viernes, 8 de junio de 2012


Desde niño conoces la Sagrada Escritura, permanece en lo que has aprendido
2Tim. 3, 10-17; Sal. 118; Mc. 12, 35-37
‘Pero tú permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la Sagrada Escritura’. Alaba Pablo la fe de Timoteo en la que ha fundamentado su vida. Una fe nacida y alimentada en el conocimiento de la Sagrada Escritura, en la Palabra de Dios con la que fue educado desde niño.
Pero Timoteo fue también testigo de la predicación de Pablo y de los sufrimientos que tuvo que padecer el apóstol a causa del evangelio. En los viajes de Pablo el joven Timoteo quiere seguir al apóstol y lo acompañará de forma muy cercana, encomendándole delicadas misiones hasta que quedó como Obispo de Éfeso. Y precisamente recuerda Pablo como en aquellos lugares cercanos al nacimiento y la vida de Timoteo tuvo que sufrir fuertes y violentas persecuciones.
‘Tú seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta, mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos, como aquellos que me ocurrieron en Antioquía, Iconio y Listra’. Por una parte es hermoso lo que le recuerda el apóstol, como fue testigo de su vida, de su fe, de su predicación y ahí bebió el joven discípulo para vivir luego él también su apostolado. Siente todo apóstol también ese deseo en su corazón de que su vida pueda ser un testimonio positivo que atraiga a muchos al evangelio y al seguimiento de Jesús, e incluso despierte en otros la vocación apostólica. Es un gozo que en ocasiones nos concede el Señor.
Por otra parte, cuando leímos los Hechos de los Apóstoles en el tiempo pascual escuchamos todos esos relatos de las persecuciones sufridas; cómo fue apedreado, encarcelado entre cadenas y cepos, expulsado de aquellas ciudades, maltratado en muchas ocasiones, huyendo muchas veces de ciudad en ciudad. Pero el apóstol sabe que quiere ser fiel al evangelio va a encontrar esa oposición, como ya la tuvo Jesús que fue conducido al patíbulo.
Pero hay un aspecto importante en este texto de la carta de Pablo a Timoteo, lo que le habla de cómo había fundamentado desde niño su vida en la Sagrada Escritura. Es la Sabiduría que conduce a la salvación. Y de esa sabiduría del Evangelio, de la Palabra de Dios hemos de empaparnos. Es palabra de vida que nos conduce a la vida; es palabra que nos llena de luz y dará sentido profundo a nuestra vida, es palabra que responde a las inquietudes más hondas del corazón humano, porque nos conduce hasta Dios.
‘Toda Escritura, inspirada por Dios, es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena’, termina diciendo el apóstol.
Cuánto podemos aprender en la Sagrada Escritura; cuánto nos puede servir de inspiración para ayudarnos a encontrar lo bueno y vivir en la virtud; cuánto nos sirve también para precavernos de las cosas malas y aprendamos así a no dejarnos arrastrar por la tentación. Allí encontramos ejemplo, fuerza de vida, gracia de Dios.
La Palabra de Dios siempre nos ayudará a fortalecer nuestra vida en lo bueno, en lo justo, en lo noble, en la virtud. Con cuánto amor hemos de acudir a la Palabra del Señor para empaparnos de la vida y de la gracia de Dios. Cómo tenemos también que trasmitir esa enseñanza a los demás, despertar el amor por la Escritura Santa, anhelar con fuerza cada día ese encuentro con la Palabra de Dios de manera que no dejemos pasar un día sin haber escuchado en nuestro corazón ese mensaje de Dios.

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