martes, 25 de septiembre de 2012


Los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen por obra serán los hijos de Dios
Prov. 21, 1-6.10-13; Sal. 118; Lc. 8, 19-21

‘Vinieron a avisarle a Jesús: fuera están tu madre y tus hermanos y quieren verte’. La familia de Jesús, María, sus parientes vienen a ver a Jesús. A alguien pudiera parecerle un rechazo la respuesta que les da Jesús. Pareciera que se desentendiera de ellos. ‘Estos son mi madre y mis hermanos, los que escuchan la Palabra de Dios, y la ponen por obra’.

Muchas veces hemos comentado este texto y ya todos entendemos que no es un rechazo de Jesús a su madre o a sus familiares, sino que es más bien una alabanza a María. ¿Quién escuchó mejor que ella la Palabra de Dios? ¿quién la plantó con mayor efectividad en su corazón cuando en ella la Palabra se encarnó para hacerse hombre y para ser nuestra salvación?

Para nosotros es modelo de acogida de la Palabra de Dios. Cuando viene el ángel a traerla la Palabra de Dios, ya vemos cómo escuchó, cómo hizo silencio en su interior para rumiarla, para tratar de entenderla, cómo finalmente ella plantó la Palabra de Dios en su vida con su ‘sí’, con su ‘hágase’, porque allí estaba la esclava del Señor y a ella no le tocaba otra cosa que dejarse hacer por la Palabra del Señor. ‘Hágase en mi según tu palabra’, que se cumpla, que se realice, y en ella Dios se encarnó y de sus entrañas salió el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación.

Merecerá María la alabanza por su fe, porque así se cumpliría en ella lo anunciado por el Señor. ‘Dichosa tú que has creído, le dice su prima Isabel, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’. 

Pero merecerá María también una alabanza salida de los labios de Jesús, cuando llama dichosos a todos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Es lo que hizo María, escuchó y plantó en su corazón. Por eso las palabras de Jesús hoy en el evangelio cuando nos está señalando quienes son su madre y sus hermanos, está siendo una alabanza también para María.

Como María tenemos que saber hacerlo con fe, con docilidad, con humildad, con generosidad, con disponibilidad. Por su docilidad, por su fe, por su disponibilidad, por su acogida a la Palabra de Dios, en ella se encarnó la Palabra eterna de Dios y nació el Hijo de Dios, hecho hombre. ‘Será grande, será el hijo del Altísimo… y el que va a hacer de ti será santo y se llamará hijo de Dios’, le había dicho el ángel. Ya nos decía el principio del evangelio de san Juan cuando nos habla de la Palabra eterna de Dios ‘que viene a los suyos y los suyos no la recibieron, pero a cuantos la recibieron, a cuantos creen en su nombre les dio poder de ser hijos de Dios’. 

Nos preguntábamos ‘¿quiénes son mi madre y mis hermanos’, quienes son los hijos de Dios? Los que reciben la palabra de Dios se hacen hijos de Dios. No es según la carne, ni según ninguna estirpe humana, no es simplemente fruto de un deseo humano. Es el regalo de Dios a quienes creemos, a quienes aceptamos, recibimos su Palabra, que nos hace hijos de Dios.

Es el camino que nos queda hacer a nosotros. Amemos la Palabra de Dios y escuchémosla siempre con atención. Es Dios que nos habla, es Dios que viene a nosotros y nos eleva y nos engrandece, nos llena de luz y de vida, nos hace vivir como hijos de Dios.

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