sábado, 18 de febrero de 2012


¡Qué bien se está aquí! Una experiencia de vida

Sant. 3, 1-10; Sal. 11; Mc. 9, 1-12
El mismo Pedro que allá en Cesarea de Filipo hizo una hermosa confesión de fe en Jesús proclamándolo como Mesías e Hijo de Dios, que luego se resistiría a aceptar las palabras de Jesús que anunciaban su pascua, su pasión y muerte, ahora entusiasmado en lo alto de la montaña se siente feliz de estar contemplando la gloria de Dios que se manifiesta en Jesús. ‘¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’.
Después de los anuncios que Jesús había hecho se los lleva a la montaña para orar. ‘Jesús se llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos solos a una montaña alta y se transfiguró delante de ellos’. Ya hemos escuchado en el evangelio todo lo que sucedió. La aparición de Moisés y Elías, la ley y los profetas, hablando con Jesús; la nube que los cubrió como señal de la gloria de Dios que los envolvía; la voz del Padre que señalaba a Jesús: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadle’.
Simplemente podíamos decir, la pedagogía de Dios. La fe en Jesús iba creciendo en los discípulos. Ya podían vislumbrar algo más que el resto de los que seguían a Jesús. Como Pedro pueden confesar ya que Jesús es el Mesías anunciado y esperado.
Sin embargo cuando Jesús quiere hacerles comprender el verdadero sentido del mesianismo de Jesús, cuál era la entrega que Jesús iba a vivir para ofrecernos y regalarnos la salvación, comienzan a dudar, se comienza a tambalear la fe. Si ahora solamente con el anuncio así surgían las dudas, luego cuando llegara el momento de la pasión iba a ser muy duro para los discípulos.
Comprender que en la pascua había pasión y muerte pero detrás vendría la vida y la resurrección era algo que se les hacía costoso. Por eso había que ir iluminando sus vidas, haciéndoles vislumbrar lo que iba a ser el resplandor de la resurrección, la gloria del Señor. Jesús les ofrece el regalo de la transfiguración. Podían anticiparse a descubrir y ver lo que sería la luz y la gloria de la resurrección.
Aún así todo eso les sigue siendo costoso, porque cuando les dice que no deben hablar de ello hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos, ‘esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos’. Cuando resucite el Señor los comprenderán. Les contemplaremos ante la tumba vacía donde comienzan a creer todo lo que El les había dicho y anunciado. Las mieles que ahora comienzan a pregustar serán los gozos que inundarán su corazón cuando resucitado se les manifieste en el Cenáculo o allá junto al lago de Tiberíades.
Nosotros necesitamos también reafirmar nuestra fe. Hemos de vivir la pascua cada día de nuestra vida cuando tenemos que dar testimonio de Jesús en medio de un mundo descreído y malvado, como ayer mismo decía Jesús en el evangelio. Serán muchas las pruebas por las que tenemos que pasar en la vida que pueden llenar nuestro corazón de interrogantes y de dudas. Habrá momentos difíciles en que nos sentiremos débiles y abocados al fracaso porque la tentación es fuerte y no sabemos cómo vencerla. Los problemas de la vida, los sufrimientos y el dolor que aparecerán en nosotros en la enfermedad o en la debilidad y flaqueza de los años, muchas cosas nos harán que la fe se manifieste débil.
Necesitamos la firmeza de la fe, la convicción profunda de que Jesús es el Señor, el gozo en el alma de haber vislumbrado la gloria del Señor. La experiencia del Tabor si la hacemos de verdad vida en nosotros nos va a ayudar en esos momentos y hará que nuestra fe no se tambalee. Qué importante es que cuando escuchamos la Palabra de Dios la hagamos vida nuestra con toda intensidad para sentirnos transformados por ella, por la gracia del Señor.
No es cuestión solo de decir ‘¡qué bien se está aquí!’, sino haber experimentado hondamente en nuestra alma la vivencia de la presencia del Señor en nosotros y de su salvación.

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