martes, 26 de junio de 2012


Lo que nos enseña Jesús siempre nos conduce a la plenitud y a la dicha más honda
2Reyes, 19, 9-11.14-21.31-36; Sal. 47; Mt. 7, 6.12-14
Nos deja Jesús en estos breves versículos del sermón del monte como tres sentencias distintas, como principios para nuestra vida en el camino de su seguimiento. No parecen tener especial relación entre ellas, pues de alguna manera el evangelista al recopilar el mensaje de Jesús compendiándolo en el llamado sermón de la montaña va recogiendo esas diferentes sentencias, como decíamos, de gran valor para nuestra vida.
El respeto a lo sagrado, a lo santo, podíamos decir, que es la primera referencia. Con santo temor nos acercamos a Dios y a las cosas santas porque su nombre es santo y ante Dios y ante aquellas señales que El nos ha dejado de su presencia hemos de acudir con santo respeto. 
‘Santificado sea tu nombre’, decimos en el padrenuestro para pedir y expresar esa gloria que hemos de dar a Dios en todo momento. Y el nombre de Dios nunca, por supuesto, hemos de profanar. Creo que muchas conclusiones se podrían sacar que nos lleven a evitar esos lenguajes ordinarios que empleamos tantas veces en la vida, utilizando de manera irrespetuosa tantas veces las palabras que para nosotros los creyentes tienen un significado santo. Desgraciadamente nos respetamos poco en la vida, y en consecuencia mancillamos demasiadas veces el  nombre santo de Dios. 
Una segunda sentencia que nos deja el texto del evangelio de hoy viene a ser algo elemental en nuestro trato y convivencia mutua. Si eso tan elemental lo tuviéramos en cuenta mucho más en la vida, aprenderíamos a respetarnos, a tratarnos bien, y a buscar siempre lo bueno. Creo que es un paso importante para llegar luego a la profundidad que hemos de darle al amor fraterno y cristiano. En principio nos está diciendo que al menos tratemos a los demás como nos gustaría que ellos nos tratasen. 
‘Tratad a los demás como queréis que ellos os traten, en esto consiste la ley y los profetas’, nos dice Jesús. Partimos aún desde un interés meramente humano, porque sabemos que el verdadero amor fraterno y cristiano nos ha de llevar a un amor mucho más profundo aún, porque llegaremos a amar con un amor como el de Jesús. 
Y finalmente nos habla del camino del seguimiento de Jesús que es un camino de esfuerzo y de superación. Lo que nos dice Jesús no es querer ponernos dificultades para hacernos costoso y difícil el camino, pero sí hemos de comprender que cuando emprendemos un camino que tiene altas metas, significa también cuánto esfuerzo hemos de poner por nuestra parte. No es cuestión simplemente de dejarse llevar por lo que salga en la vida. Por eso nos dice Jesús que el camino es estrecho y angosto, porque el camino ancho del que se deja llevar solamente por sus apetitos le conduce a la perdición. 
Las metas que nos propone el Señor son siempre altas y grandes, pero también hemos de reconocer que no es un camino que hagamos solos. Con nosotros está siempre la gracia del Señor que nos ayuda a superarnos, a crecer espiritualmente, a darle la profundidad del amor verdadero a todo aquello que vamos haciendo en la vida. 
Pero siempre es un camino de dicha, de felicidad, de plenitud. Recordemos que precisamente comienza el sermón del monte hablándonos de esa dicha de los que le siguen y quieren vivir en su estilo de vida. ‘Dichosos, nos dice… de vosotros es el Reino de los cielos’. 
Tendremos el dolor en el alma de lo bueno y lo justo que buscamos que no siempre nos es fácil porque son muchas las tentaciones y las atracciones que recibimos para seguir otros caminos, incluso podemos ser perseguidos por la causa de la justicia o del Reino, pero en el Señor tenemos el consuelo, la paz, la fortaleza, la dicha de poder contemplar el rostro de Dios, de vivir en plenitud el Reino de Dios. 
Los limpios de corazón, los que trabajan de verdad por la paz encontrarán la paz y la dicha de Dios en su corazón, recordamos que nos decían las bienaventuranzas. Sigamos con prontitud el camino de Jesús que nos conduce siempre a la plenitud.

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