sábado, 17 de diciembre de 2011

Justicia y paz, compromiso de navidad


Gén. 49, 2.8-10;

Sal. 71;

Mt. 1, 1-17

Iniciamos estos ocho días de más intensa preparación para la Navidad, caracterizados por una parte por las llamadas antífonas de la O, que son las antífonas que en vísperas cada tarde acompañan el canto del Magnificat y en que la liturgia eucarística se nos proponen en el Aleluya antes del Evangelio, y por otra por los textos del evangelio del principio de san Mateo y san Lucas en referencia a los acontecimientos previos al nacimiento de Jesús.

Las antífonas a las que hacemos referencia son como aclamaciones a Cristo que viene a nosotros como Sabiduría de Dios, Jefe de la Casa de Israel, Rey de las naciones, estrella y llave de David, Raíz de Jesé, por sólo citar algunas.

Hoy escuchamos en el evangelio el inicio del de San Mateo, a quien seguiríamos escuchando también mañana, salvo que como es domingo tendremos los textos del cuarto domingo de Adviento. El resto de días iniciaremos el evangelio de san Lucas al que iremos leyendo de forma continuada, para concluir leyendo el relato del nacimiento de Jesús en la misa de la nochebuena.

Como decíamos hoy nos presenta san Mateo ‘la genealogía de Jesús, hijo de David, hijo de Abrahán’. Es el inicio del evangelio de Mateo. Es como su entronque en el pueblo judío, puesto que parte de los orígenes de la historia de Israel con Abrahán a quien Dios le había prometido hacer padre de un pueblo numeroso. Pero es también hablarnos del linaje de David, de la tribu de Judá en quien vemos precisamente en la primera lectura el anuncio en cierto modo mesiánico que le hace su padre Jacob.

‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando entre sus rodillas’, le dice Jacob delante de todos sus hijos haciéndolo heredero de la promesa. Es lo escuchado en la primera lectura. Sería de la tribu de Judá de la que nacería el rey David, como del linaje de David es José, como nos dice el evangelio. Y a Jesús, como le anuncia el ángel a María ‘el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin’. Es como el cumplimiento de lo profetizado por Jacob a su hijo Judá para su descendencia.

Recojamos el sentido del responsorio del salmo que hoy hemos recitado para hacerlo oración, hacerlo la petición de nuestro día. ‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, repetíamos. Como hemos venido escuchando en el anuncio de los profetas a través de todo este tiempo del Adviento, la justicia y la paz son los frutos que van a florecer con la venida del Mesías.

Es el mundo nuevo que Jesús va a instaurar. Es el Reino de Dios que nos anuncia y se constituye en El. El Reino de la justicia y de la paz. Los ángeles cantarán la gloria del Señor y la paz para todos los hombres a la hora del nacimiento de Jesús.

Cuánto tenemos que pedírselo al Señor. Cuánto lo necesitamos nosotros y lo necesita nuestro mundo tan convulso y tan revuelto con tantas cosas. Es nuestra oración y será también nuestro compromiso buscando siempre lo bueno, buscando siempre la paz, buscando que en verdad todos los hombres podamos vivir con toda dignidad.

Pensemos que nuestro compromiso tiene que ser que a partir de esta vivencia de la Navidad, sintamos más presente a Dios entre nosotros y todos podamos conocer más y vivir la salvación que Jesús viene a traernos. En eso nos sentimos comprometidos y de esa vida nueva de justicia y de paz tenemos que ser testigos.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Mi salvación está para llegar


Is. 56, 1-3.6-8;

Sal. 66;

Jn. 5, 33-36

‘Mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria’. Viene el Señor con su salvación. El tiempo del Adviento va avanzando y sentimos ya la cercanía de la navidad. Mañana, incluso, comenzaremos los ocho días intensos de preparación previos a la celebración del nacimiento de Jesús tan llenos de múltiples y coloristas costumbres en los más diversos lugares.

