domingo, 26 de febrero de 2012


Cuaresma un camino que nos ayuda a vivir en plenitud el misterio de Cristo

Gen. 9, 8-15;
 Sal. 24;
 1Pd. 3, 18-22;
 Mc. 1, 12-15
‘Avanzar en el misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud’. Lo hemos pedido en la oración inicial de esta celebración. Es, por así decirlo y por hacerlo en el primer domingo de Cuaresma, la primera petición que hacemos en este camino que queremos sea luminoso y nos lleve hasta la Pascua. ¿Cómo no va a ser luminoso si queremos penetrarnos del misterio de Cristo para que sea nuestra vida en plenitud?
Claro que esa sería la tarea de todo cristiano y en todo momento. Conocer a Cristo y vivirlo no es cuestión sólo de momentos especiales. Los momentos especiales nos ayudan porque nos intensifican esa vivencia, pero esa vivencia ha de ser algo de cada día. No siempre es fácil. Nos sentimos abrumados por las carreras locas de la vida. Muchas cosas nos distraen. En ocasiones se nos baja la intensidad de nuestra fe. Las tentaciones nos arrastran y si nos dejamos llevar por ellas errando el camino terminaremos lejos de nuestra meta.
Ahí está nuestra debilidad, pero ahí también la grandeza de la que nos ha dotado el Señor. Aunque seamos débiles con la gracia del Señor podemos superar todos esos obstáculos y caminar por el camino recto. No estamos solos en esa lucha. El Señor es nuestra fuerza para nuestra superación. Va delante de nosotros no sólo señalándonos el camino sino siendo El mismo el camino. Nos descubre la verdad que dará plenitud a nuestra vida. Por eso es necesario conocerlo a El - ‘avanzar en el misterio de Cristo’ que decíamos -, porque conocerle es vivirle, vivir su misma vida.
La primera lectura nos ha hablado del Diluvio Universal pero sobre todo de la Alianza que al final Dios realiza con Noé prometiendo una salvación definitiva. El arco iris en el cielo será siempre una señal de un final de ese mal que todo lo destruye y nos trae muerte. Noé, porque se fió de Dios, pudo vencer sobre aquellas aguas torrenciales que tanta muerte trajeron. Noé también es signo de esa victoria que nosotros podemos lograr haciendo además que esas aguas sean purificadoras y renovadoras, aguas que llenan de vida, como lo son las aguas del Bautismo. Por eso hemos escuchado a Pedro decir que ‘aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva’.
Bueno es que, al recordar al diluvio como un signo de nuestro bautismo, lo recordemos ya en este mismo comienzo de la Cuaresma. Todo el camino cuaresmal nos lo irá recordando, ya que la misma Cuaresma en su origen era la intensificación de la catequesis de los catecúmenos que se preparaban para el Bautismo en la noche de Pascua. Nosotros queremos ir haciendo un camino semejante al de aquellos catecúmenos dejándonos conducir por la liturgia, por la Palabra de Dios, porque en la noche de la Resurrección del Señor queremos renovar nuestra condición de bautizados, nuestras promesas bautismales, también como un símbolo de ese nacer de nuevo que queremos vivir en nuestra Pascua.
El evangelio como es tradicional en este primer paso de la Cuaresma nos ofrece el breve texto de Marcos que nos habla de las tentaciones de Jesús. No nos las describe como los otros sinópticos sino que lo hace de forma más escueta. ‘El Espíritu empujó a Jesús al desierto. Ser quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, vivía entre alimañas y los ángeles le servían’. Las tentaciones de Jesús que los otros evangelistas nos las describen con mayor detalle hablándonos de tres tentaciones, como tantas veces hemos meditado, yo no las reduciría solamente a este momento de los cuarenta días de ayuno en el desierto.
Le siguen multitudes entusiasmadas que pronto le abandonan cuando se les hace dura y difícil la doctrina que enseña y las exigencias que manifiesta de lo que es su seguimiento. Se oponen a Jesús los principales de Israel y quienes tendrían que tener un mayor conocimiento de lo anunciado por las Escrituras están entre sus principales opositores. Sus mismos discípulos más cercanos no terminan de entender el sentido de lo que les enseña y siguen con sus preferencias por lugares de honor y primeros puestos. Para quien viene a ofrecernos gratuitamente la salvación y la palabra de vida ese rechazo, o esa incomprensión podrían ser también motivos de dudas e interrogantes interiores. 
