jueves, 7 de junio de 2012


No estás lejos del Reino de Dios
2Tim. 2, 8-15; Sal. 24; Mc. 12, 28-34
‘No estás lejos del Reino de Dios’, le dijo Jesús al letrado tras el diálogo de preguntas y respuestas sobre lo que era el principal mandamiento. Jesús le repite lo que está escrito en la Escritura y el letrado quiere corroborar o confirmar las palabras de Jesús. Pero la última palabra de Jesús es una palabra de ánimo y esperanza. ‘Viendo que había respondido sensatamente le dice: no estás lejos del Reino de Dios’.
Se me ocurre pensar ¿nos dirá lo mismo Jesús a nosotros, ‘no estás lejos del Reino de Dios’? Y ya sabemos no es cuestión sólo de sabernos la lección de memoria, como cuando éramos pequeños y nos aprendíamos el catecismo, preguntas y respuestas, de memoria o las lecciones que estudiábamos.
En ese mismo sentido de la afirmación de Jesús y relacionándolo con lo que hemos escuchado en la carta de san Pablo a Timoteo, ¿seríamos capaces nosotros como el apóstol de llevar cadenas a causa del evangelio? ‘Este es mi evangelio, le dice, por el que sufro hasta llevar cadenas como un malhechor’. Lo que nos está indicando es que está en la cárcel – vísperas quizá de su martirio – cuando le escribe esta carta a su discípulo.
‘Haz memoria de Jesucristo, el Señor, le dice, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi evangelio… lo aguanto todo por los elegidos para que ellos también alcancen la salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna’. Una proclamación de fe con un testimonio claro y valiente de vida. Una generosidad de su corazón que le hace buscar, sea como sea, aunque él tenga que sufrir incluso cadenas, con tal de lograr la salvación de alguno.
Cuántas veces queremos escurrir el bulto si el testimonio de nuestra fe nos puede acarrear dificultades, persecuciones, sufrimientos. ¿Hasta donde somos capaces de llegar en el testimonio de nuestra fe? La historia de la Iglesia de todos los tiempos está jalonada por el testimonio de tantos mártires que dieron su vida, derramaron su sangre por el nombre de Jesús. Y fue en esos tiempos duros de la vida de la Iglesia cuando más resplandecía la fe de los cristianos, cuando más crecía la Iglesia. No en vano se suele decir que la sangre de los mártires es semilla de cristianos.
‘Es doctrina segura: si morimos con El, viviremos con El. Si perseveramos, reinaremos con El. Si lo negamos, El también nos negará. Si somos infieles, El permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo’. Ya Jesús nos había anunciado en el evangelio que quien diere testimonio de él ante los hombres, tendrá en el cielo ante el Padre quien dé la cara por él. ‘Me pondré de su parte’, nos dice. Viviremos con El, reinaremos con El, porque El nos llevará consigo y donde esté El estaremos nosotros también, como nos repite tantas veces en el evangelio. ‘Dichosos si sois perseguidos por mi causa, porque de vosotros será el Reino de los cielos’.
No olvidemos que no nos faltará nunca la fuerza del Espíritu, que pondrá fuerza en nuestro corazón y palabras en nuestros labios cuando tengamos que dar el testimonio de nuestra fe. Ojalá escuchemos esa palabra de Jesús con lo que iniciábamos nuestra reflexión. Que por nuestro amor, un amor verdadero y auténtico a Dios y un amor profundo y vivo a nuestros hermanos en el estilo de Jesús nos haga merecer esa alabanza de Jesús porque vivamos dentro de los parámetros del Reino de Dios. Para nosotros tiene el Reino preparado si sabemos ser fieles, si sabemos amar con un amor como el suyo y no tenemos miedo de gastarnos y darnos hasta el final a causa de su nombre.

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