Una vez más en la Palabra del Señor escuchamos el anuncio que nos llena de alegría y que nos hace prepararnos intensamente. ‘Mi salvación está para llegar’. Salvación que, como nos enseña el profeta hoy, es para todos los pueblos, para todas las gentes. Todos están llamados. Nos pudiera parecer un tanto extraño este mensaje del profeta cuando en la conciencia del pueblo judío sentían que la salvación era para ellos y sólo para ellos. Los extranjeros estaban excluidos del pueblo de Dios. Pero ahora el profeta anuncia la extensión de la salvación a todos los hombres.

‘Oráculo del Señor, que reúne a los dispersos de Israel y reunirá a otros a los ya reunidos’, terminaba diciéndonos. ‘A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor… y perseveran en mi alianza, los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración, aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios, porque mi casa es casa de oración…’

Por eso, como respuesta a este mensaje de esperanza y de salvación para todos, repetíamos en el salmo ‘oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben’. Y nosotros queremos unirnos a esta alabanza, y con todos queremos cantar la gloria del Señor.

‘Mi salvación está para llegar’, nos dice el Señor y nosotros nos alegramos en el Señor, pero disponemos nuestro corazón para acoger al Señor, para acoger su salvación. Queremos también permanecer en la Alianza del Señor, porque queremos seguir sus caminos, escuchar su Palabra, vivir en la ley del Señor. Nos cuesta a veces que la tentación nos acecha, y cuando menos lo pensamos, cuando más fuertes nos creemos, tropezamos una y otra vez y fallamos, y caemos en el pecado. Por eso esa vigilancia a la que se nos ha invitado desde el principio del Adviento.

Vigilancia y oración. Para llenarnos de Dios; para dejarnos inundar de su presencia; para recibir su gracia; para empaparnos de su palabra; para sentirnos iluminados por su Espíritu y conocer más y más a Jesús. Oración, para sentirnos fuertes en la gracia del Señor y poder superar la tentación. ‘No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’, decimos una y otra vez cuando rezamos el padrenuestro. Pero que lo hagamos con toda conciencia, que lo hagamos de verdad.

Vigilancia y oración que nos lleva a convertirnos de verdad al Señor. Necesitamos que llegue esa salvación del Señor a nuestra vida. Sentimos la necesidad de su salvación porque nos reconocemos pecadores y sabemos que solo en el Señor alcanzaremos el perdón.

Sentimos necesidad de su salvación porque muchas veces andamos como ovejas descarriadas y perdidas que necesitamos encontrar el verdadero camino de vida y de gracia y sabemos que es el Señor el que viene en nuestra búsqueda.

Sentimos la necesidad de la salvación porque muchas veces nos vemos agobiados por los problemas que nos van apareciendo en la vida, por los sufrimientos de todo tipo, por el dolor, por tanta muerte que nos acecha y solo en el Señor encontramos la vida.

Que llegue a nosotros el Señor con su salvación. Ven, Señor, no tardes más.

jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?...


Is. 54, 1-10
;

Sal. 29;

Lc. 7, 24-30

‘¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?...’ No era una caña cascada por el viento, que va y viene empujada por los vendavales; no era un personaje importante y poderoso vestido de ricos ropajes y joyas. Sus vestidos eran una piel de camello; sus alimentos, saltamontes y miel silvestre. La reciumbre de su personalidad le hacía firme en sus anuncios y sus palabras no buscaban halagar a nadie sino enseñar el camino de la rectitud.

‘Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que profeta’. Era el mensajero que anunciaba los tiempos de la Alianza nueva y eterna, era el que preparaba los caminos del Señor. Se sentía pequeño y el último y en su humildad no se creía digno de desatar la correa del que había de venir. Su misión era preparar caminos y luego desaparecer.

‘Que El crezca y que yo mengüe’, llegaría a decir un día, porque sólo venía para dar paso al que traía la salvación. Preparar los caminos, preparar los corazones. Invitaba a la penitencia con su palabra y con la austeridad de su vida. ‘Arrepentios, convertios, porque está cerca el Reino de los cielos’, repetía a todos y a todos iba señalando lo que tenían que hacer. Y los hacía sumergirse en las aguas del Jordán, bautizarse, como señal del arrepentimiento de sus pecados.

