sábado, 28 de abril de 2012


Tú tienes palabras de vida eterna… nosotros creemos en tu Palabra, Señor

Hechos, 9, 31-42; Sal. 115; Jn. 6, 61-70
‘¿También vosotros queréis marcharos?’ les pregunta Jesús a los apóstoles. Muchos no acababan de entender las palabras de Jesús que les había estado hablando del Pan de Vida, que era su carne, que había que comer para tener vida. Les resultaban duras esas palabras. ‘Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?... y desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él’.
De ahí la pregunta de Jesús al grupo de los Doce. ‘Entonces Pedro le contestó: Señor, ¿a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios’. Muchas veces hemos nosotros también repetido esas mismas palabras de Pedro. ‘Tú tienes palabras de vida eterna’ y queremos también alimentarnos de su Palabra; y queremos comerle porque queremos tener vida eterna. Por eso estamos aquí en la Eucaristía.
Creo que ahora no es necesario mucho más sino que proclamemos con toda firmeza nuestra fe en Jesús. Le reconocemos como el Señor y nuestro único Salvador. A El acudimos porque con El sabemos que vamos a alcanzar la mayor plenitud y felicidad. Queremos escucharle, aunque también a veces nos cueste comprender totalmente todo lo que nos dice, nos enseña o nos pide, pero sabemos que sus palabras son palabras de vida eterna.
Queremos escucharle porque queremos alimentarnos de su vida, conociéndole más para amarle más y mejor. Es que escuchándole conoceremos cada vez mejor todo el amor que Dios nos tiene y nos sentiremos impulsados a vivir en su mismo amor. Queremos escucharle porque queremos seguir sus caminos y podremos entonces comenzar a vivir en el Reino de Dios que nos anuncia y para nosotros ha instaurado. En su Palabra encontramos su sentido y aprendemos cómo tenemos que vivirlo; en su palabra descubrimos todos esos valores que nosotros hemos de esforzarnos por plantarlos en nuestra vida.
Queremos escucharle porque sabemos que es El quien puede revelarnos a Dios, el único que puede llevarnos a ese conocimiento de Dios que solo en El podemos encontrar. Es que contemplando a Jesús conoceremos a Dios, viviendo a Jesús y en su amor nos sentiremos llenos de Dios, porque cuando guardamos sus mandamientos, como nos enseña, sentiremos como Dios viene a habitar en nuestro corazón.
Queremos escucharle… pero en verdad tenemos que aprender a escucharle. Cada día en nuestra celebración se nos proclama la Palabra, y tenemos que confesar y sentir que la Palabra viva de Dios que llega a nosotros. Por eso con cuánto respeto tenemos que escucharla. Nada tendría que impedir que llegue hondamente a nuestro corazón. Y cuando digo que nada debe impedir que llegue a nosotros, hemos de comenzar por nosotros mismos esforzándonos por atender, por escuchar con santo respeto y veneración, como también hemos de evitar por nuestra parte lo que pueda distraer a los demás de esa escucha atenta.
No podemos estar escuchando a Dios y haciendo otras cosas a la vez. Nos merece todo respeto, es el Señor, es Dios que nos está hablando. Si viniera algún personaje importante a hablarnos seguro que por respeto haríamos todo lo posible por prestar atención nosotros y los que están a nuestro lado. Algunas veces en nuestras iglesias pareciera que la Palabra de Dios que se nos proclama no mereciera ese respeto, porque mientras se está proclamando se están haciendo o atendiendo a otras cosas. Os confieso que me produce un dolor y un desasosiego grande cuando suceden cosas así en la proclamación de la Palabra de Dios.
Que resplandezcamos por el respeto y por el amor y devoción con que cada día escuchemos la Palabra del Señor. Son Palabras de vida eterna, como confesaba Pedro y queremos confesar con nuestras actitudes y nuestra manera de hacer nosotros también.

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