viernes, 28 de octubre de 2011

Con la predicación de los apóstoles crezcamos en el conocimiento de Dios


Ef. 2, 19-22;

Sal. 18;

Lc. 6, 12-19

‘Ciudadanos del pueblo de Dios, miembros de la familia de Dios, templo consagrado al Señor, morada de Dios por el Espíritu…’ Es la descripción y el proceso que nos hace el apóstol en la carta a los Efesios que se nos ha proclamado en esta fiesta de los santos apóstoles san Simón y San Judas que estamos celebrando.

Descripción y proceso hemos dicho. Nos describe esa pertenencia por la fe al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia en la que somos como una familia por la comunión de amor que hay entre nosotros. Como hijos de Dios por el bautismo y porque queremos plantar la Palabra de Dios en nuestra vida somos esa familia de Dios. Recordamos lo que nos decía Jesús. ‘¿Quienes son mi familia, quienes son mi madre y mis hermanos y mis hermanas? Los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen’.

Esa Palabra de Dios que nos ha llegado por la predicación de los apóstoles. Como decíamos en la oración ‘nos llevaste al conocimiento de Dios por la predicación de los apóstoles’. Ahora nos dice san Pablo que estamos ‘edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular’.

Enraizados estamos en la fe de los apóstoles nos llamamos Iglesia e Iglesia apostólica. Y es la fe de los apóstoles la que confesamos porque ellos como primeros testigos de la resurrección del Señor nos han trasmitido la fe por el anuncio del evangelio. Pero no nos quedamos en los apóstoles sino que queremos llegar hasta quien es la piedra angular, queremos llegar hasta Cristo verdadero y único fundamente de nuestra vida y de nuestra salvación.

Nos ha hablado de un ‘edificio para formar un templo consagrado al Señor, integrados en su construcción para ser morada de Dios por el Espíritu’. No es el edificio material, el templo físico y material en el que nos reunimos, sino que es ese edificio espiritual que formamos todos unidos en una misma fe y unidos a Cristo, para que demos culto espiritual al Padre ofreciendo nuestros cuerpos mortales, ofreciendo toda nuestra vida al Señor.

Cristo es el verdadero y auténtico templo de Dios y nosotros unidos a Cristo formamos parte de ese templo. Por Cristo, en Cristo y con Cristo se glorifica a Dios, se da todo honor y gloria a Dios. ‘Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique, exclamaba Jesús en la oración de la última cena, yo te he glorificado en este mundo, cumpliendo con la obra que me encomendaste…’ Nosotros nos unimos a Cristo para ser ese templo, para también con nuestra vida dar gloria al Señor.

Como nos decía, estamos ‘integrados en su construcción para ser morada de Dios por el Espíritu’. Es precisamente lo que Jesús promete cuando en la última cena Simón Tadeo le pregunta, ‘¿qué pasa para que te hayas manifestado a nosotros y no al mundo?’, que habla de si le amamos y guardamos su palabra el Padre nos amará y El y el Padre vendrán y harán morada en nosotros.

Son hermosas las consideraciones que nos podemos hacer en las fiestas de los apóstoles. Una celebración que nos ayuda a profundizar en toda la riqueza de nuestra fe y de nuestra pertenencia también a la Iglesia. Algo que tiene que ayudarnos a ir creciendo en ese conocimiento de Dios, como decíamos con la oración, que nos llega precisamente por la predicación de los apóstoles.

Algo que tiene que ayudarnos también a vivir nuestro compromiso de fe y nuestro compromiso con la Iglesia dando gloria al Señor en todo momento con nuestra vida santa. El contemplar a quienes nos anunciaron a Cristo nos impulsa también en ese deseo de anunciar también nosotros a Jesús, trasmitir nuestra fe, contagiar de nuestra vida cristiana a los demás para que todos también den gloria al Señor.

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