A lo largo del evangelio veremos otros momentos difíciles que son como tentaciones también para Jesús. Recordemos que incluso a Pedro lo llama Satanás que lo está tentando con la idea de que el Hijo de Hombre no podía padecer toda aquella pasión que Jesús estaba anunciando.
Su angustia en Getsemaní queriendo que el Padre le libre de aquella pasión que iba a sufrir es una forma de tentación que Jesús sabrá vencer pidiendo que no se haga su voluntad sino la voluntad del Padre del cielo. Su soledad en la cruz con el grito desgarrador del comienzo del salmo ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ concluirá con el ponerse confiadamente en las manos del Padre consumando así la obra de su Redención.
Pero a Jesús lo contemplamos vencedor sobre el pecado y sobre la muerte. A Jesús lo contemplamos resucitado como el Señor de la vida y que nos da vida y nos llena de vida. Si nosotros seguimos, a pesar de nuestra debilidad, los pasos de Jesús estamos llamados a esa vida, a esa plenitud que en Cristo podemos alcanzar. Por eso cuando lo contemplamos tentado por el maligno miramos nuestras debilidades y tentaciones y vemos que cómo con Cristo nosotros también podemos vencer. No tenemos por qué caer bajo el yugo de la muerte y el pecado. Con Cristo resucitado nosotros nos sentimos levantados para ser vencedores también.
Es el camino que ahora en la Cuaresma hacemos, avanzando en el misterio de Cristo como decíamos en la oración y hemos recordado ahora, para ir aprendiendo a lograr esa victoria, para irnos fortaleciendo en El para ser también nosotros victoriosos sobre la tentación a la muerte y al pecado y para llenarnos de la vida en plenitud de Cristo para siempre.
Y ¿qué vamos a hacer? Seguir sus mismos pasos. Caminar su mismo camino. Vivir su mismo amor. Llenarnos cada vez más de su vida y de su gracia.
¿Cómo lo vamos a hacer? Para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo necesitaremos cada día más y más dejarnos impregnar por su Palabra. Que su Palabra penetre hondo en nosotros; que la meditemos y la rumiemos continuamente; que tengamos verdaderos deseos de conocer más intensamente el evangelio. Eso nos exigirá proponernos no sólo por una parte participar en la celebración de cada día para escuchar la Palabra con atención y devoción, con mucha fe y con mucho amor, sino también encontrar momentos a lo largo del día para leer y meditar el evangelio, la Biblia.
Caminar su mismo camino nos exigirá una vida de esfuerzo y deseos de superación para seguir sus pasos de santidad. Tenemos nuestras tentaciones, nuestras limitaciones y nuestras debilidades, nuestra manera de ser y nuestras rutinas que nos debilitan y nos enfrían espiritualmente. Tenemos que superarnos, intentar cada día ser mejores, examinar nuestra vida, nuestras cosas, nuestra manera de ser para ver cómo podemos ser mejores. Si damos un pasito cada día con constancia, sin cansancios, con entusiasmo y esperanza iremos logrando avanzar en ese camino de santidad.
Vivir su mismo amor significa que cada día en nuestras actitudes, en nuestras posturas, en nuestro trato con los demás, en nuestras conversaciones, en nuestra convivencia vayamos creciendo en el amor, en el respeto, en la solidaridad, en el sentirnos hermanos, en el buscar siempre lo bueno, en el evitar todo lo que pueda hacer daño u ofender, en una palabra, en querernos cada día más. Y todo eso con el amor de Cristo, como nos ama Cristo.
Finalmente llenarnos más de su vida y de su gracia significa crecer espiritualmente, intensificar nuestra oración, querer aprovechar todo ese río de gracia que son nuestras celebraciones, ya sean las litúrgicas como la Eucaristía, como otros momentos que tengamos de oración o de adoración. Significa querer llenarnos de la gracia de Dios en los sacramentos comulgando en la celebración de la Eucaristía y acercándonos al Sacramento de la Penitencia para renovar nuestra vida, para restaurar esa gracia de Dios que hemos perdido por nuestro pecado y que en el perdón del Señor vamos a ver renovada en nuestra vida. No huyamos de los sacramentos sino con fe nos acercamos a ellos sabiendo el caudal de gracia de Dios que son para nosotros.
Avancemos en el conocimiento del misterio de Dios para que podamos vivirlo en plenitud. Si vamos dando todos estos pasos en este camino cuaresmal nos llenaremos de la luz de Cristo en su resurrección y todo saldremos renovados en una nueva vida en plenitud que el Señor quiere darnos en su amor.

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