viernes, 28 de septiembre de 2012

En el silencio misterioso de la oración Dios se nos revela y nos llena de su paz y amor


Eclesiastés 3, 1-11; Sal. 143; Lc. 9, 18-22

Este texto del evangelio según san Lucas hoy proclamado recientemente lo hemos escuchado y meditado (el pasado domingo) en el evangelio de Marcos que vamos leyendo en este ciclo, además de hacer referencias a él en otros momentos de nuestra reflexión de cada día. Pero, como tantas veces hemos dicho, la Palabra de Dios es una palabra viva y que nos llena de vida en todo momento; por mucho que la reflexionemos y oremos nunca se agota el mensaje que el Señor quiere trasmitirnos para nuestra vida.

La Palabra que escuchamos tenemos que hacerla oración, porque no vamos simplemente a hacer un estudio sobre esos textos, sino que es una Palabra que el Señor nos dice y a la que nosotros hemos de dar respuesta. Es con espíritu de fe y oración cómo nos acercamos a la Palabra, y sólo así lograremos que vaya produciendo frutos de vida y salvación en nosotros. Ayer decíamos que es desde la fe como tenemos que acercarnos a Jesús para conocerle, dejándonos conducir por su Espíritu que es el que nos va a ayudar a vivir todo ese misterio de gracia que se nos revela. Así siempre en la escucha de la Palabra.

Es en ese misterioso silencio interior en el que nos adentramos en la oración donde sentiremos que la voz de Dios nos interpela al tiempo que nos hace ir penetrando en su maravilloso misterio de amor. Ahí en ese silencio interior surgirán preguntas que interrogan nuestra vida pero también iremos encontrando esa respuesta que el Espíritu divino nos va trasmitiendo.

Es el camino de la verdadera oración que tenemos que cultivar aunque muchas veces nos cueste. Nos es más fácil quedarnos en nuestras palabras que hacer ese silencio para escuchar la verdadera Palabra que Dios quiere trasmitirnos. Nos contentamos muchas veces en nuestra oración con hacer muchos rezos porque quizá tenemos muchas necesidades o queremos recordar muchas cosas, pero tendríamos que aprender a hacer ese silencio para dejar que Dios nos hable, porque el ruido de las muchas palabras quizá nos impida escucharle bien.

Le tenemos miedo quizá a ese silencio porque no sabemos qué hacer o cómo escuchar, o también porque en ese silencio, como decíamos, surgen esas preguntas hondas que nos interrogan pero que nos llevarían impulsados por el Espíritu a la auténtica verdad del misterio de Dios que al mismo tiempo nos está revelando también el verdadero misterio del hombre, el verdadero sentido del hombre.

Fijémonos en este texto que hoy se nos ha proclamado y que a mi me ha sugerido esta reflexión que ‘estando a solas Jesús en oración en presencia de sus discípulos’ es cuando surgen esas preguntas que Jesús les hace que es una forma de plantearles que se interroguen profundamente por la fe que tienen en El. ‘¿Qué dice la gente que soy yo?... y vosotros ¿quién decís que soy yo?’

Es preguntarse por su fe en Jesús. ¿En qué Jesús creen? ¿cómo es su fe en Jesús? Y aunque Pedro da una respuesta atinada, como le dice Jesús porque el Padre se lo ha revelado en su corazón, a continuación Jesús les hará profundizar más cuando les anuncie su pasión y todo el misterio pascual por el que ha de pasar. Sí, es Jesús ‘el Mesías de Dios’, como le dice Pedro, pero ese Mesías de Dios ha de padecer, ser ejecutado y resucitar, ese Mesías de Dios ha de pasar por la Pascua donde se va a revelar en plenitud quien es Jesús para nosotros y cuál la verdadera salvación que no ofrece.

Fue un momento importante para los apóstoles toda esta confidencia y revelación, aunque fue un momento difícil para ellos porque no terminaban de comprender lo que Jesús les anunciaba. Pero Jesús se les revelaba, los iba preparando para esos acontecimientos porque ellos habían de ser testigos de su pascua, de su resurrección.

Vayamos, pues, con ese espíritu de oración profunda hasta Jesús; introduzcámonos ese silencio misterioso que nos acerca a escuchar mejor a Dios. No temamos ese silencio de nuestra oración, porque escucharemos la voz de Dios en nuestro corazón que se nos revela y que nos inunda con todo su amor y su paz.

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