Pero quien se creía el último sin embargo era grande. Es lo que enseñaría Jesús más tarde. El que quiera ser importante que se haga el último y el servidor de todos. Así fue con Juan que Jesús diría de él ‘que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que él’. Grande era la misión y grande fue su fidelidad a su misión. Pero Jesús nos dirá también que nosotros podemos ser tan grandes como Juan o mayores que él, incluso, si somos capaces de seguir su mismo camino. Así es en el Reino de los cielos.

Nosotros seguimos contemplando y escuchando en este camino de Adviento que hacemos la figura de Juan y aprendiendo de él. Más aún, con la visión que de Juan nos está dando Jesús. Que es una forma de decirnos que es en ese mismo espíritu en el que tenemos que prepararnos, hacer este camino. Austeridad, humildad, pobreza, generosidad y desprendimiento, rectitud en nuestra vida, amor para ser capaces de hacernos servidores de los demás son cosas que hemos de tener en cuenta.

Y conversión, arrepentimiento de nuestros pecados. No será ya un bautismo penitencial como el de Juan en el Jordán, pero sí hemos de saber pasar por el segundo bautismo que es el sacramento de la reconciliación y la penitencia. También tenemos que purificarnos, quitar tantos obstáculos que tenemos o ponemos en nuestra vida a la llegada del Señor. Por eso, tenemos que ir pensando en acercarnos al sacramento para restaurar la gracia perdida, para limpiar nuestro corazón y adornarlo con la gracia para poder acoger al Señor en nuestro corazón y nuestra vida. Lo necesitamos. Todos somos pecadores.

Hemos escuchado cosas hermosas hoy también en el profeta Isaías de la primera lectura. Es en cierto modo la historia de la infidelidad de nuestro pecado pero al mismo tiempo la llamada permanente del Señor al arrepentimiento ofreciéndonos de nuevo su perdón. ‘Tu redentor es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la tierra… en un arrebato de ira te escondí un instante mi rostro, pero con misericordia eterna te quiero, dice el Señor, tu redentor… aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que te quiere’.

El Señor nos ama con misericordia eterna. Vayamos hasta El y gocemos con su salvación.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Jesús se nos manifiesta y da a conocer por sus obras


Is. 45, 6-8.18.21-26;

Sal. 84;

Lc. 7, 19-23

¿Tendría dudas Juan allá desde la cárcel? Cuando estamos pasando por situaciones duras y difíciles incluso aquello que nos parecía tener más claro se nos vuelve oscuro y nos hace que nos entren las dudas. Nos pasa muchas veces en la vida. Podía pasarle a Juan. Herodes, a instigación de su mujer Herodías, lo había metido en la cárcel. Desde allí envía la embajada de sus propios discípulos a Jesús.

El había venido a preparar los caminos del Señor y era la voz que gritaba en el desierto. Había visto bajar al Espíritu sobre Jesús cuando el bautismo allá en la orilla del Jordán. Lo había señalado a sus propios discípulos, que luego se irían con Jesús, como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ahora envía a preguntar. ‘¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?’

Es la pregunta que en cierto modo se va repitiendo en el evangelio, en los cuatro evangelios. Es la pregunta de toda la humanidad inquieta y que se interroga por Jesús cuando contempla cosas extraordinarias, o cuando contempla testigos. Bendita pregunta si lleva a alguien a buscar a Jesús y querer conocerle, porque está entrando en camino de vivirle. ‘¿Quién eres tú?’ Es la pregunta que surge también en nuestro interior preguntándonos por Jesús. También queremos conocerle, y conocerle a fondo.

Se nos manifiesta por sus obras. A la pregunta de los discípulos de Juan dice el evangelista que ‘en aquella ocasión curó a muchos de sus enfermedades, achaques y malos espíritus y a muchos ciegos les otorgó la vista…’ Las obras de Jesús. Lo que había anunciado el profeta y que el evangelista Lucas nos presenta programáticamente al inicio de la vida pública de Jesús en la sinagoga de Nazaret.

