lunes, 16 de abril de 2012


Jesús le habla a Nicodemo de nacer de nuevo del agua y del Espíritu

Hechos, 4, 23-31; Sal. 2; Jn. 3, 1-8
‘Un fariseo llamado Nicodemo, magistrado judío fue a ver a Jesús de noche…’ Un hombre inquieto, con una cierta visión de Dios para apreciar donde está lo bueno; un hombre importante, magistrado significa que pertenecería al Sanedrín o consejo de los ancianos, pues le veremos que intervendrá con una opinión bien ponderada cuando están tramando prender a Jesús.
Ser fariseo no significa ser malo, sino que tenía una visión de las cosas por pertenecer a ese grupo, pero en él no había falsedad y ni doblez de corazón aunque se sintiera indeciso a la hora de tomar un camino. No todos los fariseos son malos ni podemos medirlos a todos por el mismo rasero. Bien nos viene tener en cuenta esto antes de hacer muchos juicios que nos sentimos tentados a hacer en nuestra relación con los demás todos los días.
Vislumbra que Jesús es alguien que viene de Dios y que tiene que estar acompañado por Dios en su vida. Se entabla así un diálogo hermoso con Jesús que viene a dar respuesta a los interrogantes más profundos que tiene el  hombre en su corazón. Y Jesús comenzará a hablar de nueva vida, de nacer de nuevo, del Reino de Dios y de las exigencias que tienen para entrar en él. Es necesario nacer de nuevo, porque aceptar el Reino de Dios, ver el Reino de Dios, vivir el Reino de Dios exige un nuevo vivir, una transformación profunda. No es sólo ponernos un vestido por fuera, sino que es un renacer desde dentro. Tienen que ser nuevas las actitudes, las posturas, la manera de vivir. Es una nueva vida. ‘Te lo aseguro el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios’, le dice Jesús.
A Nicodemo le cuesta entender porque se toma las cosas con demasiada literalidad y piensa que volver al seno de la madre para nacer de nuevo es algo difícil. ‘¿Cómo puede nacer un hombre siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?’ Claro que difícil es la radicalidad de un cambio de rumbo en la vida, de un cambio de vida. Por eso  no será cosa que hagamos a la manera de las cosas de aquí abajo, sino que es algo superior a nosotros, que nos sobrepasa; es algo propio del Espíritu de Dios que es quien en verdad nos puede así transformar.
‘Te lo aseguro, le dice Jesús, el que no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu’. No es obra nuestra, sino que es obra de Dios. No es obra nuestra, aunque nosotros tengamos que poner nuestra parte, sino que será algo que podremos hacer con la fuerza del Espíritu divino. Hemos de querer nacer de nuevo; hemos de querer vivir esa vida nueva y le damos nuestro sí a Dios; el Seños nos acompañará luego con su gracia, no nos faltará la fuerza del Espíritu divino que es el que nos hace nacer a esa vida nueva que no es una vida terrena, sino que es una vida que viene de Dios.
La liturgia con mucho acierto, nos atrevemos a decir, nos hace reflexionar en medio de este tiempo de pascua en el Bautismo. Lo que Jesús le está anunciando a Nicodemo es el Bautismo y el significado profundo que ha de tener para nuestra vida. La cuaresma ha sido todo un camino que conduce a los cristianos a la renovación de su condición de Bautizados en la noche de Pascua – es el momento también del bautismo de los catecúmenos – y ahora en la pascua como aquellas catequesis de los santos padres de la antigüedad nos hacen reflexionar en esa nuestra condición de bautizados. La liturgia nos ayuda, pues, a esa renovación de nuestra condición de bautizados, de cristianos y nos impulsa a que vivamos esa vida nueva que por el Espíritu hemos recibido desde el día de nuestro bautismo.
En la liturgia del segundo domingo de pascua pedíamos precisamente que ‘se acrecienten en nosotros los dones de tu gracia, para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido’. No olvidemos, pues, que en esa vida nueva hechos sido hechos hijos de Dios. Vivamos en consecuencia como tales hijos de Dios. Que ‘se acreciente en nosotros el espíritu filial’, hemos pedido hoy en la oración de la misa.

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