a la luz de la Palabra del Señor precisamente cuando estamos en días de celebrar el Día de la Iglesia Diocesana, que será mañana domingo. Y entre los objetivos de esta Jornada está el que tomemos condición de nuestro ser Iglesia, pero también de cómo todos hemos de contribuir al bien de la Iglesia, colaborando incluso económicamente para el desarrollo de sus actividades y para el sostenimiento del clero, de los pastores dedicados plenamente al anuncio del evangelio.
En su mensaje para esta jornada nuestro obispo nos dice: ‘Como en cualquier familia natural, en la Iglesia cada uno –de acuerdo con sus posibilidades- está llamado a poner lo mejor de si mismo para el bien del conjunto de los fieles. De ese modo, todos aportan y todos se benefician. Nadie se basta a sí mismo y, lo mismo que los demás me necesitan de mi aportación, yo también necesito de servicio de los otros. Sin duda alguna, ayudando a la Iglesia ganamos todos.
La Iglesia se preocupa (y se ocupa) de las necesidades espirituales y materiales de sus hijos y, también, de quienes no están vinculados a ella y que aceptan su servicio. Esto, ni más ni menos, es lo que hace la Iglesia: preocuparse y ocuparse de las necesidades espirituales y materiales de las personas. Por eso, podemos afirmar que directa e indirectamente, con su acción espiritual y socio-caritativa, la Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor’.
Y continúa más adelante: ‘Para realizar todo esto, la Iglesia pide a sus miembros (a los que se sienten y declaran católicos) que se impliquen y participen en la vida eclesial, no contentándose sólo con ser sujetos pasivos que disfrutan de las cosas de la Iglesia, sino colaborando activamente con la oración, la dedicación personal y, también, con las aportaciones económicas necesarias el sostenimiento de la vida eclesial y para la atención a los pobres’.
Creo que nos pueden valer estas palabras de nuestro obispo para completar la reflexión que nos ofrece hoy la Palabra de Dios y así nos sintamos bien mentalizados de lo que es nuestra pertenencia a la Iglesia y la contribución generosa que en todos los sentidos nosotros podemos y tenemos que hacer.
Recojamos también el hermoso mensaje del evangelio con la parábola que Jesús nos propone para explicarnos cómo tenemos que orar siempre sin desanimarnos. Que así sea siempre nuestra oración en alabanza al Señor y para pedir por nuestras necesidades y las de la Iglesia y el mundo.

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