‘El Espíritu del Señor está sobre mí… me ha ungido… me ha enviado… a proclamar la Buena Noticia… a dar vista a los ciegos… a proclamar el año de gracia del Señor’. Ahora con palabras semejantes responde a los discípulos de Juan. No habrá dudas. En Jesús se cumplen las Escrituras. El había dicho entonces en Nazaret ‘hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír’. Es la misma respuesta de ahora.

Buscamos a Jesús, decíamos, y queremos conocer a Jesús. Es el deseo hondo que llevamos siempre impreso en nuestra alma, pero que ahora en este tiempo de adviento se aviva como preparación intensa para vivir la navidad. Queremos conocer a Jesús, queremos vivir a Jesús. La celebración del nacimiento del Señor tiene que renovar hondamente nuestra vida. Queremos vivir a Jesús y sentirnos transformados por El. Tiene que ser un primer fruto de esta navidad. Que no nos queden dudas.

Pero decíamos antes que es la pregunta de la humanidad a la que ahora nosotros tenemos que dar respuesta. Somos los labios, los brazos de Jesús, los testigos de Jesús para dar esa respuesta a cuantos se interrogan. Y no vamos a ir con palabras. Tenemos que hacer lo mismo que hizo Jesús cuando vinieron los discípulos de Juan. A través de las obras, de nuestras obras de amor, hemos de dar a conocer a Jesús.

Por eso tenemos que seguir creciendo en nuestro amor para que en verdad demos señales de Jesús, seamos signos de Jesús para los que nos rodean. Cuánto podemos hacer con nuestra solidaridad, una solidaridad efectiva y real con los que sufren a nuestro lado. Nuestro compromiso de amor que tiene que llevarnos a consolar, a acompañar al que sufre; que tiene que llevarnos a hacer nuestro su sufrimiento; que nos tiene que llevar a comprender, a compartir.

Hagamos nuestra la súplica que veíamos expresada en el profeta. Nos pueden parecer palabras poéticas, y en verdad que son bellas, pero expresan muy bien ese deseo de que venga el Señor y haga germinar una nueva vida en nuestro corazón, una nueva vida de amor. ‘Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia…’ Que venga pronto, que venga el Salvador.

martes, 13 de diciembre de 2011

Nuestra respuesta a la invitación a la conversión


Sofonías, 3, 1-2.9-13;

Sal. 33;

Mt. 21, 28-21

Algo importante y necesario que hemos de realizar en este camino de Adviento que vamos haciendo es la conversión de nuestro corazón al Señor. Es la llamada insistente que nos hace la Palabra de Dios. Era el grito del Bautista allá en el desierto. Hay que enderezar los caminos, allanarlos, prepararlos para ir al encuentro con el Señor, para recibir al Señor que llega a nuestra vida con su salvación.

¿Cuál es nuestra respuesta a esa llamada e invitación? A veces parece que enseguida estamos dispuestos a escuchar y responder, pero nos sucede también que en ocasiones pronto olvidamos esa llamada y a pesar de que le prometemos al Señor en nuestro amor que vamos a cambiar, sin embargo nos volvemos a las andadas. Ojalá fuéramos siempre no sólo prontos sino también perseverantes en nuestra respuesta. Es lo que nos señala hoy la Palabra de Dios que se nos ha proclamado.

El profeta Sofonías nos ha hecho una buena descripción de lo que es nuestro pecado y de lo que tendría que ser nuestra conversión al Señor. ‘¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora! No obedecía a tu voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a su Dios…’

El pecado es la huída de Dios, la desobediencia, la desconfianza, la falta de fe, rebeldía, hipocresía, mentira; todo nacido de un corazón soberbio y rebelde que no quiere reconocer al Señor ni poner su confianza en El; un corazón lleno de orgullo y autosuficiente que cree que se puede valer sólo por sí mismo. Miremos nuestra vida y examinemos nuestro corazón que tantas veces caemos en esas redes del mal, rechazando los caminos de Dios.

