martes, 12 de junio de 2012


Felices con la sal y la luz de nuestra vida, felices con nuestra fe
1Reyes, 17, 7-16; Sal. 4; Mt. 5, 13-16
‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ nos dice Jesús hoy en el evangelio. Pero quizá nos preguntemos qué sal es la que nosotros podemos tener para dar sabor y qué luz para iluminar. Nos vemos en ocasiones tan desorientados, tan sin saber qué hacer ante los problemas que nos presenta la vida o ante la situación que vive nuestra sociedad, que pensamos que nada o poco podemos hacer. Nos sentimos abrumados por tantas cosas y nos parece perder el rumbo, el sabor, el sentido, la luz. Nos parece que nada podemos ofrecer a los demás. 
Pero, sí, tenemos esa sal y esa luz. Y no la podemos ocultar ni echar a perder. Esa sal y esa luz es la fe que tenemos en Dios, la confianza que desde nuestra fe hemos puesto en Dios por encima de todas las cosas. Es la fe que nos marca el rumbo de nuestra vida; es la fe que nos da un sentido y valor a lo que somos y a lo que hacemos; es la fe que no nos deja tambalearnos cuando vengan esos desconciertos, esas soledades, o esos momentos que nos pueden parecer oscuros. 
Qué distinta es la vida de quien tiene fe y la vive de una forma consciente. Podrán aparecer tormentas en la vida, porque los problemas no nos faltan, pero nos sentimos seguros porque sabemos de quien nos fiamos; podrá haber momentos en que nos parezca que todo está oscuro, pero si nos fijamos bien siempre hay una luz en nuestra vida, y no tenemos miedo porque sabemos quien está a nuestro lado siempre. Nuestro Dios no nos olvida ni nos abandona. Su amor no  nos faltará y en El encontramos el apoyo y la fuerza para nuestro camino, para nuestras luchas, para salir de esas turbulencias. 
El avión en su travesía aérea en la altura se puede encontrar con turbulencias que pareciera que lo van a echar a tierra, pero tiene un piloto que con mano firme lo conduce en medio de esas turbulencias buscando por donde mejor salir de ellas y poder llegar feliz a buen puerto. Tenemos una mano firme y poderosa que nos guía. Dios está a nuestro lado y hemos de saber fiarnos de El para seguir nuestro camino, para realizar nuestra obra, para vivir con toda la intensidad nuestra vida. ¡Qué felices hemos de sentirnos con nuestra fe!
Pero como nos dice hoy Jesús en el evangelio esa sal es para dar sabor al mundo, esa luz es para iluminar a cuentos nos rodean. Esa fe que da sentido a nuestra vida, que ilumina nuestro caminar hemos de saber llevarla, trasmitirla, contagiarla a los demás. No siempre es fácil, porque habrá muchos a nuestro  lado que no quieran saber nada de esa sal y de esa luz, no quieran saber nada de la fe que ilumina nuestra vida, pero ahí está el testimonio que nosotros hemos de dar. Somos testigos de la fe, somos testigos del amor de Dios. Y nuestras obras y toda nuestra vida han de convertirse en testimonio.
‘Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre del cielo’, nos dice Jesús hoy. La luz la vamos a reflejar en nuestras obras, en nuestra vida, en nuestro amor, en nuestra manera de vivir, en lo que son en verdad nuestros intereses. Quienes nos vean actuar, quienes escuchen nuestra manera de hablar, quienes contemplen el compromiso que vivimos en nuestra vida, tendrían que preguntarse del por qué de nuestro actuar, de esa manera de vivir. 
Somos testigos por el testimonio de nuestras obras llevamos luz a los demás a través de lo que hacemos. Si nadie se interroga por dentro por lo que nosotros hacemos, quizá tendríamos que preguntarnos si en verdad estamos dando un buen testimonio, si es suficiente lo que hacemos. 
Claro que tienen que estar nuestras palabras, la verdad de lo que decimos, verdaderamente convencidos de ello, pero esas palabras las rubricaremos con nuestras obras, como lo hacía Jesús. Porque no podemos callar lo que hemos visto y oído como decían los apóstoles, y lo que vivimos hemos de trasmitirlo a los demás, anunciarlo, hablar de nuestra fe, hablar de Dios, de Cristo y del evangelio.
No olvidemos lo que Jesús nos dice: ‘Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo…’ Y la sal no puede perder su sabor, y la luz no la podemos ocultar.

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