miércoles, 27 de junio de 2012


¿Habremos perdido nosotros también el libro de la Palabra del Señor?
2Reyes, 22, 8-13; 23, 1-3; Sal. 118; Mt. 7, 15-20

Un relato hermoso el que hemos escuchado en la lectura del libro de los Reyes.  El camino del pueblo de Israel, como en nuestro camino nos sucede también tantas veces, estaba lleno de altos y bajos, momentos de fervor y de fidelidad a la Alianza, pero momento también de decaimiento, de enfriamiento espiritual y de debilidades. Nos sucede mucho a pesar de que decimos que queremos ser fieles y permanecer unidos al Señor.

Ahora han encontrado de nuevo en el templo el libro de la ley del Señor. En momentos de su historia no solo habían tenido reyes y dirigentes muy llenos de maldad en su corazón  - hemos escuchado algunos relatos – sino que incluso habían querido en ocasiones introducir el culto a los baales, a los falsos dioses. Los profetas, como Elías y Eliseo de los que hemos oído hablar recientemente, habían luchado contra todo ello, tratando de mantener la fidelidad a la Alianza y al Señor. 

Este momento que nos relata hoy el texto sagrado es uno de esos momentos de restauración en la historia del pueblo de Israel y el rey Josías en ello había puesto mucho empeño. Ahora cuando le presentan el libro de la Ley y lo leen en su presencia se rasga las vestiduras en señal de duelo por las infidelidades cometidas por su pueblo. ‘El Señor estará enfurecido contra nosotros porque nuestros padres no obedecieron los mandamientos de este libro, cumpliendo lo prescrito en él’.

Convoca al pueblo ‘habitantes de Jerusalén, sacerdotes, profetas, y todo el pueblo, chicos y grandes’, que se reúne para escuchar la lectura de la ley del Señor y ‘selló ante el Señor la Alianza, comprometiéndose a seguirle y cumplir sus preceptos, normas y mandatos, con todo el corazón y con toda el alma, cumpliendo las cláusulas de la Alianza escritas en aquel Libro’.

Es una renovación de la Alianza con el Señor. Es un volver su corazón de nuevo al Señor queriendo en verdad ser fieles. Nos manifiesta también el respeto y la alegría por el Libro de la Ley del Señor. Todo el pueblo se reúne a escuchar. Habrá otros momentos semejantes a través de la historia del pueblo de Israel. 

Creo que podemos encontrar muchas lecciones para nuestra vida. Nosotros tenemos la oportunidad cada día de celebrar la Nueva y Eterna Alianza cuando celebramos la Eucaristía. También escuchamos en nuestro corazón la Palabra del Señor y con ese mismo respeto y alegría hemos de acogerla también para encontrar a su luz esos caminos de fidelidad y de amor que nosotros hemos de vivir. Es la alegría, el amor, la acogida respetuosa que hemos de hacer siempre que se nos proclama la Palabra de Dios. Es acoger a Dios que nos habla y en su Palabra nos llena de vida, de gracia, de salvación.

Nosotros ya celebramos la nueva y definitiva Alianza en la Sangre de Cristo derramada en la Cruz. Es lo que hacemos, celebramos, vivimos en cada Eucaristía. Pero cada Eucaristía nos ha de recordar esos caminos de fidelidad en que hemos de vivir; cada Eucaristía ha de ser para nosotros un estímulo en nuestra flaqueza y debilidad, al tiempo que una fuente de gracia que nos ayude a vivir en ese nuevo amor que hemos aprendido en Cristo, en su amor y en su entrega.

Que nunca el mal se nos meta tan dentro en nuestra vida que olvidemos los caminos del Señor. Que no perdamos la Palabra de Dios como norte de nuestra vida. Qué presente ha de estar cada día entre nosotros. Y no sólo porque en la celebración la proclamemos solemnemente sino porque esté presente también en el libro de la Biblia o los Evangelio que tengamos a nuestro lado, en nuestros hogares, o allá por donde vayamos, como un vademécum que nos acompaña siempre. Que no sea un libro perdido entre libros en una biblioteca o un armario de nuestra casa, sino que esté cercano a nosotros dispuesto a que lo tomemos en nuestra mano en cualquier momento para acudir a su luz y a vida que nos guíe en nuestra vida.

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