El cambio de corazón comienza por el reconocimiento de Dios, de su amor, de su presencia; es poner toda nuestra confianza en Dios porque sabemos que su amor nunca nos fallará; es reconocer que los caminos del Señor son los verdaderos y los que siguiéndolos me van a llevar a la plenitud y a la gracia; sí, reconocer también que hemos equivocado el camino cuando sólo pretendíamos hacer lo que a nosotros nos parecía olvidando la Palabra del Señor; es llenar nuestro corazón de humildad porque en verdad nos sentimos no sólo pequeños sino también osados pecadores.

Ese cambio del corazón es comenzar a abrir los oídos, sí, del corazón para escuchar a Dios, escuchar su Palabra y querer plantarla de verdad en nuestra vida; es ese experimentar en nosotros la dicha del amor del Señor, de su misericordia, de su compasión, sabiendo que El siempre me está esperando para darme el abrazo de su perdón; es responder a ese perdón que me ofrece queriendo acogerlo y sentirlo dentro de mi para llenarme de paz.

Jesús nos propone una pequeña parábola. Los dos hijos que son enviados a trabajar en su viña y mientras uno promete y promete que irá, pronto se olvidará marchándose a sus cosas y no obedeciendo al fin a su padre; mientras quien en principio había dicho no, negándose a ir, al recapacitar se da cuenta de su error y marchará a realizar lo que le pide su padre.

Y Jesús les dice a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo a los que dirige la parábola: ‘Os aseguro que los publicanos y prostitutas os llevarán la delantera en el camino del Reino de los cielos’. Eran pecadores, pero supieron escuchar la voz del bautista que les invitaba a la conversión. ‘Y aún después de ver esto, les dice, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.

¿Nos sucederá a nosotros lo mismo? Escuchemos la llamada del Señor y démosle la vuelta al corazón convirtiéndonos a Dios.

lunes, 12 de diciembre de 2011

La nobleza del corazón, señal de integridad en la vida, nos hará conocer a Dios


Núm. 24, 2-7.15-17;

Sal. 24;

Mt. 21, 23-27

En la vida tenemos que aprender a actuar siempre desde la rectitud, con sinceridad y autenticidad para saber ser justos y honrados en nuestras mutuas relaciones. Aunque muchos nos quieran decir que es mejor ir con cierta malicia o no destapar las cartas, por asi decirlo, que llevamos en la vida, esas intenciones ocultas, esa doblez del corazón no nos ayudarán en nada. Vale mucho más la nobleza del corazón porque es señal de nuestra integridad. Demasiada malicia observamos muchas veces a nuestro alrededor. Y detrás de esa maldad del corazón podemos observar fácilmente de cuanto sufrimiento se llena nuestro mundo.

Podría ser un mensaje hermoso que recibamos de la Palabra del Señor en este inicio de nuestra tercera semana de Adviento que nos conduce a la Navidad, y tendría que ser al mismo tiempo una oración, una petición que le hagamos al Señor para que actuemos siempre con un corazón recto, con un corazón noble. Es al mismo tiempo la semilla buena que tenemos que ir sembrando en nuestro mundo, cuando estamos deseando, llenos de esperanza, la venida del Señor para que se haga presente de verdad entre nosotros el Reino de Dios.

Eso significará un dejarnos conducir por el Señor, por el Espíritu divino que va actuando en nuestro corazón al que muchas veces quizá nos cuesta escuchar, nos cuesta dejarnos conducir por El, porque es mucha la influencia del mal que recibimos del entorno de nuestro mundo. En esa rectitud, buenas intenciones y buenos deseos hemos de saber valorar también todo lo que bueno que recibamos de los demás, alejando de nosotros todo tipo de prejuicio.

La primera lectura del libro de los Números del Antiguo Testamento nos relata un episodio del pueblo de Israel mientras peregrina por el desierto hacia la tierra prometida. Balaán es un adivino pagano que es enviado por el rey de Madián para que con sus maleficios maldiga a Israel que va atravesando aquellas tierras rumbo a Canaán donde se ha de establecer. Pero en este adivino descubrimos una rectitud en su corazón, que cuando se siente impùlsado por el Espíritu divino para bendecir en lugar de maldecir, es lo que hace sobre el pueblo de Israel convirtiéndose en cierto modo en profeta de Dios que anuncia su reino futuro, en el Rey David con toda su resonancia mesiánica.

