domingo, 26 de agosto de 2012


Aunque débiles y llenos de dudas, confesamos que Tú tienes para nosotros palabras de vida eterna

Josué, 24, 1-2.15-18; Sal. 33; Ef. 5, 21-32; Jn. 6, 60-69
Una doble reacción a las palabras de Jesús. No nos ha de extrañar. Jesús está puesto como signo de contradicción. Ya lo había anunciado proféticamente el anciano Simeón; ante Jesús unos caerán y otros se levantarán. Es una actitud repetida a lo largo del evangelio.
‘Este modo de hablar es duro’, dirán algunos. Jesús sabía que lo criticaban; ya mientras iba anunciando el pan de vida muchos se iban manifestando en contra y le discutían a Jesús sus palabras porque no le entendían. Ahora sucederá que ‘desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con El’.
Pero no todos se van. Perplejos están también los más cercanos a Jesús. En muchas ocasiones también los del grupo de los Doce no entendían las palabras de Jesús, se hacían sus consideraciones tratando de encontrar explicación en el caso de los anuncios de pasión y muerte, o cuando llegaban a casa la pedían que les explicara, como sucedía con las parábolas. Ahora podrá más el amor que sienten por Jesús y estarán dispuestos a seguir con Jesús como Pedro proclamará y ahora comentaremos.
Sigo preguntándome si realmente entendían o no lo que Jesús les estaba hablando. Al hilo de lo que Jesús iba diciendo allí en la sinagoga de Cafarnaún hemos ido reflexionando ya lo que significaba comer a Jesús, comer su carne y beber su sangre para poder tener vida. Aunque en principio parecía que su repugnancia a aceptar las palabras de Jesús iba por aquello de la antropofagia, lo de comer carne humana y lo de beber sangre que ya en sí tenía sus especiales connotaciones para aquellos pueblos semitas, sin embargo de lo que se trataba era de un seguimiento total y radical de Jesús. ¿Estarían dispuestos a eso? ¿Comerían a la carne de Cristo en ese sentido?
Como hemos reflexionado lo de comer a Cristo era esa aceptación de Jesús en su totalidad, aceptación de Jesús en su mensaje de vida y de salvación que nos ofrecía y todo lo que significaba el Reino de Dios que Jesús anunciaba y venía a constituir. No era sólo cuestión de aceptar o no alguna idea o pensamiento, o alguna norma que nos pudiera imponer, sino que es la exigencia de seguir a Jesús en su totalidad, realizando de verdad esa vuelta total de la vida, conversión, para hacer que desde entonces girara para siempre en torno a Jesús.
Muchas cosas que transformar en la vida, muchas cosas que cambiar y muchas cosas de las que arrancarse para vivir una vida ya para siempre en el estilo de Jesús, en el estilo nuevo del Reino de Dios instaurado con el evangelio. Es algo que también tenemos que pensar para nosotros porque también entramos muchas veces en rutinas, nos acostumbramos a cosas que puede suceder que las hagamos sin sentido y al final podemos seguir siendo el hombre viejo que no se ha renovado con la gracia en el estilo y espíritu del Evangelio.
Necesitamos nosotros también una mirada sincera desde lo que es la realidad de nuestra vida con el evangelio para confrontarla seriamente con la vida de Jesús. Ya hemos reflexionado en estos días que nuestro vivir tenía que ser un vivir nuevo, porque no sería ya nuestra vida sino la vida de Cristo. Y confesemos y reconozcamos que no siempre nuestro vivir es el vivir de Cristo, en una palabra, que no somos cristianos con toda nuestra vida, con todas nuestras actitudes, con toda nuestra manera de pensar, con todo nuestro actuar.
Aquella gente no quiso seguir con Jesús. Como nos decía el evangelista y ya hemos recordado ‘desde entonces ya muchos de los discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con Jesús’. Como decíamos, no es la primera vez que sucede; recordemos al joven rico que no fue valiente para vivir generosamente aquel desprendimiento que Jesús le pedía.
Sucedía entonces y sigue sucediendo, porque también muchas veces sentimos el dolor de gente que estaba como muy a gusto en la Iglesia parecía viviendo su vida cristiana y de un momento a otro se echaron también atrás y abandonaron todo, en ocasiones, abandonando totalmente la fe. ¿No se sintieron con fuerzas para seguir con Jesús y su seguimiento? ¿Se vieron envueltos por las dudas, por los problemas, por situaciones que no supieron resolver desde la luz de la fe y con gracia del Señor? Desgraciadamente suceden cosas así.
Tenemos nosotros también el peligro y la tentación de enfriarnos espiritualmente e ir abandonando muchas cosas. Por eso es necesario insistir tanto en que vivamos nuestra fe como un encuentro vivo y personal con el Señor; que es necesario que vayamos madurando de verdad nuestra fe con una buena formación cristiana para ir profundizando más y más en todo el conocimiento del misterio de Cristo y de Dios; que vayamos enriqueciéndonos espiritualmente desde la escucha y la meditación de la Palabra de Dios y una oración cada vez más intensa. Tenemos que cuidar nuestra fe, nuestra unión con el Señor, nuestra vida cristiana.
Dice el evangelio que ‘Jesús les preguntó a los apóstoles: ¿También vosotros queréis marcharos? A lo que Simón Pedro contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros sabemos y creemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios’. Allí, por supuesto, estaba la fe de Pedro y de los demás apóstoles, pero allí estaba el amor. No podemos negar cuánto querían a Jesús los apóstoles que siempre estaban con Jesús, porque un día lo habían dejado todo para seguirle.
Probablemente también tuvieran dudas en su corazón y podrían estar calibrando hasta donde serían capaces de seguir siendo fieles, pero amaban a Jesús y con El querían estar. Para ellos Jesús tenía palabras de vida eterna. Claro que querían seguir estando con El, querían seguirle y a pesar de sus debilidades, estaban dispuestos a darlo todo por Jesús.
Ya Jesús había dicho que ‘sus palabras son espíritu y vida’ y ahora Pedro le dirá que sí, que creen en El, que para ellos las palabras de Jesús son palabras de vida eterna, que creen de verdad que Jesús es el enviado de Dios y que quieren unirse a El, comerle también para tener vida para siempre.
Nosotros también podemos sentirnos débiles porque ya somos conscientes de cuantas veces caemos a causa de esa debilidad; también nos surgen dudas y en ocasiones puede haber cosas que nos cueste entender o nos cueste llevar a la vida. Pero queremos poner también nuestra fe como Pedro para confesar que Jesús lo es todo para nosotros y que queremos seguirle y vivirle; como Pedro queremos también confesar nuestro amor, que aunque seamos débiles, le amamos y queremos amarle con todo nuestro corazón y con toda nuestra vida.
‘¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna’. Creemos en ti. ‘Lejos de nosotros abandonarte’, como decían los judíos a la entrada de la tierra prometida. Si ellos reconocían que el Señor los había sacado de Egipto y los había conducido por el desierto hasta aquella tierra, cuánto no tendremos que reconocer nosotros de las maravillas que Dios ha obrado en nuestra vida.
Queremos vivir tu vida. Queremos comerte porque queremos llenarnos de ti. Queremos comerte porque queremos hacer de tu vida nuestra vida. Queremos comerte porque sabemos que quien te come tiene vida eterna y Tú nos resucitarás en el último día. Queremos comerte con todas las consecuencias para nuestra vida.

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