sábado, 25 de agosto de 2012


Frente a un mundo de apariencias y vanidad el servicio humilde y el amor desinteresado

Ez. 43, 1-7; Sal. 84; Mt. 23, 1-12
Qué distinto se seguir el estilo de vida que Jesús nos propone a lo que estamos acostumbrados a ver a nuestro alrededor y que en cierto modo se convierte en una tentación para nosotros. Si observamos bien vivimos en un mundo de mucha vanidad y de apariencia en el que se pretende dar una cara bien distinta a lo que llevamos dentro de nosotros. Aunque nos parezca lo contrario, esos caminos de vanidad no son caminos que nos lleven a una verdadera felicidad. Los oropeles de la vanidad nos encandilan pero nos dejan ciegos lo que es verdaderamente valioso en la persona. La vanidad siempre será algo ilusioro y pasajero que cuando pasa su brillo nos veremos en la más completa fealdad-
Jesús, como escuchamos hoy en el evangelio lo denuncia duramente de los que eran los dirigentes del pueblo entonces y los que en cierto modo tenían que orientar las conductas de la gente, los escribas y maestros de la ley. No vivian una vida acorde con lo que pretendían imponer a la gente. Jesús denunciará su hipocresia y falsedad. Y no quiere que de ninguna manera sea ese el estilo de los que son sus seguidores. Lo malo sería que después de veinte siglos y en unos lugares y paises que nos llamamos cristianos sigamos la misma pauta de vanidad, de apariencia, de hipocresía en la sociedad en la que vivimos.
‘Haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen… todo lo hacen para que los vea la gente… les gustan los primeros puestos y los lugares de honor… ser reconocidos, les hagan reverencias por la calle y la gente los llame maestros…’
Es una tentación que podemos sufrir, porque también nos gustan los halagos y que reconozcan lo que hacemos. La vanidad infla nuestro ego creando falsas ilusiones en nuestra vida. Cómo nos sentimos heridos en nuestro amor propio cuando no reconocen lo que nosotros hayamos hecho u otros se cuelguen medallas con lo que quiza nosotros hicimos.
Se habla mucho hoy de autoestima y de valoración de la persona. Está bien porque tenemos que sacar a flote todos nuestros valores, pero eso no tiene que significar que vayamos por la vida buscando esos halagos y reconocimientos. Si hacemos las cosas solo por eso realmente las estamos desvalorizando, porque el bien tenemos que hacerlo con naturalidad y sencillez simplemente porque es el bien y podemos ayudar a los demás con lo que hagamos. Los valores que Dios ha puesto en nuestra vida no son solo para una ganancia personal sino que están también en bien de los otros. Realmente, tenemos que reconocer, cuando vamos buscando pedestales en los que subirnos fácilmente andamos al empujón porque si el otro también quiere subirse al pedestal enseguida nacerá la guerra.
No quiere Jesús que ni nos consideremos maestros en una autosuficiencia en la que nos pongamos siempre por encima de los demás, ni avasallemos a nadie por conseguir nosotros méritos. Nuestro estilo ha de partir de la sencillez y de la humildad de quien ama y porque ama simplemente siempre querrá hacer el bien a los demás y eso es lo que realmente le importa. Pero ahí tenemos constante la tentación.
Una vez más Jesús nos dirá que seremos primeros y verdaderamente importantes cuando sepamos hacernos servidores de los demás no importándonos ser los últimos. ‘El primero entre vosotros sea vuestro servidor. El que se enaltece será  humillado y el que se humilla será enaltecido’. Y no hemos de buscar ser enaltecidos por los hombres, sino sólo a los ojos de Dios que es lo verdaderamente importante. Es el Señor el que ve la sinceridad de nuestro corazón.

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