‘Oráculo del que escucha palabras de Dios y conoce los planes del Altísimo, dice el adivino Balaán, avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel’, en clara referencia a la estrella y el reino de David. Recordamos que cuando el ángel le anuncia a María el nacimiento de Jesús le dirá ‘el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre’. Es por eso que estas palabras de Balaán tienen también ese sentido profético y mesiánico.

Por su parte en el evangelio que escuchamos hoy contemplamos cómo vienen a pedirle explicaciones a Jesús de lo que hace y enseña. ‘¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?’ Una referencia a la previa expulsión de los vendedores del templo que había realizado Jesús. Una manifestación también del rechazo que ya Jesús iba recibiendo por parte de algunos.

Pero Jesús responde haciéndoles a ellos una pregunta a la que no saben o no quieren responder. No quieren responder porque sopesan su respuesta que podría manifestar las verdaderas intenciones del corazón. Cuando nos acercamos a Jesús con esa doblez de corazón y con esa falta de sinceridad y de autenticidad no podremos llegar a conocer a Jesús.

Es el mensaje hermoso que podemos deducir hoy en esta reflexión en torno a la Palabra de Dios y a lo que haciamos referencia en el principio de nuestro comentario. Nunca la falsedad nos llevará por buenos caminos. Nunca las intenciones ocultas son buenas consejeras que nos conduzcan a una vida de rectitud. Nunca esa malicia del corazón va a facilitar el encuentro y la convivencia con los que nos rodean. Pidámosle al Señor ese buen corazón.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Igual que Juan vayamos al mundo como testigos de luz para dar testimonio de Jesús


Is. 61, 1-2.10-11;

Sal.: Lc. 1, 46-54;

1Tes. 5, 16-24;

Jn. 1, 6-8.19-28

‘Surgió un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan, no era él la luz, sino testigo de la luz, venía como testigo para que por su testimonio todos vinieran a la fe’. Así nos comienza hoy el texto del evangelio. Allá en el desierto, junto al Jordán lo hemos contemplado en toda su austeridad, ‘vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura… se alimentaba de saltamontes y miel silvestre…’

Es la figura del profeta que repetidamente estos días contemplamos y escuchamos. Nos habla su vida, su austeridad, su penitencia, su humildad, sus palabras vibrantes que quieren despertar los corazones. Con toda su vida está siendo testigo que nos conduce a la luz, porque nos conduce a Jesús. Es el Precursor, el que viene antes, el que prepara los caminos, caminero de Dios, podríamos llamarlo.

A El acuden de todas partes porque se despiertan las esperanzas en la pronta venida del Mesías. De Jerusalén, de toda Judea, de la lejana Galilea acuden a escuchar su palabra y su invitación a la conversión. Como un nuevo Elías, con el espíritu y el poder de Elías, es la voz que grita en el desierto para preparar los caminos del Señor. Y la gente se sumerge en el agua del Jordán para someterse a aquel bautismo de penitencia y purificación confesándose pecadores.

Se despiertan esperanzas, pero se despiertan interrogantes en los corazones. No todos quizá comprenderán aquello nuevo que está surgiendo allá en el desierto. No se debe apagar el Espíritu ni despreciar el don de profecía, como más tarde diría san Pablo y hoy también hemos escuchado. Pero surge la embajada enviada desde Jerusalén. ‘Los judíos – las autoridades religiosas – de Jerusalén enviaron sacerdotes y levitas a preguntar a Juan’.

Surge el interrogatorio. ‘¿Tú quién eres?... ¿eres tú Elías?... ¿Eres tú el profeta?... ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo?... ¿por qué bautizas?’

Juan lo tiene claro. ‘Yo no soy el Mesías… no soy el profeta… Yo soy la voz que grita en el desierto: Allanad el camino al Señor, como dijo el profeta Isaías’. Allí está la humildad del Bautista. El no es la Palabra, sino la voz que anuncia la Palabra que está por llegar.

‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis; el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’. Es el precursor que viene antes, que prepara los caminos. Jesús dirá de él que no ha nacido de mujer uno mayor que Juan, pero él no se considera digno de desatar la correa de su sandalia.

