martes, 28 de febrero de 2012


Eficacia y fecundidad de la Palabra y la oración del cristiano

Is. 55, 10-11; Sal. 33; Mt. 6, 7-15
Se nos habla hoy de la eficacia y de la fecundidad de la Palabra de Dios y de la eficacia y fecundidad de la oración. Dos pilares fundamentales, esenciales podríamos decir, de nuestra vida cristiana, sin los cuales no podemos mantener firme el edificio de nuestra fe, de nuestro amor, de nuestro seguimiento de Jesús.
Es bueno que nos hagamos esta reflexión ya desde el principio de la Cuaresma y la liturgia de la Iglesia con toda sabiduría nos propone hoy estos textos de la Palabra de Dios. Si este camino de cuaresma que vamos haciendo pedagógicamente nos ayuda a ir dando pasos para esa renovación de nuestra vida, para esa reflexión y revisión que nos vayamos haciendo, es necesario que creamos de verdad en  la fuerza de la Palabra de Dios.
No es una palabra cualquiera la que vamos escuchando; no son simplemente una reflexiones piadosas que nos podamos hacer, sino que es Dios mismo el que va llegando a nuestro corazón para moverlo a la conversión y a la nueva vida. Hemos de creer, pues, en la fecundidad y en la eficacia de la Palabra de Dios. Con esa fe tenemos que escucharla y plantarla en nuestra vida.
Es hermosa la imagen del profeta para hablarnos de esa eficacia y fecundidad de la Palabra de Dios. Eficaz en si misma con toda la fuerza de Dios que inunda y transforma siempre nuestra vida. Nunca es una palabra vacía ni baldía. Siempre es palabra que nos transforma allá en lo más hondo de nuestra vida. La infecundidad no está en la palabra en sí sino en nosotros que no la acogemos y no dejamos que nos transforme.
‘Como bajan la lluvia y la nieve sobre la tierra, la empapa y la fecunda… así será mi Palabra que sale de mi boca…’ nos dice el profeta. Es semilla llena de vida y que da frutos de vida. Es fuerza fecunda que nos transforma para llenarnos de nueva vida.
De la misma manera tenemos que creer en la eficacia y en la fecundidad de nuestra oración. Jesús nos pide autenticidad en nuestra oración y en todos nuestros actos de piedad. Quiere que le demos hondura a nuestro encuentro con el Señor, con el Padre del cielo. No puede ser de  ninguna manera una oración fría y ritual. Tiene que ser algo vivo, lleno del fuego del amor de Dios. Por eso Jesús mismo nos enseñará como tiene que ser nuestra oración. Y luego para poder no solo saber hacerlo sino hacerlo con la necesaria profundidad y sentido vamos a estar guiados por el Espíritu del Señor.
Nos enseña Jesús a orar dándonos el modelo; pero darnos el modelo no es enseñarnos a repetir cosas, sino que es enseñarnos aquellas cosas fundamentales que hemos de tener en cuenta siempre en toda oración.
Es necesario entrar en el estado de oración desde una fe profunda y con un profundo amor en nuestro corazón. Hemos de saber caldear el corazón antes de comenzar nuestra oración. Por eso nunca podemos ir con prisas y carreras a nuestra oración sino buscando siempre y sintiendo hondamente la paz de la presencia del Señor. No son las muchas palabras las que van a hacer más eficaz nuestra oración, sino la fe que llevamos en el corazón para sentirnos siempre en la presencia del Señor.
Nos sentimos hijos amados de Dios. Por eso nos atrevemos a acercarnos siempre con confianza al Señor. Es un primer sentimiento, una primera actitud de fe que hemos de tener cuando vamos al encuentro del Señor. Si ese primer momento lo sabemos vivir con toda intensidad luego cada uno de los momentos de la oración irá fluyendo casi de forma espontánea porque irán brotando de nuestro amor.
Pidámosle, sí, al Señor que nos enseñe a orar, que nos conceda la presencia y la fuerza de su Espíritu y haremos dejándonos conducir por el Espíritu Santo la más hermosa oración.

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