martes, 19 de junio de 2012


Una motivación grande para nuestro amor a todos, somos hijos del Padre del cielo
1Reyes, 21, 17-29; Sal. 50; Mt. 5, 43-48
‘Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo… por tanto sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto…’
Es necesario tener motivaciones profundas para poder vivir con intensidad. No se trata simplemente de cumplir porque haya que cumplir o porque esté mandado, sino encontrar esa razón profunda que vamos a descubrir en el amor que el Señor nos tiene. Sentirnos hijos amados de Dios puede ser, tiene que ser esa motivación profunda para vivir nosotros en el amor; amor no solo con el que respondemos a Dios amándole sobre todas las cosas, sino amor que hemos de tener a todos tal como nos pide Jesús.
Hoy nos habla Jesús del amor que hemos de tener incluso a aquellos que podríamos considerar nuestros enemigos; amor que nos llevaría a hacerles el bien y hasta a rezar por ellos. ¿Cómo no lo vamos a hacer si nosotros nos sentimos amados profundamente por Dios del que nos consideramos sus hijos? Y es que nos dice Jesús que cuando lleguemos a amar a los que nos hayan hecho mal, haciéndoles el bien y rezando por ellos, estaremos comportándonos como verdaderos hijos de Dios., ‘Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo’. 
Nosotros nos hacemos nuestras distinciones y decimos unos son buenos, otros son malos; nos parece que con los buenos sería justo que nosotros fuéramos buenos. Pero nos dice Jesús, es que ‘Dios Padre hace salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’. Es que Dios nos ama a todos a pesar de que seamos malos e injustos; y nos protege, y nos ayuda, y nos da continuamente su gracia. ¿Vamos nosotros a enmendarle la plana a Dios?
Y además nos dice que si amamos sólo a los que nos aman, ¿qué mérito tenemos? Eso lo hace cualquiera. Y, como hemos repetido mucho estos días, en algo tenemos que diferenciarnos nosotros. Y el amor es nuestro distintivo; un amor a todos, que es capaz de perdonar, de hacer el bien a quien te haya hecho mal y hasta de rezar por aquellos que nos hayan hecho mal.
Muchas veces lo hemos reflexionado. Es algo que cuesta mucho esto que nos está pidiendo Jesús, perdonar, hacer el bien a quien te haya hecho mal. Y además nos dice: ‘rezad por los que os persiguen y calumnian’. Cuando seamos capaces de rezar por esas personas estarás dando un paso muy importante para amar a esas personas. Eso mostrará la generosidad de tu corazón, la verdadera grandeza que hay dentro de ti. Rezo por el otro simplemente poniéndolo en las manos del Señor, sintiendo esa generosidad del amor en mi corazón y yo me sentiré más en paz conmigo mismo.
Y es como recordábamos al principio, la meta que Jesús nos propone es bien alta, bien grande, porque se trata de querer parecernos a Dios. Es con el amor de Dios con el que queremos amar. Es mirando hacia arriba porque queremos levantarnos de nuestros raquitismos y miserias como queremos superarnos, crecer espiritualmente. Por eso nos dice Jesús: ‘por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto’. ¿Una meta imposible de alcanzar? Es el camino de santidad que un cristiano quiere recorrer. 
Lo podremos realizar porque contamos con la gracia del Señor, con su ayuda, con su presencia. A sentir su presencia y a llenarnos de su gracia venimos cada día a la Eucaristía; a dejarnos iluminar por su Palabra que es la que nos va trazando metas, nos va descubriendo todo el misterio de Dios, nos va haciendo conocer sus caminos. Por eso oramos con insistencia, con humildad y con confianza, comemos a Cristo en la Eucaristía para así llenarnos de su vida y de su gracia. Quien come a Cristo en la Eucaristía no puede menos que aspirar a esa santidad que Jesús nos propone como meta; quien come a Cristo en la Eucaristía está llenándose de su amor para amar con ese amor a los demás.  

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