Cuánto nos está enseñando Juan con su austeridad, con su humildad, con sus gestos y actitudes, con su presencia allá en la orilla del Jordán. Viene a preparar caminos; viene a caldear los corazones; viene a ayudarnos a abrir nuestros oídos porque llega la Palabra. Nos grita, nos despierta, nos saca de nuestras modorras o nos abaja de nuestros pedestales.

El camino para ir hasta Jesús ha de ser un camino que pase también por la humildad, por la disponibilidad y la apertura de nuestro corazón y nuestra vida. Sólo así lo encontraremos porque es así también como se va a manifestar El, como le vamos a contemplar en Belén, y en los caminos de Palestina, y en el Calvario y en la Cruz.

Viene el que está ungido por el Espíritu del Señor, como decía el profeta, y por eso es el Mesías; viene a traernos una Buena Noticia - El mismo es esa Buena Noticia – que nos anuncia salvación, año de gracia, vida nueva, consuelo para los que sufren, paz para los atormentados en su corazón, liberación de todas las cosas que nos atan y esclavizan, amor que transforma los corazones para transformar el mundo.

Todo eso nos llena de gozo – es el domingo de la alegría en medio del camino del adviento por la esperanza que suscita en nuestros corazones con el anuncio de su cercana venida – y el profeta desborda de gozo y alegría en el Señor invitándonos a vestirnos también nosotros ese manto de triunfo, de alegría esperanzada. Por eso hemos cantado también en el salmo con el cántico de María proclamando la grandeza del Señor, la grandeza de su amor para con nosotros.

Todo esto nos está señalando claramente las cosas fundamentales que hemos de preparar para la venida del Señor. Porque hemos de hacer el camino. Nuestra esperanza nunca es pasiva. Recordemos lo que en otros momentos se nos dice de tener las lámparas encendidas en nuestras manos para esperar la llegada del Señor con suficiente aceite para que no se nos apaguen. San Pablo cuando nos invitaba hoy a la alegría nos decía también ‘sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto a vosotros’. Y nosotros le gritamos, ‘marana tha, ven Señor Jesús… ven pronto, Señor, no tardes’.

Pero si el que viene lleno del Espíritu del Señor viene dar buena noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados, anunciar la amnistía y la libertad a los cautivos para que se proclame el año de gracia del Señor, creo que nosotros hemos de convertirnos en signo de todo eso medio de nuestro mundo con tantos corazones rotos y divididos, con tanto sufrimiento y con tantas ataduras tan difíciles de romper. Por nuestra vida, por los que hacemos, por nuestras actitudes, por el amor que transpiramos en todo nuestro ser, tenemos que convertirnos en signos de esa gracia salvadora del Señor para nuestro mundo.

Juan fue un testigo de la luz, y con toda su vida vino a dar testimonio en medio de su mundo concreto. Nuestro mundo de hoy necesita de ese testimonio, necesita unos testigos. Es lo que tenemos que ser nosotros. Pensemos, por ejemplo, cómo todo el mundo celebra navidad a su manera un año y otro año y sin embargo no se produce la transformación y salvación que Jesús viene a traernos. Sigue nuestro mundo igual con los mismos sufrimientos y sin esperanza. Esto tiene que dolernos.

¿No tendremos algo de culpa nosotros, los creyentes, porque no damos suficientemente el testimonio valiente de Jesús por nuestra vida, por el amor que repartimos, por la paz que llevamos a los demás, por el compromiso por hacer un mundo más justo? Tenemos que hacer presente ese año de gracia del Señor. Tenemos que hacer más presente a Jesús. Si sentimos esa preocupación y ponemos nuestra parte entonces estaremos en verdad preparando los caminos del Señor. Algo, es cierto, vamos haciendo, pero nuestro compromiso tendría que ser mayor.

Estamos esperando con fe la fiesta del nacimiento del Señor, como decíamos en la oración, que lleguemos a celebrar la Navidad, fiesta de gozo y salvación, con alegría desbordante, porque en verdad sintamos que el Señor nace en nosotros y un poquito más en el mundo que nos rodea.