viernes, 17 de febrero de 2012


¿Merece la pena arriesgarlo todo?

Sant. 2, 14-24.26; Sal. 111; Mc. 8, 34-39
¿Merece la pena arriesgarlo todo? Nos cuesta en la vida correr riesgos. Nos gusta tenerlo todo atado y bien atado, todo bien preparado para prevenir posibles reacciones adversas o peligros. Somos conservadores y excesivamente previsores en ese sentido en muchas ocasiones. Sin embargo hay gente arriesgada, que prueba, que busca, que desea algo distinto, o que encuentra algo que le parece que tiene motivo suficiente para arriesgarse por ello.
Se cuenta de algunos lugares de los Alpes en que los jóvenes cuando han encontrado al amor de su vida arriesgan su vida para subir a las altas cumbres, con gran peligro incluso de sus vidas, para ir a buscar la flor que sólo en aquellas alturas florece para ofrecérsela a su amada como prueba del más grande amor, por el que son capaces de arriesgar todo.
Nosotros, los cristianos, tenemos un amor por el que arriesgarlo todo, porque además El fue delante de nosotros no sólo arriesgando sino dando su vida por nosotros. Nos decimos que creemos en Jesús y por la fe que tenemos en El tenemos que ser capaces de arriesgarlo todo por seguirle y por vivir su vida. Es lo que tendría que ser el camino de nuestra vida cristiana tras habernos encontrado profundamente con Jesús y su evangelio. ¿Merece arriesgarlo todo por él? Nos preguntamos completando la pregunta que nos hacíamos al principio. Lo merece.
De eso nos ha hablado Jesús hoy. Y estas palabras de Jesús nos las propone el evangelista como continuación de lo que ayer reflexionábamos. Pedro que quería quitarle la idea a Jesús cuando había anunciado que el Hijo del Hombre había de padecer, que iba a ser entregado y ejecutado. Ante las dudas y el rechazo de Pedro la réplica de Jesús. ‘Tú piensas como los hombres, no como Dios’.
Jesús nos afirma rotundamente hoy: ‘El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’. Si ya ayer decíamos que Pedro podría temer que si Jesús subía a la Pascua que estaba anunciando, a él lo podía pasar lo mismo, hoy nos hablar claramente Jesús de la cruz que hemos de tomar, de ese negarnos a nosotros mismos, de ese ser capaz de perder la vida para ganarla, porque el que quiera conservarla para sí la va a perder. ‘El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará’, nos dirá Jesús.
Sí, tenemos que saber arriesgarnos por Jesús. Hemos de aprender a negarnos a nosotros mismos. ‘¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?’ Y nos habla Jesús de no avergonzarnos de El y de sus palabras. Las consecuencias serían funestas.
Hay que estar verdaderamente enamorado de Cristo para esto. Hay que haber vivido profundamente un encuentro vivo con el Señor para sentirnos así cogidos por su amor de manera que seamos capaces de llegar a un amor así, que se entregue hasta el final. Hay que haberse dejado coger en lo más hondo por Cristo y por su evangelio para que convertir su luz en la única razón de nuestra vida y nuestra existencia. Hay que dejarse transformar por el Espíritu de Jesús para llegar a vivir una entrega así.
Tenemos que dejar a un lado miedos y cobardías. Parece en ocasiones que los cristianos no nos tomamos en serio nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús porque cuando se nos habla de esa entrega y de esos riesgos que hemos de ser capaces de correr, a donde corremos es a echarnos para atrás, a quedarnos en mediocridades y en superficialidad.
En la vida vemos personas que por sus ideas, por la cultura, el arte o por el deporte, por las metas que se ponen en la vida de algo hermoso que quieren alcanzar, o simplemente por el disfrute de la vida son capaces de hacer otros sacrificios y renuncias para alcanzar aquello que desean. Pero cuando se trata del ámbito de la fe, de la religión, del seguimiento de Jesús pareciera que por eso no merecía la pena esos sacrificios o renuncias. ¿Será porque realmente no nos tomamos en serio lo de ser cristiano?
Tomémonos en serio lo de ser cristiano y lo de ser capaz de arriesgarnos totalmente por Jesús y su evangelio. Merece la pena.

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